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jueves, 19 de mayo de 2022

MACRO NOVELA NEGRA

 

 

   Ayer, 18 de mayó nos dejó uno de los escritores capaces de agasajar al lector con auténticas novelas negras, un subgénero distinto de la narrativa detectivesca: Domingo Villar. Escritor relativamente joven (Vigo, marzo de 1971), muy ligado en la temática de sus obras a la ciudad de Vigo y su comarca. Autor apenas de tres obras que, sin embargo, le proyectan en la verdadera esencia de la novela negra: Ojos de agua (2006), La playa de los ahogados (2009) y El último barco (2019). Todas ellas traducidas a varios idiomas.

   Como homenaje al autor, reproduzco la reseña que el 19 de mayo de 2019 publiqué en este blog. Un resumen de la misma en gallego apareció en el Suplemento de Cultura (Faro da Cultura del periódico Faro de Vigo el 18 de abril de 2019. A la vea me hago eco de las palabras de dolor de la poeta gallega Chus Daramur: “Negra é a novela, negro o loito” que resumen perfectamente cómo nos sentimos todos, abducidos por una escritura, a la vez potente, auténtica y placentera

 

 

 

 

 

El último barco

Domingo Villar

Ediciones Siruela, 6ª edicción, Madrid, 2019, 712 páginas

 

  

 

    En edición simultánea en español y gallego, -Domingo Villar escribe indistintamente en ambas lenguas y va traduciendo a medida que avanza la trama-  el escritor vigués (1971) acaba de publicar la que seguramente pueda ser considerada la macronoevela criminal, la hypernovela negra dentro de los sistemas castellano y gallego. El autor Domingo Villar se estrenaba en la novela policiaca con Ollos de auga / Ojos de agua (2006) y sacaba de su guantera inventiva al policía Leo Caldas, que muy pronto se convertiría en uno de los detectives más famosos de la novela policial en ambos sistemas literarios..

   Con otro nuevo título, A praia dos afogados / La Playa de los ahogados (2009), y con el mismo personaje investigador, Leo Caldas, Domingo Villar vuelve a llamar la atención lectora y la obra que acaba de publicar, El último barco, se está convirtiendo en un éxito de ventas. Tuvieron que pasar nueve años para que Domingo Villar se internara de nuevo en el mundo escritural. Para sus seguidores se hizo esperar, hecho que no le desagrada, según declara. En cualquier caso, Domingo Villar compensa al lector con más de setecientas páginas  -ochocientas  en gallego- pulidas a la perfección.

   La macronovela mueve por sus páginas a un amplio registro de personajes, muchos de ellos prescindibles; algunos reales, otros figuras de ficción pero que el autor los integra con habilidad, en la mayoría de los casos, en la trama policial.

   Nueve años tejiendo y destejiendo una trama que se va desenvolviendo a través de abundantes diálogos que son los que de verdad, más que las descripciones, retratan a los personajes. Domingo Villar no los describe, los deja hablar. El autor se recrea así mismo en los paisajes gallegos de ambas orillas de la Ría de Vigo, que así, de alguna forma proporcionan el espacio y el marco de la acción. Con derecho propio forman parte pues de la novela, y son un himno sin grandes resonancias pero muy realista de su tierra gallega.

   Aunque Domingo Villar reniega de las novelas negras, blancas o rojas, en mi opinión está claro que El último barco es una novela negra. Hay una historia que se bifurca en mil direcciones y una trama e investigación policial que la articula.

   El íncipit de la novela es la desaparición de una mujer, Mónica Andrade, profesora de cerámica en la Escuela de Artes y Oficios de Vigo y que cada día tomaba el barco en Cangas do Morrazo porque vivía en Tirán, en la otra orilla de la Ría. Un equipo policial dirigido por el inspector Leo Caldas, intentará resolver el enigma. Lo hará  a través de muchas pesquisas; lleva adelante la investigación ayudado por el aragonés Rafael Estévez. Seguimos la estela de sus caminos, la estela  de los barcos que comunican Vigo con Cangas. También el silencio y los espacios en blanco que el escritor intencionadamente  deja sin cubrir para que el lector rehaga la historia.

   Leo Caldas se enfrenta a  la desaparición de la profesora que no acude a su trabajo. En su vivienda están ausentes las señales de violencia. Todo hace pensar que se trata de una desaparición voluntaria. Pero para que exista novela policial el caso tendrá que ir enmarañándose  por mucho que discurra en aguas tranquilas en la superficie, que pueden camuflar un temporal en el que nada es lo que parece.

   Y como la misión de la crítica no es hacer de spoiler y menos revelar desenlaces, el lector con una lectura pausada y voluntariosa deberá dejar correr las muchas páginas hasta descubrir los enigmas de esta novela.

                                                   


                                                    

                                               Domingo Villar

  

   Me limito a hacer alguna acotación sobre las piezas de este mosaico detectivesco. Se trata de una historia tejida y elaborada en el mar de Vigo, pero que no deja de mirar hacia el mundo, aunque tenga poco que ver con la trama. Asume todas las convenciones del género, con mucho suspense y un desenlace plausible. El inspector es un profesional perfeccionista, reflexivo e incluso compasivo. Y sobre todo, el autor perfila retratos sociales de sus personajes más que aventuras criminales.

   La tonalidad es la propia de las novelas policiales: observación, deducción, rastreo y análisis de vestigios.

   Más que de carencias, la novela peca de sobreabundancias, de una excesiva cantidad de secuencias, capítulos enteros que nada completan o amplían. ¿Qué le añade a la trama, por ejemplo, leer que Leo Caldas, se afeita bajo el chorro, como siempre, de agua caliente?

   Sin embargo, en mi opinión, esta es la mejor novela de Domingo Villar. Y será del gusto de aquellos lectores que gocen la lectura demorada y con el paso de las páginas por insubstanciales que sean.

 

Francisco Martínez Bouzas

 

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