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domingo, 30 de julio de 2017

UN ASESINO DISECCIONA LAS FALSAS IDENTIDADES



Apoteosis de las perchas

Xesús Constela

Traducción de Belén Poutón

Pulp Books (sello de Rinoceronte Editora), Cangas do Morrazo, 2017, 98 páginas.



    
   
   Ya en As humanas proporcións, la colectánea de relatos ganadora del Premio de Narrativa Torrente  Ballester  en el año 2003,  Xesús Constela le ofrecía al lector un relato, “Algorítmos”, subtitulado “Divertimento alfanumérico”. Otro “divertimento”, esta vez “napolitano”, es el que aprovecha el autor para encuadrar la trama de esta breve novela. El término “divertimento” se suele aplicar en literatura a los microrrelatos o a una serie de textos, de diversa naturaleza, en los que la brevedad, la ironía y el humor navegan a sus anchas. En efecto, en Apoteosis de las perchas, cobran una cierta primacía, si bien sin excluir otras dimensiones, la del thriller por ejemplo, situaciones y tonalidades aparentemente humorísticas y absurdas que a veces llegan al esperpento.

   Apoteosis de las perchas es una novela corta cuyo principal protagonista, Tommaso Bonnano,  cuenta la historia del mendigo Tommaso Bonnano que arrastra su existencia por los barrios napolitanos. Los vecinos lo consideran inofensivo; jamás había intentado hacerle mal a nadie. Pero un buen día, le propina una descomunal paliza a un desconocido. Los carabinieri  le esposan sin que oponga resistencia y, en el interrogatorio, desmiente que esté muerto como pensaban los agentes, porque “desaparecer y estar muerto son cosas muy distintas” (página 18). Bajo otra identidad, la de Ernesto Basile, había trabajado un  lujoso crucero del que había desaparecido sin dejar rastro, instalándose en Via dei Tribunale, donde vive a cuerpo de rey debido al buen trato que le proporcionan los vecinos. En un interrogatorio, en el que es él quien lleva la batuta y el ritmo, descubre su pasado a bordo del Spirit of the Seas en el que realiza diversos trabajos hasta llegar a ser camarero del salón de primera clase. Su máxima  callar, observar y obedecer le había permitido alcanzar ese puesto. En primera clase, se impone sobre otros olores, el del dinero.

   En una de las travesías, en marzo de 2009, descubre las “odiosas perchas”: los nuevos ricos, míseras perchas sin otra substancia que el vacio material que sostiene lujosos vestidos y joyas. Tommaso parece poseer un sexto sentido para descubrir esas falsas apariencias, las dobles identidades (“patatas que quieren parecer piñas”), de las que se venga: en un primer momento con laxantes, detergentes y escupitajos como especial aderezo para los cócteles que prepara.

   Sobresalen por encima de las demás cuatro perchas que lo que quieren es estar juntas; maniobran para tener sexo hasta desplegar la gran apoteosis triunfal: la ceremonia que, rememorando a los antiguos romanos, las consagre al nivel de los dioses o héroes del dinero.

   En ese mismo viaje, unos operarios descubren en el barco los cadáveres de cuatro pasajeros. Y que un camarero, Tommaso Bonnano, alias Ernesto Basile, se encuentra en paradero desconocido. Los asesinatos y su desaparición lo convierten en sospechoso ante los ojos de los carabinieri. Mas la narración, en un giro radical, descubre que las apariencias engañan y, desde ese momento, adquiere el marchamo de un thriller cuyo desenlace descubre el lector en las páginas finales.

   Xesús Constela ofrece al lector una historia sencilla con un final imprevisto que logra las metas propias del divertimento: recrear mediante una trama sin grandes complejidades pero que, con humor e ironía, descubre y deshilvana las falsas identidades, la hipocresía social, las engañosas y ostentosas apariencias. Y lo hace mediante la confesión de un tipo que se escapa de la casa familiar siciliana porque no soporta, ni el olor ni las escamas, ni las tripas del pescado. Inventa un nombre con el que cruza Italia y acaba como camarero en el salón más lujoso de un barco de crucero. Desde esa atalaya privilegiada, clasifica a los personajes como personas de verdad o como perchas. Crítica despiadada, en definitiva, de las aparentes identidades, del barniz que puede proporcionar el dinero, pero también de los cruceros de lujo, de la explotación laboral de los empleados que en ellos trabajan, de los salarios en negro… Todo ello dosificando el autor la confesión del protagonista que rompe los esquemas y las premisas de la policía. Al lector le resta la satisfacción de descubrir que el camarero y el mafioso asesino coinciden en la descripción de las perchas.



Francisco Martínez Bouzas



                                                 
Xesús Constela


Fragmentos



“Fue el frutero, don Giusseppe Montanari, quien, nervioso a más no poder, llamó por teléfono a los carabinieri. Vengan rápido, por favor. Nunca he visto una desgracia tan grande. Un mendigo que lleva varios meses viviendo en el soportal junto a mi negocio, aquí en Via dei Tribunali, acaba de darle una paliza monumental a un hombre. (…) Sí. Está tumbado en la calle en medio de un charco de sangre enorme. (…) No, por supuesto que no. (…) Nadie se ha atrevido a tocarle, lo único que hicimos fue alejarlo del mendigo. No tuvimos tiempo de hacer nada. ¡Vengan pronto, por lo que más quieran! (…) No les puedo contar mucho más, porque no vi lo que pasó, que estaba descargando unas cajas de fruta que había traído en la furgoneta cuando escuché los gritos de mi señora llamando por mí. ¡Giusseppe!, ¡Giusseppe!, ¡corre, ven! Parecía aterrorizada. Me di la vuelta para saber lo que estaba sucediendo y no daba crédito a lo que veía. El mendigo le estaba pegando a un tipo que pasaba por la calle, un hombre con un abrigo negro muy largo, con una barra de hierro que uso yo para bajas la persiana de la frutería. Y menuda forma de atizarle.”



…..



“La primera vez que vi una percha fue hace alrededor de cuatro años, puede que cinco. El Spirit of te Seas acababa de partir de la Terminal Crociere del puerto de Génova y, para mi horror, vi entrar en mi salón a la pasajera más espantosa que puedan concebir. Llevaba una peluca rubia y los labios pintados de un rojo chillón y verdaderamente nada elegante. ¡Parecía un semáforo diciendo peligro, peligro! Viajaba acompañada de otra percha que a todas luces no estaba en el lugar que le correspondía y se hacía pasar por su pareja. ¡Por favor! ¡Si ni siquiera sabía desenvolverse con los cubiertos en la mesa! Fíjense: la primera vez que les vi cenar fue precisamente mientras el Spirit of the Seas viajaba de Génova hacia esta ciudad de Nápoles para la primera escala, ¿y saben lo que pasó? Pues que cuando acabaron la cena él pidió que le llevase un palillo. Madonna mia! ¡Un palillo! ¡Pretendía limpiarse la dentadura allí mismo, en mi salón, delante de todos los demás pasajeros! ¡Qué vergüenza!”



…..



“Un día me montó una escena absolutamente intolerable delante de la barra de cócteles del salón. ¡Este brebaje repugnante que me ha servido en la copa no tiene nada que ver con lo que ponía en la carta! ¡Hágame otro de inmediato! Gritaba como un loco enfurecido. Le pido mil disculpas, caballero, le contesté. No hay motivo para preocuparse, le dije con la mejor cara de buena persona que pude poner. Ahora mismo le preparo una especialidad mía que a buen seguro será de su agrado. Fue lo único que se me pasó por la cabeza para contestar a tamaña grosería. Lo agasajé con una de mis mejores sonrisas, le retiré la copa, me di la vuelta para darle la espalda y comencé a echar en la coctelera los ingredientes para hacerle una nueva combinación. Le preparé un cóctel delicioso inventado por mí para casos como este, que gracias a Dios no eran abundantes: dos medidas de vodka, un tercio de menta blanca, un cuarto de curasao rojo y, lo más importante, un más que generoso chorro de jabón de fregar los platos y un buen escupitajo de producción propia. Aquí tiene, caballero, e insisto en reiterarle mis disculpas. ¡Le encantó! ¡Se relamió de gusto! Incluso se acercó a la barra para pedirme otro que yo le hice con mucho placer. Mi cóctel había desactivado completamente la detonación de furia del muy gandul. No se imaginan ustedes la cantidad de veces que se lo volví a servir en todos los días que duró el crucero. Copo de Nieve bebió más detergente lavaplatos que el propio fregadero donde yo ponía las copas que tenía que lavar. ¡Todavía no puedo entender cómo no echaba burbujas por la boca al hablar!”



(Xesús Constela, Apoteosis de las perchas, páginas 13, 37, 50-51)

3 comentarios:

  1. Me gustan muchísimo las novelas con el estilo diferente de dar al lector una investigación, por llamarlo de alguna manera, del comportamiento social y de las distintas emociones, permitiendo a quien lo lee que vaya encontrando en lo que en un principio parece un absurdo, la realidad planteada.
    El último párrafo de los fragmentos me hizo reír, porque en el fondo es el temor del cliente cuando devuelve algún alimento, así que hay que hacerlo de la mejor manera o de lo contrario levantarse e irse. Pero eso deja también de manifiesto que todos dependemos de todos, que todos somos "el otro" de los otros, que siempre hay una forma de hacernos escuchar, de estar presentes en una sociedad tan desigual como ésta en la que se vive en la mayor parte del mundo.
    Muy interesante y amena tu crítica de hoy. Un saludo afectuoso.

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    1. Aciertas plenamente en tu valoración de mi reseña. Muchas gracias, una vez más. Lo que comentas sobre el último párrafo es ciertamente divertido, pero refleja una situación que ocurre (o puede ocurrir) a menudo. La "medicina" que tú propones es la adecuada: levantarse e irse antes de que algún camarer@ o cociner@ desaprensivo le lance un escupitajo al plato que has rechazado.

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