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viernes, 13 de abril de 2018

¿QUIÉN ES REALMENTE MAURICE LESCA?


Un hombre de talento

Emmanuel Bove

Traducción de Mercedes Noriega Bosch

Editorial Pasos Perdidos, Madrid, 2018, 202 páginas



   

   La primera oportunidad de poder leer en español a Emmanuel Bove (1895-1945) tuvo lugar con la traducción de Mes amis (1924), la novela que, interesada por su obra, publicó Colette. Un libro que proporcionó al autor un gran éxito. Será alabado por Rilke, Gide o Beckett, y Emmanuel Bove comienza a vislumbrar que puede tener un lugar en el mundo. Previamente, en 1921, había iniciado una carrera de novelista popular llegando a publicar diez novelas ligeras con el pseudónimo de Jean o Emmanuel Valois.

   Autor de al menos treinta y ocho novelas firmadas con su nombre -a veces publicaba hasta seis libros al año- en el periplo de una vida repleta de altibajos y rachas buenas o malas de la fortuna. Sus últimas obras, La Piege, Départ dans la nuit y Non-lieu fueron escritas en Argelia a donde se había trasladado huyendo de la ocupación alemana. Desde la década de los setenta, Emmanuel Bove es un figura reconocida como uno de los grandes narradores franceses del pasado siglo, especialmente a partir de que Peter Hancke tradujese sus obras al alemán, llegando a compararlo con Chéjov y Scott Fitzgerald.

   Un home que saveit, ahora traducido por Pasos Perdidos con el título de Un hombre de talento, es una de las últimas novelas de Bove. Escrita en 1942, no vio su edición hasta 1985.

   Aunque en la novela intervienen otros personajes, el principal y único protagonista es Maurice Lesca. Tiene cincuenta y siete años. Vive en un pequeño apartamento de la calle Rivoli con Emily, su hermana. Su vida transcurre como la de un modesto jubilado, a pesar de que había sido médico, profesión de la que desertó por falta de vocación. Hasta la llegada de Emily hacía sus propias compras, se preparaba la comida, se lavaba la ropa, cosía los botones. Pero no cobraba ninguna pensión. Ahora, lleva cinco años malviviendo con su hermana, aparentando lo que no es, desarrollando una problemática vida cotidiana, ni buena ni mala, pero muy superficial, reconoce él mismo. Pero estaba convencido de que los hombres de talento, especialmente los hombres de carácter siempre terminan teniendo éxito en la vida.

   Sin embargo Maurice Lesca en el fondo no sabemos lo que es: un hombre galante con su amiga la señora Maze a la que, no obstante, estafa; un embustero; un infeliz; un manipulador que sobreactúa en algunas ocasiones; un enfermo incapaz de llevar a buen término sus proyectos que constantemente planea. Con todo, sabe sacarle partido a su lacerante ineptitud. En realidad, Maurice Lesca anticipa las turbadoras obsesiones de algunos personajes de Beckett.

   La novela, excepción hecha de algún receso que al autor emplea para darnos cuenta de los antecedentes del protagonista y de su hermana, se reduce a narrar la rutinaria convivencia de un egoísta con su hermana, rodeados de un París, una ciudad dulce y brumosa, pujante de vida, de encuentros, con animados cafés y tiendas de negocios. En ese ambiente, Maurice Lesca deambula por las calles, observa, recuerda, se interroga sobre su propia condición alienada, piensa en las ocasiones perdidas y sueña con otras que llegarán; a veces conversa con su amiga librera sobre la que fantasea que podrá ayudar.

   No hay otro argumento en esta pieza. En el fondo, el lector se queda sin saber quién es realmente Maurice Lesca. A pesar de que nada sucede, Un hombre de talento es realmete un libro muy duro, en el que reluce la tremenda desilusión del autor en el momento en el que escribía la novela, al poco tiempo de su huída de Francia.

   Novela escrita con una gran parquedad de medios: diálogos aparentemente banales que, no obstante, revelan una gran profundidad psicológica. Frases breves, reiterativas, gusto por los detalles, por la elusión. En síntesis, una novela en la que lo que la hace interesante no es tanto una interesante trama argumental  como la tonalidad con la que está escrita.









Emmanuel Bove




Fragmentos



“-No me ha dejado terminar, querida. Estoy loco. Iba a decirle que estoy loco. Jamás, jamás, jamás habría ido a ver a se hombre. ¿Cómo ha podido creer que lo haría?. Usted me conoce. Yo hablaba…hablaba como un hombre razonable. Pero no soy razonable. Nunca lo h sido. Lo sabe de sobra. Hay que dejar las cosas como están. Hay que vivir. Hay que amar. No debemos pensar en todos los errores lamentables que hemos cometido,  ¿no es así, Gabrielle? Pero que le voy a hacer, a veces siento que soy una especie de Don Quijote. No puedo soportar que se atente contra las personas que me son queridas. Lo malo es que paso la mayor parte de mis días solo. Mi hermana, mi hermana…es como si no estuviera.”



…..



“A las cuatro volvió a salir para ir a ver a la señora Maze. Había estado reflexionando. Se había esforzado por salir de sí mismo, por juzgar su forma de actuar y analizarla con los ojos de los demás. Era evidente que algunos (Donguy, sin ir más lejos) podían pensar que el papel que desempeñaba en esta historia era de lo más ruin. ¿Quién era ese desgraciado venido a menos que no tenía ni para vivir y que se preocupaba tanto por el dinero de una mujer que estaba sola? Vivía con una hermana a la que no quería, una hermana que, por otra parte, tampoco parecía engañarse demasiado con respecto a él. Se había aprovechado de las  vagas aspiraciones de una de esas innumerables mujeres cuyos matrimonios han fracasado. Había representado el papel del amigo fiel. «Tiene que recuperar su dinero, créame». Y si insistía tanto era, por supuesto, movido únicamente por su afecto profundo y sincero y no, como ciertos individuos mezquinos insinuaban, porque pensase ese secreto que siempre habría una manera de apropiarse de ese dinero.”



…..



“Contemplándose desde fuera, se veía a sí mismo ahí, en esas calles sin encanto, pobremente vestido, con sus recios hombros encorvados, torciendo sin querer hacía adentro el pie derecho, con esa cara de garduña, tan fina, una cara de niño con triple papada, una cara terriblemente devastada en la que, incluso después de afeitarse, aún se percibían mil signos de envejecimiento, lágrimas de frío, cortes, grietas, pielecillas blancas y secas en los labios…A lo largo de su vida se había cruzado muchas veces con hombres de esas características, pero no les había prestado ninguna atención, hombres mucho mayores que él, vencidos por la edad, de quienes era imposible precisar si habían sido buenos o malos. Ahora se habían convertido en uno de ellos.”



(Emmanuel Bove, Un hombre tranquilo, páginas 47, 123, 147)

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