Marta Sanz
Editorial Anagrama, Barcelona, 2017, 201 páginas.
“Narradora proteica, astuta novelista”, así
definía, en el año 2014, Rafael Chirbes a Marta Sanz en el prólogo de La lección de anatomía, un viaje
autobiográfico de la escritora, percibido, no obstante, como una pieza de
ficción. Literatura del yo, un juego que la autora planteó como un artificio de
realidad y fabulación. Si en aquel particular autorretrato la mujer Marta Sanz
se desnudaba ante los lectores desde el día en el que su madre la parió hasta
el momento presente, con una edad entonces de cuarenta años, en Clavícula Marta Sanz literaturiza de
nuevo la existencia del personaje Marta Sanz, mas desde una perspectiva mucho
más particular: los “inmensos desajustes” -palabras del subtítulo- que se
traducen en múltiples dolores somáticos, psicológicos, psicosomáticos; los
dolores provocados, sobre todo, por la sobreexplotación con la que son castigadas las mujeres en las
sociedades actuales con la coartada de la crisis, por el machismo y la larga
sucesión de mentiras propias de las sociedades neocapitalistas y de otras que
se ufanan de no serlo.
Si algo define a Clavícula es el hecho de que es un libro donde impera el
fragmentarismo. Múltiples materiales: anotaciones al estilo de un diario,
reflexiones ensayísticas, un amplio registro de anécdotas, un relato de un
viaje, correos electrónicos, alguna fotografía y un poema profundamente
doloroso. Pero todo ello sustentado por una gran coherencia interna y una
tonalidad que impacta al lector, especialmente por la sinceridad y crudeza en
la manifestación de opiniones y sentimientos muy íntimos que tendemos a ocultar
o a enmascarar.
Una original propuesta literaria en la que
Marta Sanz desarrolla un insólito nudo temático: la indagación y la crónica, al
mismo tiempo vivencial y literaria, de un dolor corporal y otros padecimientos
por parte de una mujer madura. Y cuyo punto de arranque es un dolor en la
clavícula que ella misma sintió durante un vuelo transoceánico. Un dolor que se
compacta dentro de su cuerpo como el mortero de las obras. La autora -lo repite
cientos de veces- escribe sobre lo que le duele porque ella experimenta sus
dolencias como algo real, tangible, pero la medicina oficial las interpreta
como afecciones psicosomáticas. No le duele solamente su cuerpo, no solo la
corroe la garrapata de su pecho que crece alimentada de la sangre de su ira. Es
víctima ciertamente de un dolor físico y mental, pero sobre todo de la duda del
significado y origen de ese dolor. Por eso mismo no tiene reparo en confesar
que desearía tener una insuficiencia respiratoria, una estenosis de la válvula
mitral. Lo que sea con tal de hallar el origen o una razón a su dolor porque
quiere alejar la impresión que, a veces
ronda por su cabeza, de que es una enferma imaginaria.
La autora se abre en canal. Es quizás lo más
sorprendente de este libro. Desnuda todas sus intimidades: las relaciones con
su marido, con sus padres, la forma de dormir y viajar…hasta las finanzas
familiares: sus ingresos y gastos y, por supuesto, sus miedos al colapso
económico de una proletaria de las letras. Y lo hace para representar a las
víctimas del capitalismo avanzado, porque, como se ha dicho desde el siglo XIX,
uno no puede olvidarse, cuando escribe, de las condiciones materiales. Esas
condiciones son ciertamente uno de los grandes protagonistas de esta reflexión
literaria sobre el dolor, en especial el de las mujeres, porque las secuelas
del actual capitalismo avanzado son somatizadas con mayor intensidad por los
cuerpos femeninos. La sobreexplotación de las mujeres que friegan los váteres
con legía por trescientos euros al mes; la precariedad de los contratos de
duración ridícula que disminuyen sin embargo las listas del paro; las
injusticias cotidianas: las mujeres son las primeras en perder sus puestos de
trabajo cuando las empresas dicen entrar en crisis. También las primeras en
sufrir las brechas salariales.
A Marta Sanz, obrera de las letras, cercana
ya a los cincuenta, le duele ciertamente su cuerpo, pero también somatiza esa
inmensa retahíla de injusticias de nuestros días. A nivel familiar le duele
intensamente la forma mediante la que el capitalismo salvaje expulsa a Chema,
su marido del mercado laboral, y posiblemente para siempre, porque ha cumplido
cincuenta y seis años.
Clavícula
tematiza muchas otras cosas: los discursos de la medicina oficial tejidos desde
patrones masculinos, dolencias y enfermedades femeninas apenas estudiadas
porque las mujeres han carecidos de voz durante muchos años para la ciencia. Y
cuando se diagnostican sus dolores, se los considera patologías misteriosas que
se colocan en el límite de lo psiquiátrico y lo muscular. La menopausia como
palabra vedada, impronunciable porque es un tótem y un tabú. Críticas contra el
panóptico digital que nos roba la privacidad…
Libro crudo, descarnado, intensamente
sincero, que nos llega con altas dosis de humor y mucha ironía; crítica pero
también autocrítica. Y escrito con una prosa natural y certera aunque con
chispazos de gran plasticidad e incluso de lirismo.
Francisco
Martínez Bouzas
Fragmentos
“Hoy
he solicitado para mi marido un trabajo como actor de anuncios. Haría muy bien
de abuelito dinámico, de señor que usa Grecian 2000 o que está estreñido.
Aunque el estreñimiento es una dolencia de mujeres menopáusicas, apretadas, las
que no pueden cagar en váteres extraños cuando se van de viaje y necesitan
licuar su bolo fecal con un microenema que distiende por fin el rictus de la
boca y también el de su ano sellado herméticamente. Nuestro culo es una caja
fuerte. Sin embargo, los hombres plantan pinos como rascacielos de Manhattan y
se comercializan para ellos eficaces productos contra la diarrea porque sus
urgencias intestinales les impiden ligar o conseguir un puesto directivo. Coger
un prometedor vuelo a Cuba. Hay que tener en cuenta la calidad y consistencia
de la mierda para emitir buenos diagnósticos (…). En un anuncio mi marido podría ser un médico que recomienda
la ingesta de yogures. También haría muy bien el papel de hombre maduro que por
las mañanas necesita tomar actimeles para salir a hacer el gilipollas bajo la
lluvia sin correr el riesgo de resfriarse. Haría muy bien de padre de familia
que come pizza. Espero que lo llamen.”
…..
“Lo
que yo no sabía es que la menopausia no consiste exclusivamente en una mutación
que te hace sentirte menos bella. Es algo más íntimo que es a la vez algo
físico yo lo llamaría algo interior. El climaterio es un asunto interior y
pornográfico. No es sólo una cuestión de imagen o de sequedad de piel,
paulatina pobreza capilar, arañas vasculares en las mejillas, bolsas en los
ojos, retículas de arrugas como el velo de un sombrerito chic. Sí, en todo me
he fijado, y a ratos me importa. Empiezo a verme como un personaje prototípico
de películas de terror: el cuerpo de una jugadora de balonmano y la cara
descascarillada. Sin embargo, lo peor es que la menopausia provoca un estado de
sensibilidad que te induce a creerte vulgar y, consecuentemente, a serlo.”
…..
“Tengo
cuarenta y ocho años. No. En realidad tengo cuarenta y siete. Hace dos años que
no tengo la menstruación. Soy una mujer de éxito llena de tristeza. Temo que se
mueran mis padres. Mi marido está en el paro. Trabajo sin cesar. No quiero
quedarme sola. He tenido mucha suerte. Me da pánico no disponer de tiempo
suficiente para disfrutar de tanta felicidad y tantos privilegios.”
…..
“La
fibromialgia parece tener su origen en esos trastornos del sueño que son, a la
vez, uno de sus síntomas. En la presentación del libro de un amigo sociólogo
descubro que la obligación de dormir ocho horas al día sin despertarse es un
imperativo del capitalismo para reforzar el buen funcionamiento y la
productividad de los trabajadores. El sociólogo afirma que nadie duerme ocho
horas al día de un tirón y que convertir esa característica inherente al ser
humano en un deficiencia, una patología, para medicalizarla es un subterfugio
más de este mundo enrarecido que nosotros creemos normal. Por eso, explica el
sociólogo, ejercemos la violencia con métodos conductistas para que los niños
duerman. Duérmete, niño, duérmete YA. Que viene el coco y te comerá. Sin
embargo, lo normal, lo natural, lo antropológicamente razonable es no dormir
esas ocho horas comatosas porque, de haberlo hecho así a lo largo del largo
tiempo de la Historia, habríamos
desaparecido como especie. Se nos habrían merendado depredadores con el
ojo abierto y el colmillo largo.”
(Marta Sanz,
Clavícula, páginas 22-23, 28-29, 112, 135-136)