Julián
Herbert y León Plascencia Ñol
Malpaso
Ediciones, Barcelona, 2017, 119 páginas
Los “tratadistas” de este Tratado de la infidelidad, los escritores mexicanos Julián Herbert,
un autor ya clásico de la literatura temáticamente centrada en el norte de
México, y León Plasencia Ñol, un escritor que apuesta por escenarios más
internacionales, tienen el convencimiento de que la literatura jamás perdió
nada de vista. Resulta imposible concebir que la literatura se haya olvidado de
algo tan importante para la especie humana como el amor y el erotismo. Siempre
estuvieron ahí de forma expresa o tácita. Quizás con otros nombres. Pero la
literatura, ese juego infinito y a veces disparatado de palabras, ha recreado
innumerables historias eróticas. Desde El
Banquete de Platón, un plato delicioso para indagar en el amor de los
efebos, hasta Lolita de Vladimir
Nabócob, o los libros de Henry Miller, tal vez la muestra de un erotismo más
sexuado. Es posible que por eso estos dos mexicanos se pusieran de acuerdo para
escribir a cuatro manos este conjunto de relatos marcados, a primera vista, por
la sexualidad, por los asuntos amorosos, por las infidelidades de pareja, pero
también por algo más profundo e importante, aunque no llame tanto la atención:
las infidelidades de las personas a sí mismas.
Estructurado en tres partes (“Rastros en el
sendero”, “Serie B” y “Casi una novela”), los nueve relatos de la colactánea
comparten en buena medida la frase de
Ally Mcbeal, que formando un conjunto semántico con otras tres, colocan
los autores en las citas paratextuales del libro: “Es parte de lo bueno de la
vida: encontrar a la pareja perfecta y después cambiarla”.
En los relatos eróticos, la sexualidad ocupa
la centralidad de las tramas, y su narración produce ciertamente desasosiego en
el lector, porque reúnen las dos condiciones imprescindibles de la literatura
de este subgénero: tensión erótica, es decir la absoluta donación al lector no
solamente de la corporalidad física, sino especialmente de otra mucho más sutil
que tiene que ver con el placer imaginado. Darse por entero al lector para que
sienta placer como diría Roland Barthes. Y una aceptable elaboración literaria.
Mas, como ya quedó apuntado, el amor en estos relatos es también privación,
descarrío del propio ser, entendido como el fracaso de la fascinación amorosa.
Con el agravante de que su reemplazo solamente la remeda: escenas de sexo más o
menos apasionadas.
El relato que abre el libro, “Tarjeta postal
con el Tajo al fondo” es una buena muestra de ese trastrueque del amor por un
frenesí de sexo, lo que supone la primera muerte-error del protagonista. Él,
guionista de televisión, se reúne en Lisboa con Fernanda, una artista
conceptual, aprovechando la ausencia del marido, de viaje en China. Escenas de
sexo a todas horas que, sin que sean conscientes, dan paso al amor. Pero el
protagonista se traiciona a sí mismo, quizás por miedo a asumir
responsabilidades, renuncia al amor de Fernanda y vuelve a Madrid a “coger” con
sus aspirantes a actrices. Al mundo fácil y superficial de la televisión.
En otros relatos, priman enfoques distintos:
el profesor japonés, hábil en leer los registros femeninos mirando sus atisbos
a través de los ventanales del tren; las andanzas de un mexicano en La Habana
en búsqueda de putas, de “las pirujas más güeritas” (página 39). La segunda parte, “Serie B”, se
inicia con el único relato encabezado por una fotografía (“Internos en el
manicomio de la Castañeda”). Los protagonistas forman una horda de locos y el
relato incluye trece descripciones de imágenes exentas de cualquiera
connotación sexual, pero en las que se constata un fracaso, quizás el fracaso
más cruel de nuestra especie: buscaban la radiografía del corazón del universo
y solamente hallaron la foto de un hospital psiquiátrico inmundo. “Clementina”,
el segundo relato es un epítome de la
violencia proyectada sobre un amasijo de gatos y ejecutada sobre una mujer.
“Casi una novela”, la tercera parte,
compendia en realidad tres relatos unidos por el hecho de compartir un mismo
protagonista: Fuzzaro, un adicto al sexo. Y por desarrollarse en su mayor parte
en tierras niponas y retomar escenas explícitamente sexuales: sexo deglutido y
vomitado al compás de la música de Dylan y Miles Davis. En ellos hallamos a la
mujer amante de los coitos salvajes y de los libros de arte a la que le gusta
provocar las buenas conciencias. “Tokyo big diary” es el relato más extenso y
con un vehemente erotismo transitando entre sus páginas. En la tranquilidad,
armonía y automatismo del mundo oriental, la imaginación lúbrica así como los
ojos del protagonista, Fuzzaro, recorren el cuerpo de Shino y también las
blancas nalgas purísimas de una geisha que toca para ellos. En el diario, el
protagonista lo anota todo, incluido el desdoblamiento: Fuzzaro logra olvidar a
Nita, la mujer que se había apoderado de su alma, gracias a Shino, cuya
sexualidad que acepta de forma religiosa y sin pedir nada a cambio, logra que
de su vida salga Nita.
Un libro, sin duda, misceláneo. Con relatos
que exploran rincones de vidas, propias y ajenas. No en todos ellos se tematiza
la sexualidad. Hay otros centros de interés: estampas someras pero inquietantes
que también reflejan lo que somos. Escenarios que van desde Lisboa a Tokio. En
algunos ciertamente abunda el sexo que los autores entienden como posibilidad
de conocimiento del mundo y de nuestro propio interior. De ahí que el personaje
Fuzzaro, un voyeur adicto al sexo, no
dude en afirmar que el sexo es la purificación y que la promiscuidad “me salva
de ser yo”.
Todas las escenas de sexo y las que
aparentemente se alejan de él, son percibidas a través de miradas masculinas.
Pero si hay algo específico en este carrusel de deseo, sexo, posesión es la
ausencia de culpabilidad: relaciones adulterinas, traiciones promiscuas quedan
al margen de cualquier juicio de conciencia, suceden así de forma cotidiana y
no se le dan más vueltas. Añádase a esta ceguera a cualquiera culpa, otro
ingrediente importante en estos cuentos: por ellos vegetan tipos que ansían un
cosmos ordenado, pero que, ante las mujeres, se les desmorona, conscientes, sin
embargo, de que todo era un juego.
Y todo ello impregnado de humor negro, de
comentarios a veces grotescos, y escritos con un estilo ágil y vertiginoso,
frecuentemente desabrido, preñado de mexicanismo que le aportan colorido y
enriquecimiento lingüístico a los textos. Relatos, en resumen, en los que el
desasosiego se amalgama con el placer y con una invitación a ir más allá y
pensar lo sugerente o incluso lo obsceno, no como repugnante y subversivo, sino
como algo que forma parte de nuestro ser. Y sin olvidar que el tabú sexual
siempre ha sido un poderoso instrumento del poder y que este lo usa para el
sometimiento.
Fragmentos
“Por eso me fui a
ver a Fernanda.
Un día recibí un
correo de ella. Me decía que su marido estaba en China, que ella estaba sola y
aburrida y que se acordó de cuando éramos veinteañeros y cogíamos por todos
lados y a la menor provocación.
Estaba aburrido, lo
dije, y por eso me fui a Lisboa. Agarré de pretexto una asesoría e Madrid y de
allí tomé el tren por la noche.
De Lisboa tenía
muchos recuerdos y la conocía bien, o eso creía. Hay épocas que se vuelven
difusas en la memoria. Estuve en Lisboa cuando pensaba que algún día llegaría s
ser poeta. Era ingenuo. Ahora soy guionista y me aburren los poetas y sus
versitos. Me enamoré de Lisboa, pero me prometía que nunca más volvería. Ahí
estuvo mi error. Volver a la ciudad me lo recordó.
Fernanda se veía
más guapa. Se había recortado el cabello y tenía un halo de mujer madura.
Nos dimos un beso
en la mejilla y toamos un taxi.
En silencio.
Absortos.”
…..
“Métemela más,
susurraba la mujer. Así, cariño. Fuzzaro guardaba silencio, parecía concentrado
en otro mundo. Un mundo quizás distante, enrarecido por la fiebre que a veces
parecía tener. Una fiebre en sordina, una fiebre, pero no corpórea, quizá
mental. La mujer volvió a moverse espasmódicamente: ahora se chupaba unos de los
dedos. Fuzzaro hizo un movimiento rápido, con fuerza, que terminó por dañar a
la mujer: de sus ojos salieron unas pocas lágrimas, pero le pidió que no
parara. Gemía, y al fondo la trompeta de Miles parecía querer llevar el ritmo
de la pareja.”
…..
“Al verme, me
recibe y me lleva al baño. Me desnuda, prepara el agua, me lava a conciencia y
me talla con una esponja para erradicar cualquier impureza. Quiero que salga
Nita. Penetro a Shino con lentitud tántrica. Movimientos lentos, luego rápidos.
Alterno y ella me abraza con las piernas, susurra a mi oído. Luego prepara el
té. Nos sentamos para beber y se me ocurre otra foto más. Quiero verla
suspendida a media altura, amarrada con sogas, las manos a la espalda, la soga
alrededor de los senos, en la cintura, en una pierna para hacer contrapeso. La
posición requiere la fuerza de Shino, soporta el dolor. Quiero dejarla lo más
que pueda así, suspendida, en el aire de esta habitación a media luz. Es u
comienzo para obtener la pureza. Me siento en una de las esquinas de la
habitación, frete al rostro de Shino. Quiero ver los cambios.”
(Julian
Herber y León Plascencia Ñol, Tratado de
la infidelidad, páginas 11-12, 68-69,
101-102)
La promiscuidad y el adulterio son el plato principal de esta novela que como bien dices, no siente culpa alguna. Creo que sobre el tema, mis compatriotas, logran transmitir lo que sin duda buscan, o eso es lo que veo en estos fragmentos. Buscan tocar un tema que puede llegar a ser tabú para muchos, o sea sin rodeos, sin adornos, como acá en México decimos: "al chile", pero con cierta maestría sobre lo grotesco que puede llegar a ser. Los felicito y te felicito, por darnos esta reseña de literatura mexicana, la cual, no sólo por ser compatriota, aplaudo. Gracias, un abrazo.
ResponderEliminarUn tema siempre delicado ...
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