Antonio Pereira
Alianza Editorial, Madrid, 168 páginas
(Libros de fondo)
Antonio Pereira (Villafranca del Bierzo,
1923 – León, 2009), como el mismo reconoce en el último relato de esta
colección de relatos, es un chico de la Cábila que llegó a ser literato y al que hicieron Hijo
Predilecto cuando ya era mayor y le blanqueaba la barba. En efecto, si algo de
real habita en estas prosas recogidas bajo el epígrafe de Cuentos de la Cábila (2000) es el hecho indiscutible de que Antonio
Pereira se sintió literato ya desde su
adolescencia. En uno de los relatos seleccionado, “La orla”, nos hace
partícipes de sus anhelos de colaborador espontáneo y de la emoción del
adolescente que ve publicadas por primera vez sus décimas en la hoja
parroquial. Versos a palo seco, sin orla, sin adornos. Forjado en efecto en las
herrerías de la lírica, Antonio Pereira siempre se sintió poeta. También cuando
escribe prosa, sus textos están muy próximos a la poesía. No obstante, Antonio
Pereira está reconocido como uno de los máximos cultivadores del relato español
contemporáneo. Y sobre todo, como gran narrador oral en ese filandón de las tierras leonesas, en el
que las mujeres hilaban la lana y los hombres contaban historias.
Su nacimiento en Villafranca del Bierzo
(León) no fue únicamente un hecho biográfico, porque Antonio Pereira asumió
como un verdadero patrimonio el testamento cultural del noroeste, con sus mitos
y leyendas, con su clima de misterio que envuelve las cosas y los paisajes en
una atmósfera de difícil descripción, que empapa sus narraciones y que nosotros
percibimos de forma matizada, como escribe José Enrique Martínez. Y en el
padrón del noroeste literario de Antonio Pereira, entra la Galicia de los
antiguos líricos y de los fabuladores de hoy; la Asturias de la Regenta y, por supuesto, el Bierzo al
que dedicó este libro, y en el que irrumpe con frescura, nostalgia y cierta
tonalidad irónica la geografía cordial de su infancia y adolescencia.
El “cuentista aplicado”, como se
autodefinió, escribe “relatos memoriosos” y nos permite disfrutar de un amplio
elenco de piezas narrativas que tienen en la brevedad una de sus
características formales más peculiares, ya que Antonio Pereira se apuntó, sin
ninguna duda, a la religión de Borges y, con el escritor argentino, pensaba que
no se deben escribir quinientas páginas para narrar una historia que se puede
contar en pocos minutos.
En cuanto a su temática, se puede decir que Cuentos de la Cábila es una aproximación
ficcional a la niñez y adolescencia del escritor en el hábitat de su tierra
natal, el país del Bierzo. Un haz de fabulaciones que dan cuenta de las
experiencias iniciáticas, de la educación sentimental en el territorio de la
infancia, y que tienen como centro neurológico, o quizás más bien cordial, el
barrio de la Cábila, el barrio del Otro Lado del río; el más populista,
heterodoxo y desclasado de Villafranca del Bierzo. Pero, sobre todo, un barrio
vivo que nutre de vivencias y de materia ficcional la pluma del escritor.
Late en estas brevísimas prosas la riqueza
cromática de las experiencias lejanas de ese tiempo fronterizo entre la niñez y
la adolescencia, como una manera verdaderamente iniciática en los secretos de
la vida. Las pequeñas anécdotas, las minúsculas hazañas y aventuras,
recuperadas a través de una mirada que, a la vez, parece ingenua, tierna y
festiva. Surge así un universo personal construido por vivencias cotidianas
que, a los ojos del adolescente, le parecían, sin embargo, fantasías exóticas y
novelescas. El silbido reverente de la locomotora fatigada del tren correo de
Galicia cuando llega a la ciudad que tiene obispo pero no gobernador civil; el
enamoramiento de la joven forastera que inaugura su educación sentimental y la
declaración escrita en un documento mercantil; los nervios y la emoción del
examen de reválida. Lo que el niño es capaz de captar de la recién estrenada
República: las funciones de teatro y danza, el Progreso, las chicas que se
dejan llevar en bicicleta. La Guerra Civil convertida en evocación del arroz caldoso
que come la familia una mañana de julio; las compañeras de clase más llenas de
carne; los amores menos carnales, puros y románticos; el acrecentado fervor
católico; la llegadas de las novicias al convento.
Y del mismo talante, docenas de historias.
Algunas que el mismo escritor no sabe como concluir, un hecho que le desagrada
porque, confiesa, cuando uno se pone a contar una historia, debe saber cómo
finaliza. Historias basadas en las experiencias de la vida, pero tejidas con los hilos de la fantasía y de los sueños.
Es por ello que, aunque Cuentos de la
Cábila posee un componente claramente autobiográfico y memorial, lo
importante realmente es la ficción, como pone de relieve el relato “la ilustre
casa de Pereira”
Relatos que destilan humanidad, humor sutil, pequeñas
dosis de erotismo -erotismo diocesano o venial como se ha dicho- y que convierten
hechos intranscendentes, las minúsculas vivencias infantiles en material literario
en el que la lectura placentera está garantizada.
Francisco
Martínez Bouzas
Muy interesante...
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