Claudia Durastanti
Traducción d de Pilar
González Rodríguez
Editorial Anagrama,
Barcelona, 2020, 267 páginas.
Esta
novela, según confirma su propia autora, nace de la impostura de una familia de
embaucadores. De unos padres que construían su propia historia cambiándola
cuando les convenía. La novela se origina en las palabras del padre que niega
la versión romántica de la madre de que conoció a su marido cuando este estaba
a punto de suicidarse. El autoengaño, como mecanismo de supervivencia, se
extiende al resto de la familia. La misma Claudia Durastanti estuvo sumida en este laberinto de
contradicciones: la única forma de aplacar la angustia de su madre era jugar el
papel de hija medio loca. Y reconoce que aún se siente una impostora, ya que
las clases culturales son para ella un ardid: vino de no tener nada a escribir libros. Un valor añadido que, sin
embargo, es muy importante para su identidad.
El libro
que ahora podemos leer en la versión de Anagrama, es un memoir, en el que la historia familiar se entrelaza con ciertas
secuencias ensayísticas, e las que la autora expresa una amplia y rigurosa
reflexión de clase, discapacitada y política. La historia de mi familia,
confiesa la autora, se asemeja más a una carta tipográfica que a una novela y
una biografía, es la suma de todas las eras geológicas que ha atravesado. Una
aventura que une viejos y nuevas migraciones.
Hija de
dos padres sordos, emigrada de niña a Brookly (Nueva York), y retornada con
apenas seis años a Basilicata en Italia, hizo el recorrido inverso al de la
mayoría de los expatriados. La campiña lucana fue para ella su casa, y las
carreteras y calles neoyorkinas el lugar
de los recuerdos de la primera infancia y de las vacaciones estivales. La
narración de estas migraciones hace que la protagonista se sienta extranjera,
alejada de la normalidad. Sus padres se divorcian en 1990. Después pocas veces
se vieron, pero los dos inician la historia afirmando que su matrimonio había
salvado sus vidas.
El
soporte y centro de enfoque de la narración es la figura materna. Nacida a
finales de los años cincuenta, afectada de sordez y que con aparente
cotidianidad cambia de continente, La novela relata la “romántica” relación
sentimental con el padre e indaga en las relaciones familiares, pero sin caer
nunca en el melodrama.
La autora
no tiene reparo en admitir que la ley que gobierna el libro es la madre como
personaje, aunque teñida de ficción. La hija, desde pequeña, proyecta la ficción
en la no ficción que está cerca de ella. La infancia, la adolescencia materna
en Nueva York o en Roma. El tormento materno de los padres con la creencia de
que el amor coincide siempre con el destino, lo que no pasó con el marido y en
general con los sentimientos amorosos de sus padres.
La madre
no trabajaba pero apenas pasaba el tiempo con la niña lo que hace que esta se
sienta extranjera, incluso al lado de su madre. También el resto de la familia
tiene referencias amplias en la novela: mínima comprensión para la protagonista
que había llegado a Brooklyn con ganas de emanciparse de la marginalidad. La mayoría
hablan de sueños, pero no fueron capaces, sobre todo sus padres, de acomodarse
a la pobreza.
Relaciones complicadas de la protagonista con los chicos, pese a sus
deseos, si bien tiene un novio con el que viaja al extranjero. Se matricula en
la universidad para encontrar un padre, un maestro que la formase y la
humillase, pero nadie asume tal responsabilidad, sobre todo a la hora de
disminuir el aislamiento con sus compañeras. Pero fue en la universidad donde
descubre que la verdad pertenece a una clase social.
La autora
goza de la habilidad suficiente para hacernos llegar el dolor, las penurias y
las incomodidades, y en general las situaciones que nos disturban; y lo
hace de una forma lineal y plana, como
si se tratase de cualquier otra situación, de algo que está determinado que ha
de suceder. No hay ninguna violencia en su vida que sea capaz de recordar sin
reír.
Un texto
extremadamente literario, pero sin artificios, en el que la autora actúa como
observadora. Una actitud que muchas veces se puede confundir con la frialdad.
La extranjera, en definitiva, relata el
pasado de los progenitores con una sinceridad visceral, y cómo este pasado
influye en el descubrimiento de la propia personalidad. Título apropiado,
porque en efecto ser extranjero o extranjera está ligado a la disimulación de
un engaño que, no obstante puede ser generador de libertad. Como la locura de
la madre, camuflada como sordera hace que se sienta libre.
Francisco Martínez Bouzas