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miércoles, 7 de junio de 2017

EL MAR DE FONDO DE UNA FAMILIA



El ocaso de la familia Portela
Noa Pérez González
Traducción de Belén Poutón
Pulp Books  (un sello de Rinoceronte Editora), Cangas do Morrazo (Pontevedra), 2017, 124 páginas.

   Pulp Books es el sello editorial que en la actualidad más ficción traduce del gallego al español. Libros por lo general de pequeña o mediana extensión que, sin embargo, albergan tramas muy atractivas. Uno de los dos últimos es El ocaso de la familia Portela de Noa Pérez González  que vio su primera luz en gallego en el año 2015. Con esta pieza ficcional debutaba la autora en el género novelístico. La novela es una pieza ficcional de formato breve que posiblemente no se convertirá en bestseller, pero que puede tener un digno recorrido por las letras españolas, como hace dos años lo tuvo en la narrativa gallega.
   La autora nos sumerge en el mar de fondo de una familia de buena posición social y también de buen patrimonio, que vive en Vigo y en el Bajo Miño. Pinta las interioridades y secretos de esta familia, los Portela, en el periodo que va desde la Guerra Civil hasta los años setenta del pasado siglo. Y, a la vez que realiza esa inmersión, nos deja percibir con gran realismo y verismo los distintos climas humanos y sociales de la época.
   Noa Pérez González le otorga el protagonismo y la voz narradora a una de las primas Portela, Guadalupe, que recuerda el cenit y el ocaso de los Portela, y también su fatalismo. Escribe la crónica familiar para que sus sobrinos, hijos de la prima que se rebeló, sepan que, en el pasado, la familia Portela había venerado un puñado de flechas. Y así mismo para que conste que todos, incluida ella misma, habían sido cobardes. También para revelarles sus calumnias de falsarios. De esta manera, la historia de los Portela se transforma en un verdadero ajuste de cuentas con una familia que puede ser vista como un paradigma de los núcleos familiares tradicionales y poderosos en los años de la dictadura franquista.
   La autora describe con trazos firmes, basándose sobre todo en sus actuaciones, a los distintos miembros de la familia Portela, comenzando por el abuelo Elías, el primer amo del gallinero que fallece debido a una enfermedad de transmisión sexual, contagiado por una viuda experimentada. Al tío Pascual, apodado Santísima Trinidad porque había conseguido tres licenciaturas, tan mujeriego como su padre, pero alejado para siempre del género femenino por obra y gracia de una moza  medio hermana con la que estuvo a punto de cometer incesto. Al tío Francisco, un invertido, un delito repugnante en aquel tiempo, que durante toda su vida estuvo mal casado. Mas el relato se centra de una manera privilegiada en la manzana podre y estigmatizada, la prima Clara María, la única valiente de la familia, y en la vida insípida de la tía Emilia a la que el clan familiar le había cortado las alas, obligándola a alcanzar la asepsia sentimental mediante el olvido.
   En la familia Portela, confiesa la voz narradora, era difícil ser niño, y mucho más ser niña. La educación de las niñas era muy rígida sobre todo con relación a los contactos con el sexo masculino. Fueron algunos de los grilletes que atraparon las adolescencias femeninas porque los Portela forman un clan que rechazaba a los miembros que no siguen las normas del propio clan, impuestas por los más viejos. Y si bien ninguna de las mujeres de la segunda generación quiso emular los comportamientos de la primera, la voz de la protagonista retrata con maestría la perversidad y la hipocresía de las cinco primas Portela: todas ellas se limitan a sonreír cuando era preciso sonreír y a asentir cuando la ocasión lo exigía. Tímidas y recatadas en sociedad, mas verdaderas harpías, siguiendo el ejemplo de los mayores, si las azuzaban contra alguien. Y tal como solía acontecer en aquellos años, las adolescentes Portela habían interiorizado, en buena medida por los sermones torrenciales de un tío cura y las  mojigaterías de  las monjas del colegio, que el cuerpo femenino era pecado. Sin embargo, por las filtraciones de los adultos, las primas sabían de los adulterios, amantes, crímenes pasionales, concubinatos, abortos clandestinos, de los habituales desórdenes en las conductas masculinas o de la existencia de mujeres malas.
   A pesar de su brevedad, la novela reconstruye una buena parte de la memoria histórica en los primeros días de la Guerra Civil en el Bajo Miño: los huidos fusilados, las delaciones y traiciones, la represión brutal que provocó el asesinato de muchas personas; lo mensajes de miedo, el alejamiento de la escuela, por desafecta con el régimen, de la tía Emilia, a la que le aniquilaron la esperanza, pero que fue uno de los pocos miembros de la familia Portela que tuvo alas para volar.
   Acierta la autora con el estilo de la prosa, teñida a veces con tonalidades expresionistas, otras fascinada con resplandores líricos. Anoto en el debe de la novela el hecho de que el relato se extravía en ocasiones en historias secundarias de alguno de los miembros de la familia, por ejemplo, la convivencia de Leonora, amiga de madre de  Guadalupe, con sus dos maridos. Historias que solamente de forma circunstancial tienen algo que ver con el hilo narrativo principal, la crónica de la familia Portela. Una circunstancia, no obstante, que no dificulta la lectura, ni empaña el debut de una nueva narradora en el género novelístico.

Francisco Martínez Bouzas

Noa Pérez González


Fragmentos

“No está de más conocer que a Elías Portela le entraba un apetito descomunal después de hacer el acto amatorio, hasta el punto de que Inés, en sus años al servicio como cocinera en la casa de la calle Soutelo, había decidido cerrar con llave cada noche la puerta de la despensa para ahorrarse disgustos. Y escondía la llave de esta dentro de la artesa, entre la harina. En la calma serena de la noche, después de sentirse, llegados desde el dormitorio del matrimonio, los rugidos concupiscentes del señor, y luego los estertores con los que se ponía fin a estos deleites nocturnos, se oía el crujir  de los pasos del abuelo hacia la cocina. La avidez del abuelo Elías era tal que el muy glotón, pensaba Inés, podría devorar después de aparearse un cerdo entero y sería capaz de de beberse una cuba de vino. Al encontrase con la puerta cerrada, el gigante regresaba bajo las mantas con los pies fríos, provocando los lamentos de la señora Mercedes, que ya entonces padecía de reuma.”

…..

“El propietario del balneario, el actual patrón de aquella casa, los odiaba porque le hacían concebir lúbricos desvaríos con su querida esposa y el difunto marido como protagonistas. Los celos lo habían enloquecido, y ya que estos no atienden ni a las leyes del paso del tiempo ni a las de la muerte, amparado por la más mínima excusa, Mauricio descargaba duros golpes en el lomo de los dos animales, que lo miraban con ojos apesarados, incapaces de comprender su culpa. Para él aquellas criaturas selváticas encarnaban el pecado de la fornicación. Y aquel extraño adulterio de su señora de carnes firmes con una sombra del más allá, forjado por su ardiente invención, lo mantenía siempre en guardia, con los nervios quebrados.
Al contemplar la exótica animalia, cobraban vida en su imaginación provocadoras estampas de su mujer medio denuda en la selva, con las blancas carnes entregadas a las caricias de un par de manos morenas y peludas, que pertenecían sin duda al legitimo esposo, el primero de los dos. Mauricio había visto su rostro en dos pequeños álbumes que Leonora atesoraba en el dormitorio, y que luego él se ocuparía de hacer quemar, con el falso argumento de que las cubiertas de cartón estaban estropeadas por las polillas.”

…..

“La tía Emilia tenía siempre los ojos llorosos, y nosotras pensábamos que era por culpa del moño, demasiado tirante, que restaba belleza a su rostro de rasgos delicados. No fue hasta mucho más adelante, cuando cayó en mis manos una correspondencia cursada entre mi madre, Margarida, y unos parientes de Puerto Rico, los Quintela, comerciantes de quincalla que habían hecho emerger un auténtico emporio al otro lado del mar, que supe algunas cosas que nos habían sido ocultadas sobre esta mujer de apariencia apática.
Mamá había escrito a sus familiares puertorriqueños sobre su hermana, Emilia, y ella misma, describiendo lo que hacían en la época en la que dejaron atrás la casa familiar de la calle Soutelo, para irse a estudiar. Parece que como las hermanas se llevaban apenas un año, habían cursado juntas magisterio, en Pontevedra, durante un par de grados. En este tiempo habían vivido las dos en una pensión para señoritas, situada encima de un almacén de ferretería, detrás del Teatro Principal.”

(Noa Pérez González, El ocaso de la familia Portela, páginas 16, 33-34, 67)

1 comentario:

  1. Gracias por tu reseña, siempre algo lindo nos das a leer, me parece interesante la historia en torno a la guerra civil y las vivencias de esta familia, me encantará leer a esta nueva autora. Un abrazo.

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