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domingo, 24 de julio de 2016

LA NARRATIVA POÉTICA E IMAGINARIA DE AMINTA BUENAÑO



Si tú mueres primero
Aminta Buenaño
Suma de Letras (sello del Grupo Santillana), Quito, 218 páginas
(Libros de fondo)

   No llegó a la literatura desde la política o la diplomacia, cosa harto frecuente en nuestros días, sino justamente al revés. Me refiero a la escritora Aminta Buenaño (Santa Lucía, Guayas, Ecuador), autora de un poemario, libros de cuentos y esta novela. Así como asidua practicante del periodismo literario en Guayaquil. Docente y luchadora incansable por la igualdad de género; y en el año 2007 diputada de la Asamblea Nacional Constituyente de Montecristi, de la que fue vicepresidenta. Embajadora de Ecuador en España y, en la actualidad, en Nicaragua. Pero sobre todo escritora.
   Este libro fue una novedad editorial en el año 2011, y en esa fecha me llegó desde Guayaquil. Pero quizás Tot, la deidad egipcia de la sabiduría, patrón de los escribas, y por tanto de los escritores, decidió con su poder oculto jugar una mala pasada: el extravió durante meses y años de la novela de Aminta Buenaño. Mas el escribano sagrado acordó ponerlo de nuevo en mis manos estos días.
   Aminta Buenaño se inició como escritora con un poemario juvenil, al que siguieron cuatro colecciones de cuentos y esta novela, gestados todos ellos en los fermentos psíquicos de la infancia, un manantial del que beben muchos escritores. En lo mitos que empaparon su niñez y adolescencia  en la piladora  familiar, escuchando de boca de los montubios, (un grupo vital en la historia ecuatoriana, de rica oralidad filosófica y literaria), que, con los sacos de arroz también acarreaban sus historias del monte, la oralidad de sus relatos de amores vedados, las leyendas de pactos con el diablo. De ese mundo mágico y fantástico brotaron las colecciones de cuentos de Aminta Buenaño. Su huella se percibe también en esta novela.
   La autora sitúa la historia en una ciudad ceñida por un nombre mítico: la centenaria Real Ciudad de la Caridad, habitada por personajes de leyenda como Eudomiro, cuya gran hazaña era haber visto el mar. También la viuda de Espinoza, la señora María Dolores que, para hacer penitencia por el desamor y la negación del sexo conyugal a su marido, le hace un juramento a las puertas de la muerte de este: llevar a los convecinos del pueblo rural a conocer el mar. Empeñada en que arribe a buen puerto su empresa, visita a sus vecinos para venderles los boletos que hagan posible la excursión. Visitas que la autora aprovecha  para contarnos sus historias en breves relatos, que bien pueden funcionar de forma independiente. Como el de don Pascual Emilio Cueva, un terrible y sombrío avaro que dejó morir a su esposa por no comprarle las recetas que el médico prescribía, o que, sabedor de que en su casa se cagaba mucho, sustituyó el papel higiénico por trozos de páginas de periódicos.
   Conocemos así, en retratos que rozan el esperpento, lo real imaginario: una amplia nómina de vecinos de Real Ciudad de la Caridad, sus costumbres, manías, inconfesables secretos, aspiraciones, amores locos, inútiles esperas, enredos sentimentales y carnales, urgencias de sexo desmedido, las encendidas o mezquinas raciones de amor dadas como “traguitos” (página 51), dolientes y espantadas confesiones de homosexualidad y de amor incestuoso, la ardiente fascinación por los cuerpos hermosos, combatida a base de agua helada, persistentes sesiones de coitos para que llegue la descendencia, que sustituye a los pájaros, “como si fuera una receta prescrita por el médico” (página 82), el sexo olido, presentido, disimulado con el libro de oraciones abierto. Y como estas, decenas de historias, alentadas además por el deseo de ver el mar que es pretexto, aliento e hilo conductor del que Aminta Buenaño se sirve para agasajarnos con estas historias que basculan entre la realidad y la magia, en un pueblo que poco tiene que envidiar a Macondo, suspendido también entre las lañas y grietas del tiempo.
   Novela escrita desde perfectivas femeninas; con personajes femeninos muy potentes frente al patriarcado y sus leyes que siempre se han empeñado en dictar cómo deben ser y sentir las mujeres. Y que, sin embargo, sucumben a los efluvios masculinos, al ardor y a la ubris de esa fuerza ancestral que es el sexo, la pasión de la que Aminta Buenaño habla sin tapujos, sin eufemismos. Paradigma de este protagonismo femenino es el empeño de la viuda y Zoila Felicidad, inmune en su lujuria a las prohibiciones del cura del pueblo y a siglos de castradora moral platónica y judeo-cristiana. Multitud de personajes secundarios, descritos tanto en sus caracteres como en sus figuras físicas con exagerada verosimilitud, recalcando las desmesuradas proporciones.
   Salvando las distancias, me atrevo a decir, como conclusión, que Aminta Buenaño, con su leguaje visual que combina lo poético con lo imaginario, renueva la vigencia del realismo mágico. No hay en la novela gallinazos metiéndose por los balcones, ni calderos, pailas, tenazas y anafes que se caen de su sitio, o niños que nacen con cola de cerdo, pero la escritura de Aminta Buenaño, volcada hacia la imaginación hiperbólica, convierte el mundo del pequeño pueblo en algo fabuloso y soñado. Magia pues de metamorfosis y exageraciones en la escritura de Aminta Buenaño en la que el lector se pierde con fruición.

Francisco Martínez Bouzas

                                                  
Aminta Buenaño

Fragmentos

“El pueblo estaba por entonces dormido, hasta que un lunes, a las seis de la mañana, en el momento justo de empinar la taza de café humeante sobre sus labios, una idea como una mariposa aleteó inquieta en la angustiada cabeza de la señora María Dolores viuda de Espinoza: ¡Eso es, organizaría una gira al mar!, contrataría la chiva de don Ricardo Ronquillo, cuya capacidad daba casi para cuarenta personas (…)
Seguro que la gira tendría éxito, porque nadie, absolutamente nadie, conocía el mar; ni siquiera habían oído hablar de él desde los tiempos nostálgicos de don Abraham Aldaz Bolaño. El aristocrático viejo era el único que había dado pruebas legítimas de conocer el mar. Nadie ponía en duda sus relatos exóticos y extraños, en los que pululaban feroces tiburones en cuyos vientres aparecían  manos solitarias y descarnadas, barriles de petróleo increíblemente intactos y perlas enormes como bolas de billar; piratas que volvían locos de amor a las playas en donde nativas de cadenciosas caderas, mitad indias, mitad negras, según sus ambiguas descripciones, los esperaban bailando desnudas tras las rocas en taimada complicidad con la justicia; y acantilados abruptos en donde las cuevas y los tesoros enterrados abundaban con la misma proporción que los caracoles en la playa.”

…..

“Tuvo la virtud especial de presentir el sexo mucho antes de que apareciera en su vida: lo sintió en el olor que emanaba de las flores por la mañana, y diluido en el viento de la tarde, en las sábanas amarradas por los sueños de la noche, en el brillo de una mirada o en el aliento casi imperceptible de una despedida. Al sexo se volcaba cuando estaba triste, para aliviar sus pesadumbres y para amainar sus dolores, para reconciliarse con la vida y con los gestos y las sonrisas impostadas que, como surtidor, derramaba para todos aquellos que estaban cerca. El sexo era la pócima que bebía cuando los fantasmas la apuraban y creía que se iba a soltar el miedo, el terror que la escocía. El sexo que descubrió como una revelación (…), que atrajo al muchacho de la tienda que entendió más por instinto que por experiencia lo que le sucedía a Zoila Felicidad, y que supo calmar sus ardores con una lengua que parecía un trapiche, con una lengua que a Zoila Felicidad se le antojó que tenía dos metros porque la vació entera (…)”

…..

“Empezó a gotear y la gente huyó como una manada de animalitos espantados. Al igual que en tantos inviernos, se descargó la lluvia sobre los techos de zinc como si lloviera piedras del cielo, y un perro aulló a lo lejos. Los días empezaron a repetirse con sus mismas caras, con iguales gestos. Los hombres trabajaban de lunes a viernes y se emborrachaban los fines de semana, la mujeres se llenaban de hijos; el cura, el teniente político y los viejos se reunían todas las tardes a jugar un cuarenta interminable en el silencio crepuscular de las tardes. Luz de Jacinto, las tías de Zoila Felicidad y las demás mujeres volvieron a tejer los mismos cuentos, las mismas historias. El vacío y la intriga nadaban en las voces de doña Maira y doña Pola. La idea del viaje, como un polvillo dorado suspendido en el aire por la escoba de la viuda cuando barría y sacaba polvo a los muebles, volvió a asentarse como ceniza de otros tiempos, a dormir su sueño de siglos, hasta que otra idea tan descabellada como aquella se atreviera a romper la paz del pueblo en dos y, como un príncipe encantado, intentara despertarlo de su sueño de siempre.”

(Aminta Buenaño, Si tú mueres primero, páginas 11-12, 99, 117-118)

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