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miércoles, 4 de septiembre de 2019

UN POEMA CONTRA LA XENOFOBIA


   De la mano generosa de Celia Bermejo, una de las promotoras y animadoras de Editorial Celya, una sociedad cultural  que tomó forma a través de un grupo de amigos, acabo de recibir seis títulos, seis novedades de su ya amplio fondo de cuatrocientos títulos, la mitad de ellos de poesía. Estaba interesado en leer y reseñar La casa salvaje de  Ángela Álvarez Sáez, una poeta por mi conocida, ganadora con este último título del Premio León Felipe de Tábara (Zamora). Pero la esplendidez  de Celia Bermejo me ha hecho llegar seis novedades: la obra mencionada   La casa salvaje, La sombra iluminada de María Luisa Mora, Ser mayores es un timo de Belén Reyes, Salir de un Hopper de María Antonia Ricas, Cuando sonríen de María Antonia Ricas, ilustrado por José Antonio G. Villarrubia  y un libro en narrativa, El asesino de J. Gonper, que a primera vista parece un libro seductor.
   Hoy quiero ofrecer como primicia un sencillo poema,  compuesto sin apenas artificios literarios, con labras frescas y cotidianas, pero con indudables cargas de profundidad contra las posturas xenófobas que crecen sin cesar aquí en España y  en otras partes del mundo. Pero antes de plasmas en estas líneas los versos de Belén Reyes, permítase copiar el origen de Celya, hoy radicada en Toledo, entresacado de su presentación editorial y en palabras de Celia Bermejo:

“Un día tomaba unas notas en una cafetería cuyos cristales miraban un mirador que daba al río Duero a su paso por Zamora, con miras a introducirles en qué consiste CELYA y los proyectos que pretendemos desarrollar desde aquí... La cosa iba de mirar para que ustedes viesen. La cosa iba de mirar para elaborar con orden las ideas y la memoria de modo que crease un hilo conductor que sirviese de engranaje en esta presentación. De algún modo debía rodar y rodar y elaborar un texto que funcione como nexo, en una conjunción que nos ha hecho coincidir en este tiempo y en este espacio.
Parecía fácil. También parecía difícil. Dudaba. A veces, casi siempre, el dudar es una continua duda. Llamé por teléfono a un psiquiatra de urgencias sociales. Vete a los orígenes, me contestó. Luego, colgó el teléfono. El muy cabrón siempre me dice lo mismo para no equivocarse. En un principio pensé que me mandaba a freír gárgaras... Luego, tras unos instantes de pensar en rayos, truenos y centellas, me lo tomé al pie de la letra y me fui a los orígenes.
No están muy lejos: Incluso, mucho más cerca que Atapuerca. Sólo dos años. Era mayo; era el mes de mayo, el mes que más inspira a las alergias, a las migrañas ciclotímicas, a los gusanos de seda, al polvo enamorado y a los poetas hipocondríacos.
Recuerdo que nos juntamos en un par de bancos de una plaza pública de Salamanca. Éramos un grupo de gente heterogénea a los que nos había reunido la Vía de la Plata, el Camino de Santiago, el Canal de Castilla, el azar universitario y nuestra circunstancia. Todos nos dedicábamos al acto de crear: Narradores en periódicos provinciales; mulatos de blancos literarios con firma y fama; pintores con música, con musa, con inspiración, con transpiración y con ideales; una ilustradora especializada en suicidas; un tocador de guitarra y antiguo tuno charro; una escultora japonesa minimalista; un filósofo portugués que sólo viste de negro y que entonces pensaba con el bajo vientre y varios poetas de esos que están siempre en ciernes de inexistirse.
Por esas fechas todos rondábamos la treintena o más. Por esas fechas estábamos a punto de casarnos con la vida o de divorciarnos de los excrementos del mundo. Por esas fechas estábamos a punto de ser y de no ser. Alguien dijo una vez que en España sólo se perdonan las faltas que se cometen de cintura para abajo. Aún así, allí estábamos nosotros a puntito de crear a C.E.L.Y.A.”


EN MI CASA VIVÍAN MAGREBÍES

“En mi casa vivían
magrebíes.
Se fueron sin pagar
dice el casero.

La portera me paró
En el descansillo.
-qué bien que hayas venido,
tú no sabes…
los guarros que eran estos moros.
Vivían un montón
y entraban y salían.
Recogían muebles de la calle,
no sabes qué trajín tenían…

Y como no tengo nada que hacer,
más que poner cara de que voy con prisa…
Me despido educadamente
de la gorda portera.

Y pienso.
Pienso mucho porque es gratis
y se me da de perlas.

Yo también tengo muebles
recogidos en la calle.
Pelusas por el pasillo
y me siento extranjera.
Vivo sola pero tengo un trajín de gente
dentro donde el pecho.

Piernso…
cojo una manzana
y mientras muerdo el mundo…
sueño con una bonoloto,
en los que haría…
invitar este año a la portera
a un paseíto en patera

(Belén Reyes, Ser mayor es un timo, páginas 23-24)

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