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domingo, 18 de septiembre de 2022

LA PRIVATIZACIÓN DE LA CENSURA

 Tumba de la ficción

Christian Salmon

Traducción de Thomas Kauf

Editorial Anagrama, Argumentos, Barcelona 198 páginas

(Libros de siempre)

 

   

 

 

    La novela y la literatura en general no solamente sucumben por el agotamiento de los escritores en su labor creativa, sino sobre todo por la “tumba de la ficción”. Palabras que remiten al título de un libro de ensayo del año 1999 (Tombeau de la fiction) de Christian Salmon, editado al año siguiente por Anagrama bajo el título La tumba de la ficción. El autor coordinó entre 1993 y 2003 el Parlamento Internacional de Escritores, fundado en su día juntamente con Salman Rushdie, Wole Soyinka, Jacques Derrida, Édouard Glissant, Antonio Tabucchi y otros muchos escritores de todo el mundo para defender a los autores amenazados.

   El libro de Christian Salmon es una hermosa y reveladora reflexión sobre la ficción y sus ocultos poderes que, desde que el mundo es mundo, hacen que resulte insoportable para los censores. Externamente todo empezó el días 14 de febrero de 1989, cuando el imán Jomeini promulgaba la fatwa que conminaba a todos los musulmanes “a ejecutar rápidamente y donde quiera que lo hallen a Salman Rushdie y a sus editores”.

   En aquel momento, quizás no nos dimos cuenta, pero la censura, las hogueras inquisitoriales, dejaron de tener fronteras. Salman Rushdie logró sobrevivir, a pesar del reciente intento de asesinato, luchando a su vez contra un horrorizante terrorismo de Estado, y contra otra fatwa mucho más sutil, promulgada no por mullahs integristas, sino por políticos, en algún caso incluso progresistas, eclesiásticos ilustrados e incluso por escritores como John Le Carré que se apresuró a solidarizarse no con el escritor amenazado sino con “los musulmanes injustamente injuriados en sus convicciones religiosas”.

   Hoy en día, como explicaba Salman Rushdie en 1993, el asesinato de escritores es una nueva forma de terrorismo internacional a la par de los secuestros aéreos o la toma de rehenes. Nunca la creatividad literaria había sido tan pisoteada y con tanta violencia como en nuestros días. La censura sigue en pie. Únicamente cambió su cara, sus formas, sus móviles y sus agentes. La censura en la posmodernidad se desgajó de los poderes públicos, pero está ahí, escondida y a la vez extendida por toda la estructura social. Y no solamente persigue las opiniones políticas, religiosas o ideológicas, sino que acosa, de forma muy especial, a la ficción, e intenta convertir en delito cualquier forma de práctica artística libre. Acontece a diario en Irán, en Afganistán, en Egipto, en Argelia…Una de las primeras “hazañas” que hicieron los talibanes, tras su entrada hace años en Kabul, con apoyo de quien más tarde los bombardeó, fue quemar decenas de películas, sin tan siquiera haberlas visionado con anterioridad; en autos de fe que fueron retransmitidos por las televisiones de todo el mundo. En aquel momento nadie dijo nada.

    

                                         

                                           Christian Salmon
                        

 

   Después del derrumbamiento del muro de Berlín, la censura ya no es una prerrogativa de los estados totalitarios, sino que empapa a toda la sociedad, y no solamente allí donde existe un componente de integrismo islámico, sino también en Europa y en los EE.UU, país en el que existen verdaderos grupos de presión que intentan imponer a los artistas y a los creadores su criterios morales o religiosos. Obras como las de Steinbeck o las de Richard Wright, nos los recuerda en sus ensayo Christian Salmon, han sido prohibidas en algunos institutos, bajo la presión de las asociaciones de padres de alumnos. Y algo parecido sucede en Francia donde se expurgaron las bibliotecas de ciertos libros, en ayuntamientos gobernados por la extrema derecha.

   Todas las protecciones y cerrojos que hemos levantado desde el siglo de las luces para proteger la creatividad, están siendo despedazados en este verdadero espacio cultural estandarizado, homogeneizado bajo el atropello de las grandes agencias mediáticas transnacionales que entienden “el espacio Schengen de la cultura” como la tiranía del pensamiento único.

 Francisco Martínez Bouzas

 

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