José Luís Peixoto
Traducción de Antonio Sáez Delgado,
Editorial Minúscla,Barcelona, 2017, 57
páginas.
Morreste-me
(año 2000) fue la primera incursión en la narrativa de José Luís Peixoto (Galveais,
Portugal, 1974), uno de los escritores actuales más reconocidos e interesantes
de Portugal. Con numerosas ediciones en lengua portuguesa y traducido a otros
idiomas, el español entre ellas. Vuelve a ser reeditado este año por Editorial
Minúscula en esa colección Micra, en la que la editora barcelonesa nos está
ofreciendo breves pero brillantes joyas literarias. José Luís Peixoto tardó un
año en escribir un libro de apenas 57 páginas, en la edición de Minúscula y él
mismo lo publicó por primera vez en edición de autor ya que Morreste-me iba a ser su primer libro.
Sin embargo, ese mismo año publicó su primera novela, Nadie nos mira que se hizo con el Premio José Saramago.
Te me
moriste es un texto plurigenérico, un libro que “vive en la orilla de los géneros”
como reconoce su traductor, Antonio
Sáez Delgado. En sus páginas se dan cita narración, autobiografía y poesía. Un
poema en prosa escrito con una carga de profundidad tan fuerte y sentida que
hipnotiza al lector. Su escritura se originó en una experiencia a la vez
dolorosa y transformadora: la muerte del padre. Y esa experiencia de la muerte
del ser querido contamina el resto de la obra de José Luís Peixoto, en la que
siempre está presente esa certeza: saber que un día moriremos. La muerte, un
tema tabú en las sociedades actuales, aunque es ella no solo la que marca el
tiempo, sino la que le da sentido a la vida.
Te me
moriste es un libro vivencial, que reproduce las difíciles vivencias que se
suceden en el período de duelo por la muerte del ser amado. Por consiguiente,
en sus páginas, no se juega con la ficción. Fue algo que aconteció, algo real.
El relato de la muerte del padre, el relato del duelo y a la vez un homenaje a
su figura; rescatar la figura paterna a través de la memoria.
En apenas 57 páginas, el hijo describe la
tragedia vital del progenitor que muere. La agonía paterna en una habitación
cualquiera de un hospital, respirando sofocado. Y sin poderlo evitar, surgen
los recuerdos de la infancia cuando el padre le entrenaba en la vida adulta.
Rememora al padre sentado en la mesa, la felicidad familiar humilde y sencilla.
El padre que lo construyó y edificó esperanzas en todo lo que tocaba. Pero
ahora el padre ha entrado en la muerte y ya no puede volver para protegerlo. Y
el hijo siente el dolor insular, a la vez que recuerda el rostro paterno
alejado ya para siempre, en el país que habita. Lo busca en los rincones de la
noche, inútilmente porque en la noche solo halla la negrura de la ausencia, en
la casa helada, en el silencio y en la penumbra, donde crecen los recuerdos y
los fantasmas. La figura del cuerpo paterno, frío, sin aliento, reviviendo el
silencio de los labios muertos.
Y en las páginas finales, la promesa hecha
al padre desaparecido de que será fuerte, de que el tiempo y la vida serán de
nuevo vida porque el padre ha quedado entero en todo el ser y en la existencia
del hijo.
José Luís Peixoto hace rezumar en su prosa
todo el dolor del duelo, el sentimiento privado de la muerte. Todo ello, en una
escritura estremecedora e intensamente íntima, sin caer, no obstante, en vanos
artificios, en afectaciones y sentimentalismos.
Canto de pérdida y de dolor en prosas
penetrantes, prosas elegíacas, con el tema de dolor por la muerte del ser
querido, articuladas por distintos tonos: apelativo, dramático, exclamativo. No
está ausente así mismo una cierta tonalidad panegírica, cimentada no en las
grandes heroicidades, sino en la vida sencilla del padre que enseña los caminos
de la vida al hijo: conducir la camioneta, regar las plantas sedientas de la
huerta familiar…
Descripciones intensas pero muy breves y
punzantes del pasado feliz que ya no retorna, del acompañamiento a alguien querido que muere cada día en un
hospital, provocando sin pretenderlo que la familia sangre por dentro. Esa
sangre dolorosa fructificará al poco tiempo en estas prosas de culto, capaces
de expresar en palabras sentimientos que se vuelven difíciles de verbalizar.
Fragmentos
“Hoy
he regresado a esta tierra ahora cruel. Nuestra tierra, padre. Y todo como si
continuase. Ante mí, las calles barridas, el sol ennegrecido de luz limpiando
las casas, blanqueando la cal; y el tiempo entristecido, el tiempo parado, el
tiempo entristecido y mucho más triste que cuando tus ojos, claros de niebla y
marejada lejana fresca, devoraban esta luz ahora cruel, cuando tus ojos
hablaban alto y el mundo no quería ser más que existir. Y, sin embargo, todo
como si continuase. El silencio fluvial, la vida cruel por ser vida. Como en el
hospital. Decía nunca te olvidaré, y hoy lo recuerdo. Rostros que se vuelven
desconocidos, desfigurados en mi certeza de perderte, en mi desesperación,
desesperación. Como en el hospital. No creo que puedas haberlo olvidado.
Mientras esperaba a mi madre y mi hermana, las personas pasaban ante mí como si
el dolor que me llenaba no fuese oceánico y no las abarcase también.”
…..
“Desde
la habitación, el olor oscuro, podrido de la enfermedad. El olor que aún hoy he
sentido en la habitación abandonada sola. He abierto los cajones de la cómoda,
te he buscado, he abierto las puertas del armario. He tocado las ropas que no
te vas aponer más y que te ponías, que recuerdo en tu pecho de carne, en tus
brazos fuertes, en las piernas blancas, delgadas que enseñabas en la playa y
con las que bromeábamos por ser tan delgadas y blancas, por ser piernas de
hombre que nunca habían tomado el sol. He visto las corbatas de colores que te
ponías antes de que yo naciera o que te pusiste cuando fuiste a verme a la maternidad, contento, tan
contento como me cuenta la gente, hablándome con tu voz tierna de hablar a los
niños, haciéndome suavemente caricias con tus manos gastadas por lo incansable
de construir, trabajar por nosotros. Y me he puesto tu ropa.”
…..
“¿Dónde
estás, padre, que me has dejado solo gritando, dónde estás? En la angustia, necesito
oírte, necesito que me tiendas la mano. Y nunca más, nunca más. Padre. Duerme, mi
niño, que has sido tanto. Y se me clava en el pecho no poderte oír, ver, tocar nunca
más. Padre, donde estés, duerme ahora. Niño. Eras un poco mucho de mí. Descansa,
padre. Ha quedado tu sonrisa en lo que no olvido, te has quedado entero en mí. Padre.
Nunca te olvidaré.”
(José Luís Peixoto, Te me moriste, páginas 9-10, 36-37, 56-57)
Muy interesante ...
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