Páginas

sábado, 23 de noviembre de 2019

TRIÁNGULO AMOROSO CON UN ROBOT


Máquinas como yo
Ian McEwan
Traducción de Jesús Zulaika
Editorial Anagrama, Barcelona, 2019, 355 páginas.

    


   Máquinas como yo de Ian McEwan está siendo considerada o bien una novela menor del autor, o bien una gran novela, si bien no comparable con sus obras más consolidadas, ganadoras, por  ejemplo Amsterdam, del Premio Booker. Actualmente, aunque McEwan ya no es Ian Macabro, sus personajes siguen teniendo una predisposición no a lo bueno, sino a enfrascarnos con dilemas morales, que es lo que siempre le ha interesado al escritor británico, uno de los miembros más destacables de aquella generación tan brillante - Dream Team la llamó Jorge Herralde- que seleccionó la Revista Granta. Por consiguiente, seguimos leyendo a Ian McEwan, como se ha escrito, no en búsqueda de apacible consuelo, sino de espanto o para sentir revuelto nuestro interior.
   En esta novela, Ian McEwan flirtea con los fantástico maquinal, porque Máquinas como yo ha sido justamente definida como “fantasía retro-anticipación”, fundiendo su material narrativo con la carne de un triángulo amoroso.
   Fantasía de retro-anticipación porque todo sucede non en el año 2040, sino en el Londres distópico de 1982. Con Alan Turing, que no comió la manzana barnizada de cianuro, y por consiguiente nunca se suicidó atormentado por las consecuencias del juicio al que fue sometido en los años 50 por su homosexualidad; y es considerado el sabio y el héroe que realmente fue. Inglaterra acaba de perder la Guerra de las Malvinas contra los argentinos; internet y la telefonía móvil ya funcionan como hoy, Kennedy sigue vivo y Los Beatles vuelven a actuar juntos. Y sobre todo, la inteligencia artificial y la humana se hallan en relación competitiva.
   En este contexto, Charlie Friend, un estudiante de doctorado, enamorado de la hermética Miranda, decide gastar las ochenta y seis mil libras de la herencia de su abuela, en Adán, un fascinante robot doméstico -las Evas ya estaban agotadas-, y le instala parámetros de personalidad humana, incluida la posibilidad de tener erecciones. En Miranda muy pronto surge la fantasía de tener sexo con Adán, puesto que supone que no serían muy diferente a una masturbación con un vibrador. Y de inmediato aparece el triángulo amoroso: el robot resulta ser de una inteligencia superior y muy atractivo. Y a la vez aparecen las complicaciones. Charlie se siente el primer ser humano al que le pone los cuernos un artefacto. Todo se complica mucho más al entrar a formar parte del juego el maltrecho Mark. Charlie siente remordimientos por haber malgastado el dinero, y llega a fantasear con criar a Adán junto a Miranda como a un hijo.
   La novela va corriendo páginas y Adán no se siente satisfecho con el papel que le asignan: quiere más autonomía. Miranda oculta un terrible secreto relacionado con Mark, y la historia deriva hacia la tragedia. Y como el robot carece de la conciencia y de los criterios morales de los humanos, acaba descubriéndolo. De este modo, el peculiar triángulo amoroso entre los dos protagonistas de carne y hueso y el humanoide de cables y enchufes, genera una creciente tensión que obliga a los protagonistas a replantearse todo y tomar decisiones.
    
                                              
Ian McEwan


   Es la vuelta de tuerca de Ian McEwan, en ese Londres ucrónico, donde los hechos se presentan de forma alternativa a como sucedieron en la realidad histórica. A Ian McEwan siempre le han interesado los dilemas ético: ¿qué es la naturaleza humana?¿la fabricación de humanoides sintéticos podrá ser el origen de mentes más claras, bienestar para toda la humanidad o sufrimiento y un cúmulo de susceptibilidades como las descritas en la novela? El androide sintético se manifiesta muy pronto como un ser con conciencia, si bien con criterios morales diferentes de los de los humanos, debido a su rigidez. Pero podríamos pensar que el posthumano podría llegar a ser más refinado emocionalmente que muchas de las personas actuales. En definitiva, ¿podrá una máquina, por muy perfecta que sea, llegar a comprender y valorar la complejidad de las decisiones de los seres humanas? Ian  McEwan nos presenta en esta novela una ucronía y una alternativa al gran dilema que cada día se hace más acuciante: el enfrentamiento entre ética y cibernética. Una vez más el conflicto moral llevado a sus últimas consecuencias. Pero así es Ian McEwan. El último juguete que describe en esta novela, su Adán, ¿es el triunfo del humanismo o el ángel de la muerte?

Francisco Martínez Bouzas

No hay comentarios:

Publicar un comentario