Montserrat
Villar González
Prólogo
de Juan Carlos Mestre
Lastura,
Ocaña (Toledo), 2019, 104 páginas
Tiene razón Montserrat Villar González al
afirmar que la lengua siempre suma. No solo la lengua, sino también las diferentes
culturas que tenemos la suerte de disfrutar en este país. Por eso la autora,
nacida en Cortegada de Baños (Ourense), pero transterrada a otro lugar,
reconoce que tiene la fortuna de tener dos lenguas maternas con las que se
comunica y percibe el mundo. La lengua no solo es la casa del ser, como dijo
Heidegger, sino una forma de habitar el hombre, de percibir el mundo y de
producirnos como humanos. La lengua, por otra parte y son palabras de Albert
Camus, es una patria. Ni la lengua ni la identidad nacional son conceptos
reaccionarios como en su día confesaba un Premio Nobel de Literatura
latinoamericano; una apreciación que hoy parece estar de moda en ciertas
opciones políticas que sueñan con el retroceso.
Desconozco si Montserrat Villar escribe
poesía para dar descanso al pecho melancólico - Cervantes dixit-, pero de lo
que sí estoy seguro es de que la buena poesía, y en Sumergir el sueño la hay en abundancia, nos hace sentir un nudo en
el estómago, sobre todo a aquellos que tenemos la suerte de poder leer sus
poemas en la lengua que la poeta mamó en su infancia. Nos lo hace sentir por
partida doble, ya que Montserrat Villar publica en las dos lenguas maternas: el
gallego y el castellano, aunque existan sentimientos, sensaciones y palabras de
una de ellas que no tienen traducción exacta en la otra.
Decía Gambrowicz que no era chino ni polaco.
Apuesto a que algo parecido opina Montserrat Villar en el momento de escribir
este libro: no es gallega ni salmantina o portuguesa. Sin embargo, el recuerdo
de las palabras del poeta gallego Celso Emilio Ferreiro (“…falar a fala nai, /
a fala dos abós que temos mortos”) la aproxima de una forma definitiva a la
tierra gallega que la vio nacer y al idioma que mamó de niña y forma parte de
su ser y de su personalidad. Por eso este libro, que es muchas cosas, es ante
todo un regreso a la casa materna, a la tierra en la que nació y que define a
la escritora en mucho de lo que ha sido y es su existencia, a la vez que no
renuncia a mirar el mundo compartido en este teatro darwinista, verdadera selva
de competición.
Un prólogo extraordinario de Juan Carlos
Mestre, igualmente poeta cuando escribe en prosa, introduce el libro de
Monserrat Villar. Una afirmación de lo que hay -por ejemplo, “hay una casa para
la niebla natal que sigue brotando del sueño de los antepasados”- (página 11).
Y una definición de la poeta: “la pobladora de los espacios sin nombre, la
vecina del sueño más necesario de los sueños, la amante de la libertad” (página
18), nos introduce en las tres partes en las que está estructurado el libro:
“Soy”, “¿Dónde los hombres” y una tercera sección sin título, rotulada, como
las anteriores por versos de Celso Emilio Ferreiro.
En “Soy” se aglutinan los poemas que
demuestran que Montserrat Villar nunca fue una escritora extramuros, no
obstante estar en tránsito por circunstancias de la vida. Dieciocho poemas
iniciados en Cortegada de Baños, su aldea natal, que se inician con una
afirmación rotunda: “Yo soy de aquí / de esta piedra y de esta niebla /de este monte
que emerge…”. Versos, estrofas, poemas que patentizan la identificación de la
poeta con Galicia, con el mar enfebrecido en los inviernos de Bayona… Y hablan
también de su propia identidad, de sus cicatrices, agasajos de los años, pero”
esperando la luz para recobrar vida”
“¿Dónde los hombres?” es el lema de la
segunda parte de este poemario, y en ella la escritora comparte afectos y
aprecios con los otros, con los amigos que tanto le enseñan, con los que
comparte no solo letras, en el fondo “mallas a la deriva”, sino abrazos
solidarios. Poemas que traducen la inmensa solidaridad de la escritora. Poemas
habitados por la adhesión, por el disimulo del dolor ante la propia casa que
acaba de quemarse, por semejanzas cruentas y amargas, por el corte del
crédito de ternuras, por la mala
conciencia de saberse cómplice de alambradas; por saber que la felicidad es en
gran parte una utopía; por comprobar la ceguera ante el mundo que estamos
destruyendo. Y en definitiva por darnos por vencidos sin plantar lucha ante la
“no verdad y la no mentira”.
Lo casi veinte poemas de la tercera parte
que la autora no unifica bajo un título, responden fielmente a los dos versos
introductorios del poeta gallego, referencia fundamental de este libro: citando
una vez más a Celso Emilio Ferreiro, la autora es consciente de que no puede
alejar sus palabras de todos los que sufren en este mundo. Es sin duda el lugar
de la poesía más solidaria y reivindicativa. La beldad dura del mármol frente a
la ternura como ya se vislumbraba en su poemario con versión gallega, Tierra de mármol y ternura. Monserrat
Villar testimonia, sin cortapisas ni eufemismos, su visión dolorida de la
realidad: esperanzas de vida, el obús que se precipita convirtiendo en arenas
movedizas todo lo que sustenta los pies inocentes. O nos traslada a los campos
de refugiados de Francia tranformados en Jungla, en campos de vergüenza. Poemas
sumamente interpelativos frente al genocidio que eufemísticamente convertimos
en naufragios. La poeta no renuncia a la lucha, pero llega un momento en el que
no hay palabras ni manos que ahoguen el dolor de la injusticia. Son muchos los
poemas que nos hacen ver que en el Mediterráneo naufragamos como sociedad; y muchos
más los que nos llegan al alma y nos
estremecen: como “Oración por las silenciadas”, “Ciudad de Ciudad Juárez” o
“Que nos duela siempre”.
En definitiva
otra buena cosecha de versos, estrofas y poemas que le dan forma al
personalísimo magma literario de Montserrat Villar. ¿Su estilo? Más que de
estilo permítaseme hablar de carácter, de personalidad. Y estos poemas tienen
ambas cosas. La palabra es su escudo enaltecido por medio de recursos
estilísticos (metonimias, metáforas, sinestesias y todas las figuras semánticas)
que producen en nosotros sensaciones de placer, pero también de dolor y de
rabia. Por eso este libro de Montserrat Villar, sobre todo en la segunda y
tercera parte, es forzosamente “intempestivo” en el sentido nietzscheano. Es
inesperado quizás, pero no alejado de la realidad cotidiana. Los versos de
Montserrat Villar absorben la emoción, a la vez que son un claro compromiso con
todos los problemas y dolores del mundo.
Francisco
Martínez Bouzas
Montserrat Villar González |
Selección de poemas
Soy de aquí
“Yo soy de aquí
de esta piedra, de esta niebla
de este monte que emerge
en el medio de las risas del
verano
Donde la memoria
se convierte en húmeda ceniza
de la roca, brotando niebla
a la espera de que escampe
y el sol despierte sin
complejos.
Yo soy del ocre y el verde del
otoño
del orujos y la acícula que
crepita
en el magosto.”
(Pagina 21)
…..
Siempre el poema
“Dudé de ti antes de nacerme
quizás antes de que las
sombras
tuvieran nombres
Absorbí las ausencias como
agujeros
que las manos no tapaban.
Construí muros y lancé piedras
para olvidar el humano
corazón.
Pero llegaste a desabrigar los
silencios
arropándome con tu música
y el mundo comenzó a ser
siempre y todavía.”
(Página 36)
…..
¡No es un naufragio, es un
genocidio!
“Cada poro de mi piel
acumula el salitre
que el llanto de inocentes
lanza al mar
en el último intento de sobrevivirse.
Y me escuecen las heridas
que se abren con la rabia
que esta sinrazón agudiza.
Puedo llorar en el último intento
de dar aliento
a los que ya silenciaron sus ojos.
Puedo gritar con iracundia de fiera
sobre los oídos de estos humanos
sordos
que observan el mar desde un lujoso
yate.
Puedo lamentarme, odiarlos y sangrar…
Pero no quiero, no puedo olvidar
que cada muerte se clava en mis
poros
y necesito dejar de ser simplemente
sal
y sentirme humana en medio de una
humanidad
de tierra y compromiso con la vida
de todos.”
(Pagina 82)
…..
No hay palabras
“No hay palabras que calienten
la comida de la miseria.
No hay miradas que abarquen
el vacio de la infinita soledad.
No hay manos que ahoguen
el dolor de la injusticia.
No hay ríos que laven
el olor a este agotador ruido
que nos invade.
No hay nada que yo pueda dejar
de sentir para no sentirme
así de absurda.”
(Página 84)