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sábado, 12 de noviembre de 2022

LOS ANTIDRAMAS

La cantante calva

La lección

Eugène Ionesco

Editorial Losada, 2008, 179 y 175 páginas.

(Libros de siempre)

  

   

 

   Eugène Ionesco (Slatina, Rumanía, 1909 – París 1994) es uno de los padres del Teatro del Absurdo, el movimiento estético con el que la acción darmática rompe totalmente con las corrientes precedentes, y que fijan algunas de las coordenadas en las que se sitúa la geografía del teatro contemporáneo. El estreno de La cantante calva significó para el teatro moderno algo comparable al que tuvo la puesta en los escenarios, en el siglo XIX, del Hernani de Víctor Hugo, que marcó el inicio del teatro romántico.

   Todas las obras de Eugène Ionesco, incluidas las más conocidas como (Le Rhinocéros, Les chaise, Le roi se meurt) están fundamentadas en los mismos principios ideológicos y estéticos en los que se basa el Teatro del Absurdo. Por una parte, la falta de sentido de la condición humana -el desierto, la soledad en la que  se desenvuelve el individuo-; y por otra la ruptura del lenguaje que se convierte, no en instrumento de comunicación, sino en un medio petrificado de aislamiento entre los seres humanos.

   Las dos obras sobre las que hoy vuelvo, son muestras en efecto de ese teatro en el que el absurdo domina el comportamiento cotidiano de los mortales. Los personajes hablan sin decir nada en las once escenas de La cantante calva. Y en la única de La lección. Son en realidad monigotes burlescos y extravagantes balanceados en un universo asfixiante en el que resulta imposible una verdadera relación social. Miradas absolutamente pesimistas sobre la existencia humana, de las que están ausentes los desenlaces, retornando todo siempre al mismo punto de partida. Como en un eterno retorno.

   La cantante calva -figura a la que solamente se alude en la escena XI y sin que sepamos el motivo- transcurre entre el absurdo grotesco y el humor. Avanza en efecto la acción entre silencios pertinaces, guiños de la lengua y una realidad en la que todo funciona al revés (por ejemplo, un reloj que unas veces toca veinte y nueve veces, otras una y otras tantas como les da la gana), y un hablar incoherente de unos personajes que se llaman a sí mismo de la misma manera, sin distinción de sexos. Asombros absurdos y sin embargo repletos de humor.

   Los personajes se admiran, por poner un ejemplo, de que un hombre inclinado de bruces y con las rodillas en el suelo, esté atando los cordones de sus zapatos; de que otro, sentado en su banqueta, lea tranquilamente el periódico; o de que en la rúbrica del estado civil, los diarios pongan siempre la edad de las personas fallecidas y no la de los recién nacidos.

   La pieza, en mi opinión, tiene su culmen en las escenas VIII y IX en la que se produce un verdadero estampido del sin sentido: palabras y más palabras, controversias, afirmaciones en la que nada se dice: uno de los personajes, el capitán de los bomberos, se ofrece a contar anécdotas, pero les pide a sus oyentes que le prometan que no lo van  escuchar, mientras estos discuten si, cuando llaman a la puerta, hay o no hay alguien detrás. En otros momentos la obra se adorna con grotescos juegos lingüísticos, sin tino ni rumbo, guiados únicamente por el hilo del humor (“Siempre es obscura la sombra del cura”). La obra concluye en un auténtico babel, con griterío generalizado y frenético de todos los personajes, unos en las orejas de los otros, con la luz apagándose, y al prenderse de nuevo, se reinicie de nuevo la misma acción. Como en un eterno retorno y, en una expresiva metáfora, de que son vanos nuestros esfuerzos por conocer la verdad. Dejemos entonces las cosas como están, como afirma la criada.

   

 

                                          


 

    En la segunda pieza, La lección, Ionesco nos presenta, también en clase absurda y desintegradora, el desarrollo de un proceso de destrucción de una víctima por el poder. Un profesor de aspecto tímido e inofensivo al inicio de la acción, se muestra cada vez más seguro de sí mismo, prepotente y dominador, hasta someter absolutamente a su alumna, convirtiéndola en un pobre objeto. La misma evolución de la voz del profesor da testimonio de este proceso de destrucción. Débil  y pusilánime al principio, se metaforsea en una voz cada vez más fuerte, logrando al final una tonalidad extremadamente potente.

   Todo esto se desarrolla a la par con el cambio que se produce en el transcurso del drama, de su comportamiento personal. Entremedias, un diálogo extravagante en el que las palabras pierden su acepción real para significar lo contrario. Esclerosis de nuevo del lenguaje, con entrada en el juego de la  contradicción y ausencia de papel de la razón, con los que despertamos en un mundo en el que no es posible entenderse y la vida humana acaba por ser engullida por la desintegración. En el desenlace, de nuevo un auténtico caos en el que las matemáticas llevan lleva a la filosofía y esta al crimen. Y otra vez volver a empezar con la llegada de una nueva alumna. Y la impresión en la mente del espectador/lector de que todo se repetirá de nuevo.

 

Francisco Martínez Bouzas

 

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