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jueves, 18 de abril de 2019

UN AMOR MALDITO PERO INCONTENIBLE


Palas y Héctor
Jo Alaexander
Acantilado, Barcelona, 2018, 119 páginas.

   


   Este es uno de esos libros que, o bien atrapa sin más al lector, o lo horroriza de tal modo que lo abandona sin más, porque toca de forma más bien benévola o comprensible el tabú del incesto. Esa práctica sexual que  no siempre fue tabú y que antropólogos de la talla de Lévi-Strauss encuadra en el contexto de las sociedades que se hallan estructuralmente relacionadas. Todo en el fondo es lenguaje y unos de esos lenguajes son las relaciones de parentesco, en cuya base hay una regla general la prohibición del incesto, que es a la vez cultura (propia de cada sociedad y cultura) y universal, y por consiguiente ley universal. Por lo mismo el tabú del incesto sería la puerta giratoria que abre el paso de la naturaleza a la cultura.
   Justamente todo esto es lo se que plantea en la novela de Jo Alexander, en la que se narra un amor, entendido generalmente como tabú y por consiguiente prohibido, entre dos medios hermanos: Palas que supera los veinticinco años y Héctor que apenas alcanza los catorce. Los dos, personajes cosmopolitas. Ambos habían puesto tierra de por medio, tras una primera experiencia siendo niños; vivían a miles de kilómetros, pero de nada sirvió: parecían predestinados a amarse para siempre por encima de las prohibiciones y prejuicios sociales y de la condena del círculo familiar.
   La autora ha manifestado que se siente atraída por la sensualidad oscura, algo característico en su hasta ahora no muy numerosa obra narrativa. Por la sensualidad que no deja de incomodarnos. La buena literatura es precisamente aquella que no deja indiferente a los lectores, sobre todo cuando estas relaciones consentidas y condenadas están expuestas con un alto grado de estética, sensualidad y belleza, que las aleja de lo desagradable y vulgar. La autora confiesa así mismo se siente muy atraída por la tragedia. Los personajes de las tragedias griegas están marcados por la fatalidad, igual que los de su novela, Palas y Héctor.
   En la vida adulta se había separado Palas de su joven medio hermano, Héctor, que vive en Londres. Se vuelven a reunir debido a un acontecimiento familiar, y lo que aconteció siendo niños revive con furia: una pasión incansable los atrae de nuevo a pesar de que intentan poner tierra de por medio y casarse con  otras personas.
   Es un amor imposible pero invencible reflejado en un texto muy breve sobre una relación consentida entre hermanos que la autora muestra sin eufemismos y al mismo tiempo sin vulgaridades, alejada igualmente de la concepción clásica griega que la hubiera convertido en tragedia violenta.
   Un tipo de historias muy antiguas que Jo Alexander tiene la suficiente sensibilidad para expresarla evitando lo soez, y lo pornográfico, con una sensualidad y belleza exquisitas. Pocas frases son más fuertes que esta: “Héctor reposó la cabeza en el vientre de Palas, se aferró a su cintura, ella lo rodeó con sus piernas.” (página 34). Entre ellos no existe conciencia de que les une ningún vínculo se sangre, sino que simplemente estaban enamorados. Se ven desnudos y les parece una imagen pura. Serán  incapaces de amar a nadie más porque, repiten, su piel escapa de sus cuerpos para estar con esa otra persona a la que la sociedad les ha vedado amar. Y su amor será imparable.
    

                                              
Jo Alexander

   Es importante reseñar que para la autora el conflicto del libro no está tanto en el incesto libremente consentido y en el amor que atrae como un imán gigantesco, como en las diferencias de edad. Un niña que en el pasado tiene once años se enamora de un bebé. Y es un amor que dura para siempre. Por eso la autora no condena explícitamente el incesto. Se limita a contar una historia de amor de dos personas que se aman de verdad. Se hay algo oscuro es la imposibilidad de ese amor ante la sociedad. Es el aspecto más complejo de la novela que parece encaminarse hacia la pulsión amor-muerte que se advierte en varias secuencias de la novela. Palas siempre se hace daño, se autolesiona. A Héctor le gusta que le hagan daño. En el fondo, una tragedia en la que la fatalidad no deja de tener un papel como en las tragedias griegas.

Francisco Martínez Bouzas

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