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miércoles, 29 de mayo de 2019

"SUMERGIR EL SUEÑO": POESÍA COMPROMETIDA


Sumergir el sueño

Montserrat Villar González

Prólogo de Juan Carlos Mestre

Lastura, Ocaña (Toledo), 2019, 104 páginas



   


   Tiene razón Montserrat Villar González al afirmar que la lengua siempre suma. No solo la lengua, sino también las diferentes culturas que tenemos la suerte de disfrutar en este país. Por eso la autora, nacida en Cortegada de Baños (Ourense), pero transterrada a otro lugar, reconoce que tiene la fortuna de tener dos lenguas maternas con las que se comunica y percibe el mundo. La lengua no solo es la casa del ser, como dijo Heidegger, sino una forma de habitar el hombre, de percibir el mundo y de producirnos como humanos. La lengua, por otra parte y son palabras de Albert Camus, es una patria. Ni la lengua ni la identidad nacional son conceptos reaccionarios como en su día confesaba un Premio Nobel de Literatura latinoamericano; una apreciación que hoy parece estar de moda en ciertas opciones políticas que sueñan con el retroceso.

   Desconozco si Montserrat Villar escribe poesía para dar descanso al pecho melancólico - Cervantes dixit-, pero de lo que sí estoy seguro es de que la buena poesía, y en Sumergir el sueño la hay en abundancia, nos hace sentir un nudo en el estómago, sobre todo a aquellos que tenemos la suerte de poder leer sus poemas en la lengua que la poeta mamó en su infancia. Nos lo hace sentir por partida doble, ya que Montserrat Villar publica en las dos lenguas maternas: el gallego y el castellano, aunque existan sentimientos, sensaciones y palabras de una de ellas que no tienen traducción exacta en la otra.

   Decía Gambrowicz que no era chino ni polaco. Apuesto a que algo parecido opina Montserrat Villar en el momento de escribir este libro: no es gallega ni salmantina o portuguesa. Sin embargo, el recuerdo de las palabras del poeta gallego Celso Emilio Ferreiro (“…falar a fala nai, / a fala dos abós que temos mortos”) la aproxima de una forma definitiva a la tierra gallega que la vio nacer y al idioma que mamó de niña y forma parte de su ser y de su personalidad. Por eso este libro, que es muchas cosas, es ante todo un regreso a la casa materna, a la tierra en la que nació y que define a la escritora en mucho de lo que ha sido y es su existencia, a la vez que no renuncia a mirar el mundo compartido en este teatro darwinista, verdadera selva de competición.

   Un prólogo extraordinario de Juan Carlos Mestre, igualmente poeta cuando escribe en prosa, introduce el libro de Monserrat Villar. Una afirmación de lo que hay -por ejemplo, “hay una casa para la niebla natal que sigue brotando del sueño de los antepasados”- (página 11). Y una definición de la poeta: “la pobladora de los espacios sin nombre, la vecina del sueño más necesario de los sueños, la amante de la libertad” (página 18), nos introduce en las tres partes en las que está estructurado el libro: “Soy”, “¿Dónde los hombres” y una tercera sección sin título, rotulada, como las anteriores por versos de Celso Emilio Ferreiro.

   En “Soy” se aglutinan los poemas que demuestran que Montserrat Villar nunca fue una escritora extramuros, no obstante estar en tránsito por circunstancias de la vida. Dieciocho poemas iniciados en Cortegada de Baños, su aldea natal, que se inician con una afirmación rotunda: “Yo soy de aquí / de esta       piedra y de esta niebla /de este monte que emerge…”. Versos, estrofas, poemas que patentizan la identificación de la poeta con Galicia, con el mar enfebrecido en los inviernos de Bayona… Y hablan también de su propia identidad, de sus cicatrices, agasajos de los años, pero” esperando la luz para recobrar vida”

   “¿Dónde los hombres?” es el lema de la segunda parte de este poemario, y en ella la escritora comparte afectos y aprecios con los otros, con los amigos que tanto le enseñan, con los que comparte no solo letras, en el fondo “mallas a la deriva”, sino abrazos solidarios. Poemas que traducen la inmensa solidaridad de la escritora. Poemas habitados por la adhesión, por el disimulo del dolor ante la propia casa que acaba de quemarse, por semejanzas cruentas y amargas, por el corte del crédito  de ternuras, por la mala conciencia de saberse cómplice de alambradas; por saber que la felicidad es en gran parte una utopía; por comprobar la ceguera ante el mundo que estamos destruyendo. Y en definitiva por darnos por vencidos sin plantar lucha ante la “no verdad y la no mentira”.

   Lo casi veinte poemas de la tercera parte que la autora no unifica bajo un título, responden fielmente a los dos versos introductorios del poeta gallego, referencia fundamental de este libro: citando una vez más a Celso Emilio Ferreiro, la autora es consciente de que no puede alejar sus palabras de todos los que sufren en este mundo. Es sin duda el lugar de la poesía más solidaria y reivindicativa. La beldad dura del mármol frente a la ternura como ya se vislumbraba en su poemario con versión gallega, Tierra de mármol y ternura. Monserrat Villar testimonia, sin cortapisas ni eufemismos, su visión dolorida de la realidad: esperanzas de vida, el obús que se precipita convirtiendo en arenas movedizas todo lo que sustenta los pies inocentes. O nos traslada a los campos de refugiados de Francia tranformados en Jungla, en campos de vergüenza. Poemas sumamente interpelativos frente al genocidio que eufemísticamente convertimos en naufragios. La poeta no renuncia a la lucha, pero llega un momento en el que no hay palabras ni manos que ahoguen el dolor de la injusticia. Son muchos los poemas que nos hacen ver que en el Mediterráneo naufragamos como sociedad; y muchos más los  que nos llegan al alma y nos estremecen: como “Oración por las silenciadas”, “Ciudad de Ciudad Juárez” o “Que nos duela siempre”.

En definitiva otra buena cosecha de versos, estrofas y poemas que le dan forma al personalísimo magma literario de Montserrat Villar. ¿Su estilo? Más que de estilo permítaseme hablar de carácter, de personalidad. Y estos poemas tienen ambas cosas. La palabra es su escudo enaltecido por medio de recursos estilísticos (metonimias, metáforas, sinestesias y todas las figuras semánticas) que producen en nosotros sensaciones de placer, pero también de dolor y de rabia. Por eso este libro de Montserrat Villar, sobre todo en la segunda y tercera parte, es forzosamente “intempestivo” en el sentido nietzscheano. Es inesperado quizás, pero no alejado de la realidad cotidiana. Los versos de Montserrat Villar absorben la emoción, a la vez que son un claro compromiso con todos los problemas y dolores del mundo.



Francisco Martínez Bouzas





Montserrat Villar González




Selección de poemas



Soy de aquí



“Yo soy de aquí

de esta piedra, de esta niebla

de este monte que emerge

en el medio de las risas del verano



Donde la memoria

se convierte en húmeda ceniza

de la roca, brotando niebla

a la espera de que escampe

y el sol despierte sin complejos.



Yo soy del ocre y el verde del otoño

del orujos y la acícula que crepita

en el magosto.”

(Pagina 21)



…..



Siempre el poema



“Dudé de ti antes de nacerme

quizás antes de que las sombras

tuvieran nombres



Absorbí las ausencias como agujeros

que las manos no tapaban.

Construí muros y lancé piedras

para olvidar el humano corazón.



Pero llegaste a desabrigar los silencios

arropándome con tu música

y el mundo comenzó a ser

siempre y todavía.”

(Página 36)



…..



¡No es un naufragio, es un genocidio!



“Cada poro de mi piel

acumula el salitre

que el llanto de inocentes lanza al mar

en el último intento de sobrevivirse.



Y me escuecen las heridas

que se abren con la rabia

que esta sinrazón agudiza.



Puedo llorar en el último intento de dar aliento

a los que ya silenciaron sus ojos.



Puedo gritar con iracundia de fiera

sobre los oídos de estos humanos sordos

que observan el mar desde un lujoso yate.

Puedo lamentarme, odiarlos y sangrar…



Pero no quiero, no puedo olvidar

que cada muerte se clava en mis poros

y necesito dejar de ser simplemente sal

y sentirme humana en medio de una humanidad

de tierra y compromiso con la vida de todos.”

(Pagina 82)



…..



No hay palabras



“No hay palabras que calienten

la comida de la miseria.



No hay miradas que abarquen

el vacio de la infinita soledad.



No hay manos que ahoguen

el dolor de la injusticia.



No hay ríos que laven

el olor a este agotador ruido

que nos invade.



No hay nada que yo pueda dejar

de sentir para no sentirme

así de absurda.”

(Página 84)

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