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miércoles, 21 de abril de 2021

UN DECAMERÓN DE LA ANCIANIDAD

Hasta aquí hemos llegado

Antonio Fontana

Ediciones Siruela, Madrid, 2021, 194 páginas.

 

    

 

  
Hasta aquí hemos llegado
del periodista, novelista y crítico literario Antonio Fontana (1964) se alzó con el Premio de Novela Café Gijón 2020, reunido por primera vez de forma telemática, destacando que la obra ofrece “una visión tan sutil como insólita y divertida de la ancianidad”.

   La historia transcurre en una residencia de ancianas, Peña Hincada, situada en un lugar indeterminado de la provincia de Málaga. Un refugio de mayores,  entre los muchos que existen y de los que prácticamente nos hemos dado cuenta de que están ahí con la pandemia del covid. Las narradoras de la novela son precisamente las ancianas de la residencia, y lo hacen con exquisita perfección, como fabuladoras de primera clase, siendo capaces de relatar con grandes dosis de incorrección y humor negro, sobre todo cuando las ancianas de Peña Hincada se refieren a los hombres: a su maridos o amantes. Ellas en este caso son nuestra memoria, una memoria de andar por casa y, encima, en zapatillas, destaca el autor, Antonio Fontana. Y como nada o muy poco tienen que perder, son capaces de gritar “Hasta aquí hemos llegado”, palabras que emplea el autor para rotular la novela. Un novela inspirada en el Decamerón, pero con una diferencia: las protagonistas de la novela de Antonio Fontana no huyen de la peste bubónica, sino del virus de la vejez. 

   Las protagonistas y relatoras son un grupo de mujeres, todas con mote (la Millones, la Socorro, la Ciempiés, la Académica, la Enterradora…), mujeres reconocibles por su forma de ser y de pensar por la mayoría de los lectores. Personajes bien construidos que rememoran sus antiguas vidas, reales o ficticias, y en cambio seguramente se olvidan de de lo que han comido ese día. Rumian pues sus obsesiones o sus chismes. Y reconstruyen, entre las nieblas del recuerdo, la vida que han dejado atrás. Y en su feminismo inconsciente trazan una descripción despiadada de los varones, con buenas dosis de incorrección y de humor negro, como ya he señalado. Construyen así un mosaico brutal de la realidad, especialmente de los que significa hacerse mayor, a la vez que recrean los sentimientos de amistad, abandono o tristeza característicos de las residencias de mayores. Todas ellas tuvieron que salir adelante con la suerte que les reservó el destino, pero son supervivientes y relatan sus pequeñas epopeyas, su vida, sus invenciones, achaques o los caminos por donde les llevó la vida hasta llegar, a veces engañadas, a la residencia, “micromundos cerrados y aislados”.

   El primer monólogo es el de la Socorro que inicia su cháchara hablando de la Aparición que se resistía a morir, pero se consuela al tomar consciencia de que hoy no le toca a ella, mas consciente de que la muerte está dispuesta a construir su nido, incluso en la mesilla de noche. Ella que no reconoce el año en que estamos, tiene consciencia de estar en Peña Hincada secuestrada. La Sonrisas lleva un mes en la residencia y le cuesta memorizar los nombres de todas las internas. Distinguir sus manías y achaques. Para entretenerse, espía las visitas y está encaprichada en que le saquen fotos. A la Enterradora, obsesionada con los bichos, se le va el tiempo en sobresaltos. La Millones, engañada por sus hijos, se siente vieja y sola en Peña Hincada. La Académica, que recuerda sus amor escondido de de las cuatro de la tarde con el vendedor de enciclopedias, mientras su marido está en la oficina.

   Todas ellas cuentan sin recato los pequeños o los grandes desencuentros matrimoniales, sus vidas de mierda, sus existencias miserables, las sesiones de sexo que duraban apenas cinco minutos. O la muerte de sus perros -es el caso de la Perruna- que siente más la muerte de sus mascotas que la de su marido. El desencanto, la humillación también hace acto de presencia en sus monólogos: “Toda una vida dedicada en cuerpo y alma a mi marido para terminar recibiendo por mi cumpleaños, no un triste ramo de flores (…) sino un ventilador”.

    

 

                                            Antonio Fontana

 

 Hay monólogos de las ancianas de Peña Hincada que respiran veneno, pero en general lo que ellas expresan son verdades incontestables sobre la desidia o desinterés de sus maridos.

   El novelista no cae en sentimentalismos ni en tremendismos, sino que opta por el humor negro que, de una forma o de otra, lo suaviza todo, incluidas las mayores barbaridades que salen la boca de las “señoritas” de Peña Hincada. Un estilo de prosa cincelado al máximo, con frases cortas y giros en la trama. Así pues, Hasta aquí hemos llegado es un fiel reflejo de supervivientes y “heroínas de andar por casa”, que con tanta frecuencia tenemos olvidadas, pero que en sus palabras, repletas de sorna e ironía, y vagos recuerdos nos muestran lo que en verdad es la libertad.

 Francisco Martínez Bouzas

 

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