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miércoles, 20 de septiembre de 2017

UNA MADEJA DE TRAICIONES Y DE SANGRE


1369
Juan  Rey
Algaida Editores, Sevilla, 2017, 470 páginas.

   

   Es indudable la transcendencia que la figura de Pedro I de Castilla y su reinado tuvieron en las artes y en las letras. Desde que el rabino Sem Tob le dedicó el poema “Consejos et documentos al rey don Pedro”, numerosos historiadores se posicionaron bien en contra, bien a favor de su figura. Su fama de cruel es el resultado de lo que escribió el canciller Pero López de Ayala en su Crónica de los reyes de Castilla, compuesta durante el reinado de su enemigo, asesino, sucesor y hermanastro, Enrique II, y que lo describe así: “Fue el Rey Don Pedro asaz grande de cuerpo, é blanco, é rubio, é ceceaba un poco en la fabla. Era muy cazador de aves. Fue muy sofridor de trabajos. Era muy temperado é bien acostumbrado en el comer é beber. Dormía poco é amó mucho mujeres. Fue muy trabajador en guerra. Fue cobdicioso de allegar tesoros é joyas (…)  E mató muchos en su Regno, por lo cual vino todo el daño que avedes oído”. Sin embargo, la tradición popular vio en este monarca un rey justiciero, enemigo de los excesivos privilegios de la nobleza y sus traiciones, y defensor de los humildes. Así mismo, en los siglos posteriores, su figura fue reivindicada por sus descendientes y por la misma realeza de la Casa de Trastámara que había fundado su asesino, Enrique II. Isabel la Católica prohibió que le llamaran cruel y, décadas más tarde, Felipe II ordenó que se le calificara de Justo.
   Muy presente en la literatura, tanto en el teatro como en leyendas, relatos y novelas, especialmente a partir del Romanticismo, debido al gusto de los románticos por la temática medieval. Incluso Arthur Conan Doyle lo incluye como protagonista de La Guardia Blanca (1891). Abundan así mismo novelas históricas escritas en español sobre la figura de Pedro I y llega incluso a aparecer como personaje en la ópera (Don Pedro el Cruel de Hilarión Eslava).
   Heredera de esa tradición literaria es la reciente novela 1369 de Juan Rey, ganadora del XX Premio de Novela Ciudad de Badajoz 2016, convocado  por el ayuntamiento de la ciudad extremeña, y cuyo título hace referencia al año en el que el monarca castellano fue asesinado por su hermanastro Enrique II, lo que supuso un cambio dinástico: la estirpe de los Borgoña cederán el reino a la casa de Trastámara debido a la razón y a la fuerza de un asesinato.
   La novela, de amplio formato y muy documentada, reconstruye la vida de Pedro I en un tiempo especialmente convulso: la primera guerra civil de las muchas que asolaron la historia de España. Una guerra de Pedro contra sus hermanastros, sus primos, la nobleza, el reino de Aragón. El autor, tal como se escribe en la sinopsis de la contraportada, indagó en el hombre oculto detrás de la figura ese rey que revelan las crónicas e interpretan los historiadores. Un rey para quien la crueldad fue su única forma de supervivencia, aunque las medidas de la crueldad que empleó Pedro, fueron las mismas que las que movieron el comportamiento de todos los reyes de la época.
   El relato novelesco da comienzo con la presentación de un joven adolescente contemplado al halcón que vuela por los cielos sevillanos. Muy pronto le tocará suceder a su padre, el rey Alfonso XI, que muere víctima de la peste negra. Su padre le había mantenido alejado de la guerra y de sus cuatro hermanastros habidos con su amante Leonor de Guzmán que se comportan como verdaderos príncipes, mientras que el hijo del rey y de su esposa, María de Portugal (Constança), es un simple estudiante de dialéctica. Pero muy pronto tendrá que aprender a reinar, manipulado primero por su madre y su tiastro y amante de la madre, João Afonso de Alburquerque. Un agrio y dificultoso aprendizaje que le forzó a desconfiar de los que le rodean, porque tanto su madre como João Afonso que es quien maneja la corte, y toda su familia de sangre terminan engañándolo de una forma o de otra. Todos ansían su parcela de poder o dar cumplimiento a sus venganzas personales. La relación con sus hermanastros, especialmente con el primogénito Enrique, es un verdadero carrusel de engaños, reconciliaciones y nuevas traiciones. También las mujeres, Constança reina de un reino -veinte años sufriendo y llorando- y Leonor reina de la pasión de Alfonso XI, fraguan sus venganzas, ejecutando la reina a sus contrincante amorosa, aunque nunca dejará de llorar.
   La novela no oculta las lecciones de crueldad de Pedro con los perdedores; tampoco su atracción enfermiza por las mujeres que llega  a subyugarle. Pero tras el sexo, todo concluye en la soledad. Devora a las doncellas, según la expresión de João Afonso que es quien se las proporciona, entre ellas la que, durante toda su vida, será su único amor verdadero y su reina: María de Padilla. Pronto acabará con el ninguneo del portugués y de su madre y será él quien tome las riendas del reino, rodeado de arpías y minado su reinado por la labor de zapa de sus hermanastros bastardos.
   

                                            
Retrato idealizado de Pedro I (Consistorio de Sevilla)
  

   A sus espaldas se fraguó su matrimonio con Blanche, sobrina del rey de Francia que nunca será consumado. Una maniobra calculada entre la madre, el valido portugués y el papa de Aviñón. El relato se convierte poco a poco en un auténtico catálogo  y escaparate de traiciones y reconciliaciones. También de cadalsos, muertes y rumores de que Pedro no era hijo del rey Alfonso XI ni de Constança, sino de una joven campesina judía, cuyo hijo habría mandado secuestrar el portugués. Un rumor que se encarga de difundir el mismo papa. El rey elimina a su familia, su madre incluida, pero Castilla no conoce la paz: “Mientras el rey se adentra cada vez más por las tenebrosas sendas del delirio, el reino navega a la deriva por un piélago de traiciones, muertes, deslealtades, delaciones, asesinatos, exilios, acusaciones, venganzas, silencios y deserciones” (página 361).
   Juan Rey no hace uso en el desenlace de la novela de la conocida frase que se le atribuye a Bertrand du Guesclin: “Yo no quito ni pongo rey, pero ayudo a mi señor”, porque en la crónicas no aparece ni la escena ni la frase. Reproduce, sin embargo, desde la ficción la emboscada y el asesinato de Pedro I que el autor, echando mano de una concepción visual de la literatura, resuelve con un montaje donde los nobles y mercenarios partidarios de Enrique se transforman en perros, en mastines: sus colmillos convertidos en puñales.
   Un narrador omnisciente relata una historia de traiciones y sangre con un estilo a la vez potente y poético. El resultado es una pieza que se ajusta a las convenciones del subgénero de la novela histórica, o quizás, para ser más precisos, de la nueva novela histórica: múltiples puntos de vista, distorsión de los datos historiográficos, tiempos simultáneos y anacronismos, revitalización del pasado con una proyección pretendidamente realista. Mas todo ello narrado desde el territorio de la ficción que, como marcador semántico, trastorna todo lo que toca, convirtiéndolo en ficción que anula la historia o buena parte de la misma, si bien la ilustra bellamente. Es esa la función de la literatura, también en la reconstrucción de la existencia y la larga serie de luchas, percances, sangre, traiciones y muerte del rey castellano Pedro I que, cuando accedió al trono, “aún le faltaban dos cochuras”, como dijo con socarronería el cortesano y gran prosista de la lengua castellana, don Juan Manuel.

Francisco Martínez Bouzas


Juan Rey


Fragmentos

“Es la madrugada del veintitrés de marzo de mil trescientos sesenta y nueve cuando siente un abrazo que lo inmoviliza. Hace frío porque en Castilla hace frío en primavera y porque con las prisas va ligero de ropa. Son seis, ocho, diez brazos que lo ciñen en la oscuridad. Son cuerpos como sacos de trigo que lo emparedan y aprisionan. Nota un olor acre, a vino rancio y guiso de cebolla, y quizás en la mejilla el picor de una barba descuidada. Oye un leve murmullo de voces en no sabe qué lengua, palabras sueltas, apenas bisbisadas que surgen del silencio y desaparecen en la profundidad de la noche que todo lo envuelve y todo lo camufla. El reclamo de un búho rompe el silencio y este canto melancólico lo transporta a muchos años atrás, cuando, siendo un muchacho, se refugiaba en la ribera del río.”

…..

“Fue a la noche siguiente cuando Pedro y María por primera vez  se entregaron con una pasión que duraría hasta que muchos años después la muerte le arrebatara a su adorada muchacha de cobriza cabellera. Contra el amor que Pedro sentía por María y ella le correspondía con cada gesto, cada palabra, cada mirada, nada pudieron los ruegos de su madre, las exhortaciones del portugués ni los consejos de su tía. Contra ellos, el sempiterno muchacho desvalido y la doncella de suaves palabras que se amaban contra los designios del destino, de nada sirvieron las excomuniones del papa, las intrigas palaciegas ni las rebeliones nobiliarias. Nada excepto la enfermedad pudo contra el amor que entre ellos surgió sin que João Afonso lo instruyera a pesar de ser él quien había llevado a María a la alcoba del rey para distraerlo. El portugués jamás pudo imaginar el efecto que tendrían las palabras de María en el pecho de Pedro. Habrá otras mujeres, otras aventuras, todas fugaces, pasajeras, porque él siempre regresará a María, la única mujer a la que abre y entrega su maltrecho corazón para que se lo cure con su bálsamo de amor. Y es en estos recuerdos dispersos en los que busca refugio mientras la noche avanza y él se defiende del frío y la humedad con un brasero y una manta frente a las murallas de Gijón.”

…..

Tyrannum occidere non modo licitum est sed aequum et iustum. Este es el argumento al que recurren los firmantes del pacto para declarar la guerra al rey de Castilla. Pedro es un tirano y matarlo no solo es lícito sino justo y legítimo. Otra razón para arrebatarle el trono. El asesinato de Samuel Leví no ha lavado la infamia de su origen judío. Tampoco nombrar a Gonzalo Yáñez de Cantillana tesorero mayor lo hace cristiano. Por las venas del rey corre sangre judía, insisten los rumores, como judíos son los médicos, prestamistas y arrendadores de su corte. Hasta las doncellas que alguna vez han dormido con el rey juran ante obispos y arzobispos que tiene rebanado el prepucio. No solo los judíos son sus amigos. También los granadinos. Moros eran los albañiles que construyeron el alcázar de Sevilla a imitación del palacio de Granada y moros los soldados que en la guerra de Aragón tomaron Ariza, mataron a los hombres y violaron a sus mujeres, honrados cristianos todos ellos, y luego incendiaron las iglesias. No es hijo del rey Alfonso y tampoco buen hijo de la Iglesia. Es un rey despótico, crudelísimo, sanguinario.”


(Juan Rey, 1369, páginas 17, 140, 385)

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