Los días del Cáucaso
Banine
Ediciones Siruela, Madrid, 2020, 311 páginas.
Es curioso pero la pandemia de la que somos víctimas, nos impide viajar, y sobre todo a lugares remotos. Pero para eso están los libros y ciertos programas de televisión. Ver destinos, a veces no tan llamativos, sino espacios de este mundo más remotos a través de los libros es un placer que la literatura, sobre todo la literatura autobiográfica, nos puede deparar. Tal deleite nos los produce este libro Los días del Cáucaso de Banine, pseudónimo de la escritora Umm El-Banu Äsâdullayeva (Bakú, 1905-París 1952), natural de Azerbaiyán, región que entonces formaba parte del Imperio ruso, y del que huyó tras el triunfo de la Revolución, trasladándose a París donde trabajó como periodista, modelo de alta costura y formó parte del destacado círculo literario que incluía, entre otros, a Nikos Kazantakis o André Malraux. Estos recuerdos autobiográficos, Jours caucasiens, constituyen su obra maestra. Y en estas memorias de juventud nos aporta una interesante visión de una época turbulenta en un país tras la Primera Guerra Mundial. Y lo hace además mostrando cierta distancia de los acontecimientos.
Las experiencias adolescentes, tanto físicas como mentales, están espléndidamente narradas en el estilo típico de las memorias, y de las que forman parte las anécdotas, las aspiraciones y deseos, los sueños más íntimos. Todo ello mezclado y relatado con viveza propia de los hermosos y no tan hermosos años de la autora. A ello se añade un análisis de interés geopolítico ya que Banine proyecta su mirada en ese país, que es su patria natal, enclavado entre dos mundos.
Banine, en definitiva en sus memorias cuenta su vida, la de una niña soñadora, introvertida y con una rebeldía innata.. Su infancia en la que se entremezcla lo oriental, lo alemán y posteriormente lo ruso. Miembro de una familia muy rica gracias a los campos petrolíferos de su padre, huérfana de madre a los pocos años, fue educada por una institutriz alemana de la que asimiló los modales occidentales, que contrataban sin duda con las costumbres azeríes.
Y Banine recuerda, tal como podemos leer en la sinopsis editorial: recuerda las aguas del mar Caspio, su lujosa mansión en Bakú, las espléndidas fiestas, las frutas, los dulces, a su institutriz alemana de rubísima melena, a su imperiosa y estricta abuela musulmana…, recuerda cómo entonces llegaron los bolcheviques y la familia lo perdió todo. Y como en el torbellino de la Revolución y del derramamiento de sangre se enamoró apasionadamente de un hombre, pero solo por ser obligada a casarse con otro al que detestaba. Hasta que llegó la oportunidad de escapar a Estambul primero y a París más tarde. Por eso, ella misma se asombra al rememorar su infancia medio oriental, medio alemana y más tarde rusa.
En ese cruce de caminos entre Oriente y Occidente creció Banine -alias que por cierto se lo proporcionó su amigo Jean Paulhan, director de la Nouvelle Revue Françaaise-, y alcanzó la adolescencia y la juventud al lado de su abuela, mujer de armas tomar, que despreciaba todo lo que venía de fuera, y daba órdenes a un grupo de parientes pobres, mientras ella cubría su cabeza con velos y las alhajas brillaban por todo su cuerpo. Y en compañía de unas tías que fumaban de una forma frenética y jugaban al póquer en los días veraniegos. El padre, una vez que enviudó, administraba su fortuna, el negocio familiar; viajaba constantemente a Berlín y a Moscú y no hallaba el momento para volver a casarse.
En el libro se capta una mirada a la vez árida y ausente de prejuicios. Pero, tras la Primera Gran Guerra y la Revolución bolchevique, todo cambió, produciéndose un vuelco en la fortuna de la familia. Detenido el padre, el precio para su puesta en libertad fue que su hija de quince años contrajera matrimonio con un hombre mucho mayor, condición para que le facilitaran el pasaporte para salir del país. En el segundo libro de las memorias de Banine, Días de París, podemos disfrutar de la segunda parte de sus recuerdos, ya que esta primera parte concluye con la huida definitiva del Cáucaso en dirección a Estambul y posteriormente a París, con lo que concluye el libro.
Son múltiples los aspectos que configuran la tonalidad de este libro. Uno de ellos es el increíble sentido del humor de la autora, su ironía, su autoironía. Todo ello convierte al libro, sobre todo en la primera parte, en un apetecible manjar, sin que decaiga la fuerza trágica de lo narrado A ello se añaden otros méritos que también contribuyen a hacerlo interesante: el hecho de dar testimonio, en el tramo temporal que va desde 1905 a 1924 del ascenso y caída de la rica clase de los petroleros del Cáucaso. Y en segundo lugar la dialéctica y los conflictos entre las rígidas normas familiares y los códigos sociales tradicionales de la sociedad turco-azerí y el proceso de occidentalización y modernización que llegaba a oídos de la protagonista.
Francisco Martínez Bouzas