Rose Mary Salum
Vaso Roto Ediciones, Madrid, 2016, 82 páginas
A partir de los personajes que protagonizan
su primera historia, la que le da el título al libro, “El agua que mece el
silencio”, y otorgándoles voz y jugando con ellos, Rose Mary Salum le confiere
vida a dieciséis cuentos que Vaso Roto Ediciones publicó en España y en México.
El agua que mece el silencio es una
colección de cuentos interconectados con intervención en varios de ellos de los
mismos personajes, y desarrollados en similares escenarios, de tal modo que no
sería descabellado leerlos como una novela de cuentos.
La autora, descendiente de familia libanesa
afincada en México, aunque ella reside en la actualidad en Estados Unidos, es
una de las escritoras latinoamericanas que han decidido recuperar sus orígenes,
y en este caso lo hace recobrando la memoria histórica de muchos
acontecimientos traumáticos que tuvieron lugar durante el conflicto de 2006
entre Israel y el Líbano. Sus personajes son, en efecto, adolescentes que se
ven inmersos en la guerra de Medio Oriente en el periodo de su despertar
erótico y en el de las turbulencias de su mundo interior. Y en ese
entrecruzarse tanto de conflictos
externos como internos, se suceden, posiblemente de forma inconsciente, varios
contrastes. El territorio de los adolescentes choca con el mundo de los
adultos, el mundo de la paz, con el de la violencia, “lo que los niños creen y
lo que les imponen creer, el despertar sexual de un niño frente a un mundo
donde está presente la muerte”.
Si existe un propósito consciente y
subyacente en esta amalgama de cuentos, no es otro que el intento de de
reflejar la mirada de un niño que se está abriendo al mundo y lo percibe por
primera vez. El niño deja al margen la guerra, la política. Lo que realmente le
interesa reflejar a Rose Mary Salum es la visión que ese niño tiene del mudo en
el momento en el que toma conciencia de su existencia en un contexto de gran
violencia.
El tema central en el que pivotan, de una
forma u otra, todos los cuentos-novela de Rose Mary Salum es, como ya quedó
apuntado, el enfrentamiento bélico entre Líbano e Israel, percibido desde la
perspectiva de los niños de ambos bandos, víctimas de sus consecuencias, pero
sin lograr entenderlas, ni tampoco el porqué del conflicto. En efecto, un grupo
de niños en las puertas de la adolescencia, desconocedores de que son víctimas
de un conflicto bélico provocado por los adultos, se ven de pronto arrojados en
medio de la violencia, heridos por el
dolor, por el desarraigo y con un futuro cargado de interrogantes. Pero
las distintas historias también se pueden leer como la narración del despertar
adolescente, un despertar sexual con el descubrimiento de sí mismos, sus
fugaces amoríos platónicos, su cotidianeidad sencilla e inocente frente a un
mundo convulso en el que están arrojados.
En el primer relato la voz narrativa es la
de un niño judío amigo de Ismael, igualmente niño pero musulmán, que reproduce
en su conciencia el frenesí de un bombardeo. El niño musulmán es alcanzado por
una bomba que le arranca las piernas. Yace en el suelo pero nadie le socorre.
El niño judío grita inútilmente pidiendo ayuda, pero sus gritos rebotan en el
agua de una pecera. Los únicos ruidos que se escuchan, son los del agua que
mece el silencio. En el segundo relato, “Alguien me llama”, es la voz del niño
musulmán la que nos introduce en su historia alterada por su mundo onírico: sueña que está en un
barco azotado por un temporal, y ahora las bombas son las incesantes trombas de
agua. Todo el mundo chilla como en un bombardeo. En el tercer cuento.
“Tuberías”, un niño presencia un control policial en el que registran a una
mujer, la madre de su amigo Alberto. La fantasía infantil metaforsea a
agresores y víctimas, especialmente a un policía judío al que percibe como una
serpiente bífida. En “La hora”, otro adolescente hace referencia a la escuela,
a las clases a las que odia. En una de ellas, muy cerca de su pupitre se sienta
Ivette. Ella le mira y el corazón le sube
a la boca, y junto con las pantorrillas y los senos de la profesora,
alteran su libido, y así deja de interesarse por la historia y por la guerra.
La mayoría de los demás relatos desarrollan
su diégesis por cauces semejantes:
protagonizados por adolescentes, por voces inocentes, con amores platónicos que
cambian al pasar de las páginas, rodeados de gritos, de carreras, estallidos, locura,
terror en las pupilas, baños de sangre y en un crisol de creencias en ese
martirizado Medio Oriente y más en concreto en el Líbano. Sin embargo, en “La
tía”, el relato que clausura la colectánea, la trama prescinde de la voz
testimonial infantil y un narrador omnisciente nos traslada al pasado de Zeina,
una mujer a la que una bala alojada en sus cerebro le cambió radicalmente la
vida, sumergiéndola en el agujero negro de la demencia. El narrador recrea los
hechos importantes de la existencia de esta mujer: su boda gracias a una dote
sustanciosa, el ambiente familiar, hijos enfermos, un marido posesivo. Su forma
de pensar y de ser al margen de los chismes y banalidades, capaz de llamar a las cosas por su nombre. Un infame
proyectil fue su desdicha y, en su obsesión por contar las cosas, causa escozor
entre los que la rodean. Finalmente, el descanso secreto de los hijos con la
muerte de Zeina, nunca aceptada, excepto una vez muerta.
La estrategia narrativa de la autora se
sirve en la mayoría de los relatos de la voz infantil y lo hace en primera persona porque su uso le
facilita la posibilidad de colocarse en la situación vital del personaje, ser
como su voz vicaria. La autora, emplea generalmente una tonalidad intimista
porque le interesa mucho más el acontecer de los mundos interiores que el de
las geografías externas. En algunos relatos, principalmente en aquellos en los
que la voz infantil cede el paso a la adulta, los textos se visten de un
moderado lirismo. Una constante en la mayoría de los relatos es el juego de
oposiciones de contrarios: la confrontación de Eros y Tánatos; el sueño de una
madre y de su hija por ir a Jerusalén, aunque con intereses y caminos
separados: la madre irá a conocer el huerto de los olivos y la hija visitará el
muro de las lamentaciones. En el caso de un niño, la madre le enseña unos rezos
y el padre otros. La confrontación, en
definitiva, de culturas y credos religiosos.
En todos los relatos el silencio actúa como
mudo protagonista. Todos callan ante el conflicto bélico. Silencio a nivel
internacional, silencio de comunidades de distintos credos religiosos. Mutismo
así mismo de los niños ante lo que supera sus razonamientos: la realidad
violenta que les rodea y que no entienden. Un silencio omnipresente que expresa
el doloroso aturdimiento de los personajes ante una absurda violencia.
Francisco
Martínez Bouzas
Fragmentos
“Observo
a la gente que corre entre los ruidos sordos de las banquetas. Allá cerca del
horizonte, en donde la tierra se esconde del cielo, veo el fuego. Mi abuela
dice que el cielo y la tierra tienen sus diferencias, pero esto es algo más, y
yo sin poder moverme, flotando dentro de este cristal de aumento que convierte
mi cuarto en una cámara de vacío, en un océano que vibra callado.
Mis
ojos se encierran. Nado hacia la ventana y recargo mi incertidumbre sobre la
cornisa. Veo a la gente circulando, mujeres con niños en los brazos, personas
moviéndose encorvadas por el miedo.
Regresa
la sensación de parálisis, como de una descarga eléctrica en las rodillas. A lo
lejos veo a Ismael corriendo, creo que se acerca, de seguro que ya se
enteraron. Su madre viene por delante y lo toma abruptamente de la mano. Ella
no trae el velo ¿por qué? Jamás la había visto sin él. Su cabello es muy largo
y de color rojizo. Es hermoso. Con razón Ismael insiste en que no lo use.”
…..
“Cuando
oscurece y me quedo solo en mi recámara, miro
a mi alrededor y veo los ojos de una serpiente que se arrastra por la
alfombra, su cabeza está cubierta con una capota de policía. Sus ojos fulguran
igual que los brillantes que mamá guarda en su armario; parecen los de un gato
y buscan mi mirada. De su hocico cuelga un pedazo de velo de una mujer. La tela
es de color durazno y unas hojas de parra adornan sus bordes. De pronto el
reptil asciende por la pata de la cama y se desliza a través de mi colchón. Se
acerca. Mi corazón se inflama y se pone redondo como las bombas que
estallan a diario. Ahora siento que
tengo una alcancía dentro de mi cabeza y que las monedas me golpean con fuerza.
Trato de arrancar la tela de su boca. El animal se enfurece dilatando su pecho hasta
que en un instante duplica su tamaño. Me levanto alarmando y salto de la cama
porque quiere arrancar un pedazo de mi pierna. Corro hacia el armario y trato
de cerrar la puerta, pero es inútil porque el animal recupera su forma de
culebra, se desliza y no me permite cerrarla.”
…..
“Zeina,
mujer perchero, mujer mesa, mujer invisible. Zeina, la personalidad de una
silla, el carácter de un marginado, la voz de Sherezade. Zeina, nombre de
contadora de cuentos, voz de melodía, colega de la imaginación desbordada.
Su
locura fue diagnosticada el día que llegó a su casa tras su operación y contó
su primer cuento. Sin más rodeos que una buena historia, aquel invierno
comenzó a relatar los eventos más
extraordinarios. La familia poseía entonces un consorcio económico gracias a la
comercialización de las banquetas del centro histórico -solider, como lo habían bautizado después de
la guerra civil- y las avenidas principales de la ciudad. Lidiaban con la gente
de clase más baja y con las mafias más recalcitrantes de la urbe, pero el
dinero sobraba y al final eso era lo importante. El día que Zeina salió con el
primer hombre y contó sus historias, Ivette y el resto de sus sobrinos fueron los
primeros en escucharla y celebrar su imaginación. Pero muy pronto, una sombra oscura
cubrió su territorio cuando tuvo a mal confesar que eran «las voces» las
que le dictaban tal o cual suceso. En un principio sus comentarios pasaron desapercibidos,
pero al cabo de un tiempo, la gente comenzó a volcar su odio contra ella cuando
dentro de esos relatos encontraban su propia imagen satanizada o ridiculizada.”
(Rose Mary Salum, El agua que mece el silencio. Páginas 10-11, 21, 78-79)