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domingo, 25 de diciembre de 2016

LOS NIÑOS NO ENTIENDEN LA GUERRA



El agua que mece el silencio
Rose Mary Salum
Vaso Roto Ediciones, Madrid, 2016, 82 páginas

   A partir de los personajes que protagonizan su primera historia, la que le da el título al libro, “El agua que mece el silencio”, y otorgándoles voz y jugando con ellos, Rose Mary Salum le confiere vida a dieciséis cuentos que Vaso Roto Ediciones publicó en España y en México. El agua que mece el silencio es una colección de cuentos interconectados con intervención en varios de ellos de los mismos personajes, y desarrollados en similares escenarios, de tal modo que no sería descabellado leerlos como una novela de cuentos.
   La autora, descendiente de familia libanesa afincada en México, aunque ella reside en la actualidad en Estados Unidos, es una de las escritoras latinoamericanas que han decidido recuperar sus orígenes, y en este caso lo hace recobrando la memoria histórica de muchos acontecimientos traumáticos que tuvieron lugar durante el conflicto de 2006 entre Israel y el Líbano. Sus personajes son, en efecto, adolescentes que se ven inmersos en la guerra de Medio Oriente en el periodo de su despertar erótico y en el de las turbulencias de su mundo interior. Y en ese entrecruzarse  tanto de conflictos externos como internos, se suceden, posiblemente de forma inconsciente, varios contrastes. El territorio de los adolescentes choca con el mundo de los adultos, el mundo de la paz, con el de la violencia, “lo que los niños creen y lo que les imponen creer, el despertar sexual de un niño frente a un mundo donde está presente la muerte”.
   Si existe un propósito consciente y subyacente en esta amalgama de cuentos, no es otro que el intento de de reflejar la mirada de un niño que se está abriendo al mundo y lo percibe por primera vez. El niño deja al margen la guerra, la política. Lo que realmente le interesa reflejar a Rose Mary Salum es la visión que ese niño tiene del mudo en el momento en el que toma conciencia de su existencia en un contexto de gran violencia.
   El tema central en el que pivotan, de una forma u otra, todos los cuentos-novela de Rose Mary Salum es, como ya quedó apuntado, el enfrentamiento bélico entre Líbano e Israel, percibido desde la perspectiva de los niños de ambos bandos, víctimas de sus consecuencias, pero sin lograr entenderlas, ni tampoco el porqué del conflicto. En efecto, un grupo de niños en las puertas de la adolescencia, desconocedores de que son víctimas de un conflicto bélico provocado por los adultos, se ven de pronto arrojados en medio de la violencia, heridos por el  dolor, por el desarraigo y con un futuro cargado de interrogantes. Pero las distintas historias también se pueden leer como la narración del despertar adolescente, un despertar sexual con el descubrimiento de sí mismos, sus fugaces amoríos platónicos, su cotidianeidad sencilla e inocente frente a un mundo convulso en el que están arrojados.
   En el primer relato la voz narrativa es la de un niño judío amigo de Ismael, igualmente niño pero musulmán, que reproduce en su conciencia el frenesí de un bombardeo. El niño musulmán es alcanzado por una bomba que le arranca las piernas. Yace en el suelo pero nadie le socorre. El niño judío grita inútilmente pidiendo ayuda, pero sus gritos rebotan en el agua de una pecera. Los únicos ruidos que se escuchan, son los del agua que mece el silencio. En el segundo relato, “Alguien me llama”, es la voz del niño musulmán la que nos introduce en su historia alterada  por su mundo onírico: sueña que está en un barco azotado por un temporal, y ahora las bombas son las incesantes trombas de agua. Todo el mundo chilla como en un bombardeo. En el tercer cuento. “Tuberías”, un niño presencia un control policial en el que registran a una mujer, la madre de su amigo Alberto. La fantasía infantil metaforsea a agresores y víctimas, especialmente a un policía judío al que percibe como una serpiente bífida. En “La hora”, otro adolescente hace referencia a la escuela, a las clases a las que odia. En una de ellas, muy cerca de su pupitre se sienta Ivette. Ella le mira y el corazón le sube  a la boca, y junto con las pantorrillas y los senos de la profesora, alteran su libido, y así deja de interesarse por la historia y por la guerra.
   La mayoría de los demás relatos desarrollan su diégesis  por cauces semejantes: protagonizados por adolescentes, por voces inocentes, con amores platónicos que cambian al pasar de las páginas, rodeados de gritos, de carreras, estallidos, locura, terror en las pupilas, baños de sangre y en un crisol de creencias en ese martirizado Medio Oriente y más en concreto en el Líbano. Sin embargo, en “La tía”, el relato que clausura la colectánea, la trama prescinde de la voz testimonial infantil y un narrador omnisciente nos traslada al pasado de Zeina, una mujer a la que una bala alojada en sus cerebro le cambió radicalmente la vida, sumergiéndola en el agujero negro de la demencia. El narrador recrea los hechos importantes de la existencia de esta mujer: su boda gracias a una dote sustanciosa, el ambiente familiar, hijos enfermos, un marido posesivo. Su forma de pensar y de ser al margen de los chismes y banalidades, capaz de llamar  a las cosas por su nombre. Un infame proyectil fue su desdicha y, en su obsesión por contar las cosas, causa escozor entre los que la rodean. Finalmente, el descanso secreto de los hijos con la muerte de Zeina, nunca aceptada, excepto una vez muerta.
   La estrategia narrativa de la autora se sirve en la mayoría de los relatos de la voz infantil  y lo hace en primera persona porque su uso le facilita la posibilidad de colocarse en la situación vital del personaje, ser como su voz vicaria. La autora, emplea generalmente una tonalidad intimista porque le interesa mucho más el acontecer de los mundos interiores que el de las geografías externas. En algunos relatos, principalmente en aquellos en los que la voz infantil cede el paso a la adulta, los textos se visten de un moderado lirismo. Una constante en la mayoría de los relatos es el juego de oposiciones de contrarios: la confrontación de Eros y Tánatos; el sueño de una madre y de su hija por ir a Jerusalén, aunque con intereses y caminos separados: la madre irá a conocer el huerto de los olivos y la hija visitará el muro de las lamentaciones. En el caso de un niño, la madre le enseña unos rezos y el padre otros.  La confrontación, en definitiva, de culturas y credos religiosos.
   En todos los relatos el silencio actúa como mudo protagonista. Todos callan ante el conflicto bélico. Silencio a nivel internacional, silencio de comunidades de distintos credos religiosos. Mutismo así mismo de los niños ante lo que supera sus razonamientos: la realidad violenta que les rodea y que no entienden. Un silencio omnipresente que expresa el doloroso aturdimiento de los personajes ante una absurda violencia.

Francisco Martínez Bouzas
               
                                                  
Rose Mary Salum

Fragmentos

“Observo a la gente que corre entre los ruidos sordos de las banquetas. Allá cerca del horizonte, en donde la tierra se esconde del cielo, veo el fuego. Mi abuela dice que el cielo y la tierra tienen sus diferencias, pero esto es algo más, y yo sin poder moverme, flotando dentro de este cristal de aumento que convierte mi cuarto en una cámara de vacío, en un océano que vibra callado.
Mis ojos se encierran. Nado hacia la ventana y recargo mi incertidumbre sobre la cornisa. Veo a la gente circulando, mujeres con niños en los brazos, personas moviéndose encorvadas por el miedo.
Regresa la sensación de parálisis, como de una descarga eléctrica en las rodillas. A lo lejos veo a Ismael corriendo, creo que se acerca, de seguro que ya se enteraron. Su madre viene por delante y lo toma abruptamente de la mano. Ella no trae el velo ¿por qué? Jamás la había visto sin él. Su cabello es muy largo y de color rojizo. Es hermoso. Con razón Ismael insiste en que no lo use.”

…..

“Cuando oscurece y me quedo solo en mi recámara, miro  a mi alrededor y veo los ojos de una serpiente que se arrastra por la alfombra, su cabeza está cubierta con una capota de policía. Sus ojos fulguran igual que los brillantes que mamá guarda en su armario; parecen los de un gato y buscan mi mirada. De su hocico cuelga un pedazo de velo de una mujer. La tela es de color durazno y unas hojas de parra adornan sus bordes. De pronto el reptil asciende por la pata de la cama y se desliza a través de mi colchón. Se acerca. Mi corazón se inflama y se pone redondo como las bombas que estallan  a diario. Ahora siento que tengo una alcancía dentro de mi cabeza y que las monedas me golpean con fuerza. Trato de arrancar la tela de su boca. El animal se enfurece dilatando su pecho hasta que en un instante duplica su tamaño. Me levanto alarmando y salto de la cama porque quiere arrancar un pedazo de mi pierna. Corro hacia el armario y trato de cerrar la puerta, pero es inútil porque el animal recupera su forma de culebra, se desliza y no me permite cerrarla.”

…..

“Zeina, mujer perchero, mujer mesa, mujer invisible. Zeina, la personalidad de una silla, el carácter de un marginado, la voz de Sherezade. Zeina, nombre de contadora de cuentos, voz de melodía, colega de la imaginación desbordada.
Su locura fue diagnosticada el día que llegó a su casa tras su operación y contó su primer cuento. Sin más rodeos que una buena historia, aquel invierno comenzó  a relatar los eventos más extraordinarios. La familia poseía entonces un consorcio económico gracias a la comercialización de las banquetas del centro histórico  -solider, como lo habían bautizado después de la guerra civil- y las avenidas principales de la ciudad. Lidiaban con la gente de clase más baja y con las mafias más recalcitrantes de la urbe, pero el dinero sobraba y al final eso era lo importante. El día que Zeina salió con el primer hombre y contó sus historias, Ivette y el resto de sus sobrinos fueron los primeros en escucharla y celebrar su imaginación. Pero muy pronto, una sombra oscura cubrió su territorio cuando tuvo a mal confesar que eran «las voces» las que le dictaban tal o cual suceso. En un principio sus comentarios pasaron desapercibidos, pero al cabo de un tiempo, la gente comenzó a volcar su odio contra ella cuando dentro de esos relatos encontraban su propia imagen satanizada o ridiculizada.”

(Rose Mary Salum, El agua que mece el silencio. Páginas 10-11, 21, 78-79)

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