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martes, 15 de septiembre de 2020

UNA CIUDAD DE MUERTOS VIVIENTES


La ciudad que el diablo se llevó
David Toscana
Editorial Candaya, Avinyonet del Penedès (Barcelona, 2020.

  

   Daniel Toscana (Monterrey, México, 1961) no es ningún debutante en empresas literarias. Más de diez novelas -varias de ellas premiadas, alguna con el Premio Xavier Villarrutia, quizás el más importante que se concede en México-, abalan su buen hacer en las letras latinoamericanas, en las que destaca como autor innovador que tiene la virtud de los buenos escritores, de hacer que los lectores se sientan provocados y acepten el papel de ser cómplices de sus juegos narrativos. Por eso David Toscana está considerado un escritor eminentemente de nuestro tiempo (Elmer Mendoza), que juega con el humor, heredado  posiblemente de la picaresca española y con las simas metafísicas de Kafka. De algo de eso se nos informa en “Siete Claves sobre el libro” una ayuda impagable para iniciar la lectura del libro y que publica Candaya: uno de los maestros del panorama literario mexicano, notable fabulador, prosista intenso, “y una voz que retrata una forma diferente de ver el norte mexicano, más allá de las historias de narcotraficantes y sicarios”, temas muy propios de los escritores conocidos como ”los bárbaros del norte”. También en estas Claves de Candaya se apunta a los grandes temas de la literatura de David Toscana: la lucha por no caer en el olvido por parte de cuatro personajes, pero anhelo así mismo de la mayoría de los seres humanos.
   Todas las novelas de David Toscana tienen como escenario el norte de México. Sin embargo La ciudad que el diablo se llevó, transciende las fronteras nacionales y se desarrolla, de forma casi exclusiva en Varsovia, en la capital polaca,  asolada en la Segunda Guerra Mundial. En esa ciudad vegetan y se mueven los principales personajes. Pero realmente no estamos ante una ciudad real, sino en un escenario ilusorio, construido por la imaginación de los protagonistas. Este señuelo ilusorio les permite soportar el frío, el hambre y el miedo.
   En  esta obra demuestra una vez más el autor sus dotes de excelente fabulador, creador de historias, protagonizadas por singulares actantes. La novela recrea ese espacio fantasmagórico de la capital polaca desbastada tras la Guerra, y los primeros años de la ocupación soviética. Por ella se mueve cuatro sobrevivientes más un barbero que se anda con el auxilio de una pata de palo. Todos ellos sobrevivientes a ejecuciones y algún muerto notable.
   Los cuatro habían logrado escabullirse de una redada nazi, y lo celebran con una epopeya etílica. Tras salvarse de ser fusilados por los nazis, la soledad, el miedo, el hambre y la pesquisa de restos en el pasado los unirá en una serie de recorridos por la ciudad en ruinas.
   Son ellos Feliks, un viejo que se oculta bajo la apariencia y mentalidad de niño, de enorme bebé Eugeniusz,  un sacerdote de pocas luces que, en uno de los días de farra, quiere ser un laico disoluto; Kazimierz que habita en un apartamento abandonado junto con la novia de un soldado encarcelado por el nuevo régimen comunista; Ludwig, un sepulturero solitario. A ellos se les une un barbero cuyo nombre queda en el anonimato y que había perdido una pierna en la guerra.
   Se reúnen sin planearlo y sin llegar a conocerse. Y celebran estar vivos, sentados y tomando café, conscientes del montón de muertos que hay afuera. Y entre bandos, racionamientos, prohibiciones, castigos y mercado negro, sobreviven como pueden, sintiéndose incluso héroes, como Kazimierz que regresa de la guerra con espíritu de colonizador y que vive feliz con Marianka en el apartamento abandonado y siente con frecuencia la necesidad de un trago. O el cura que incita a la mujeres en el confesionario con frases amorosas y que tiene prohibido oficiar, pero, ante la falta de sacerdotes, asesinados en la guerra, echan mano de los reservistas para impartir los últimos sacramentos. Sus alegrías pronto se tornan en tristezas.
   Vivos y muertos como las hermanas Kasia y Gosia conviven en una ciudad arrasada, primero bajo el yugo nazi, más tarde bajo la dominación roja. Hacen de sus vidas un verdadero carnaval  poco menos que valleinclanesco que David Toscana retrata con humor e ironía.
    

                                       
David Toscana


La imaginación, es decir la libertad en un contexto sórdido para encontrar sentido a sus vidas en una situación sórdida y bajo regímenes opresores, es el pilar fundamental, la “trabe” maestra en el que se asienta la resistencia y las ganas de vivir de estos cuatro diablos y de otros personajes secundarios que les rodean. Y todo eso a pesar de los sinsentidos de una vida entre escombros. Sus ensoñaciones, chuflas y lingotazos de vodka hacen que una realidad negra y opresiva pase a ser otra cosa: algo alegre, festivo, dicharachero, como con palabras parecidas ha apuntado Eduardo Ruiz Sosa.
   Narrada con un estilo de prosa sencillo, con ciertos destellos poéticos en alguna secuencia, La ciudad que el diablo se llevó  pasa por méritos propios a formar parte de ese catálogo de calidad y de alta literatura con la que nos suele agasajar Candaya.

Francisco Martínez Bouzas

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