Yukio Mishima
Traducción de Keiko Takahashi y Jordu Fibla
Alianza Editorial, Madrid, 2016, 229 páginas
La literatura japonesa,
incluida la contemporánea, con la excepción quizás de Haruki Murakami, y la que
se publicó en el siglo XX sigue siendo no solo la gran desconocida para el
lector occidental, sino que incluso suele resultar extraña. Posiblemente uno de
los motivos es que, en los novelistas japoneses recientes, domina una cierta
tendencia hacia la crueldad. Y en esas coordenadas, el más célebre es sin duda
Yukio Mishima (1925-1970), famoso por sus escritos, pero también por su trágico
final: tras haber creado un pequeño ejército personal (La Sociedad del Escudo)
como expresión de sus fantasías tradicionalistas y militaristas, puso fin a su
vida mediante el suicidio ritual de los samuráis. Conocido desde 1941 por un
relato breve, Mishima publicó en 1949 su primera novela, Confesiones de una máscara, mas seguramente su novela más conocida
es Pabellón de Oro (1956). Mishima es
así mismo autor de una producción dramática importante.
El
rumor del oleaje (1954) es posiblemente su novela más optimista y por eso
ha sido traducida repetidamente al español y a otras lenguas. Aunque he de reconocer
que no está exenta de esa arrebatada pasión de Yukio Mishima por lo
tradicional, no le podemos negar que es uno de los más hermosos relatos de amor
de todos los tiempos. Un relato que amalgama en su trama los sentimientos, la
carnalidad y también las fuerzas de la tradición. La novela está libre de esas perversas secuencias y escenas
propias de la narrativa del escritor nipón. Su núcleo diegético gira en torno
a una sencilla historia de amor con
final previsible, en la que los amantes se enfrentan con la oposición familiar.
El marco espacial donde Mishima desarrolla
la trama argumental es una pequeña isla separada de las grandes ciudades. Una
situación espacial que ha dado lugar a la interpretación elusiva de las
influencias de la modernidad. Son los años posteriores a la Segunda Guerra
Mundial. En esa pequeña isla, arrullada por costumbres tradicionales, surge el
amor entre Shinji, un joven y humilde pescador, y Hatsue, una joven muy bella,
criada en adopción por una familia rica, y ahora reclamada por su padre
biológico; y que debe contraer matrimonio para perpetuar la saga familiar. Mas,
como suele ocurrir en las sociedades tradicionales, los distintos orígenes de
ambos jóvenes actuarán como el gran obstáculo para la relación sentimental.
Mishima narra de una forma pausada el
surgimiento del sentimiento amoroso entre la pareja de jóvenes isleños. Un
idilio que nace y se consolida sin apenas palabras, como una explosión
silenciosa de ese eros que habita los cuerpos (“Cada uno notaba los latidos del
corazón del otro”). Pero, poco a poco la relación prohibida, debido a la
desigual condición económica, se convierte en una gran historia de amor,
felizmente exenta de tragedias y suicidios.
Una historia de amor contextualizada en un
marco idílico: los habitantes de la isla conviven en armonía, en un microcosmos
alejado de la civilización. La novela refleja con habilidad y verosimilitud las
formas de vida, las costumbres de los isleños; la sumisión de los hijos a los
padres, y, al mismo tiempo, el deseo de estos de verse libres. Por eso mismo,
junto a los dos protagonistas, tienen vida en la novela un gran número de personajes secundarios.
Especialmente el mundo de la mujer, el crepuscular fondo marino porque las
mujeres de Utajima son buceadoras que se zambullen en las frías aguas para
recoger los frutos del mar.
Destacable así mismo la fuerza del paisaje,
tanto en la bonanza como en la negrura de las borrascas, que Mishima describe
de forma minuciosa, como marco perfecto de un amor pleno, y como valor
característico de la cultura japonesa, especialmente del sintoísmo: la armonía
del ser humano con las fuerzas y realidades naturales. Los habitantes de la isla habían establecido una alianza con
las fuerzas y realidades naturales. Y por esa razón el protagonista masculino
confiesa que no sentía ninguna necesidad de escuchar música porque la
naturaleza era un perfecto sustituto.
Lo más interesante del libro no es la
historia en si, ese idílico e inocente descubrimiento del amor, y la fortaleza
de los protagonistas para mantenerlo, sino la tonalidad con la que Mishima nos
lo cuenta. El escritor, en efecto, nos hace percibir la naturaleza,
especialmente el mar que actúa como un personaje más. Las páginas de El rumor del oleaje hacen que
percibamos, con gran fuerza y plasticidad, los olores marinos, el rumor del
oleaje o la furia de las tormentas. En resumen, una exaltación de la belleza
del amor, su descubrimiento y su cultivo en un marco espacial y en un ambienta
atemporal que están en consonancia con la belleza y armonía de los
protagonistas. Novela amena, de fácil lectura, que exalta las formas de vida
tradicionales de un Japón que emergía derrotado de la Guerra más destructiva y
de la ocupación norteamericana, aunque a años luz de la atormentada creación
literaria de Yukio Mishima.
Francisco
Martínez Bouzas
Fragmentos
“La
conversación acerca de aquella muchacha y la imagen de la chica que vio el día
anterior en la playa se fusionaron de inmediato en la mente de Shinji. Al mismo
tiempo recordó con desánimo su condición humilde, y la muchacha a la que el día
anterior había mirado fijamente le pareció ahora muy lejana, pues sabía que su
padre era Terukichi Miyata, el rico propietario de dos cargueros de cabotaje
fletados a Transportes Yamagata, el Utajima-maru, de ciento ochenta y cinco toneladas, y el Harukaze-maru, de noventa y cinco, y un notable
cascarrabias, cuyo blanco cabello se agitaba como los bigotes de un león cuando
montaba en cólera.
Shinji
había sido siempre muy discreto y comprendía que, a los dieciocho años, era
demasiado pronto para pensar en las mujeres. Al contrario de lo que ocurría en
la ciudad, rebosante de diversiones para los jóvenes, en Utajima no había ni
siquiera un salón de pachinko, ni un
bar ni una sola camarera, y el sencillo sueño de aquel muchacho no era más que
el de poseer algún día un barco con motor y dedicarse al negocio del cabotaje
con su hermano menor.”
…..
“-Dios
del mar, te pido que el mar esté sereno, que la pesca abunde y que nuestro
pueblo sea cada vez más próspero. Todavía soy joven, pero con el tiempo llegaré
a ser un pescador más permíteme tener un gran conocimiento de las cosas del
mar, de los peces, los barcos, los fenómenos atmosféricos…de todo. Dótame de
una habilidad superior en todo…Por favor, protege a mi bondadosa madre y a mi hermano, que
todavía es un niño. Cuando llegue la temporada del buceo y mi madre se sumerja,
te ruego que la protejas de los numerosos peligros…Y ahora me gustaría hacerte
una petición diferente…Concede algún día, incluso a una persona como yo, una
novia hermosa y de buen corazón…digamos una chica como la hija de Terukichi
Miyata, que acaba de volver.”
…..
“Se
encaminó al rompeolas envuelto en la oscuridad de la noche, y una vez allí se colocó
de manera que la brisa marina le acariciara el rostro. Entonces recordó el barco
blanco que había visto navegar contra un fondo de nubes iluminadas por el sol poniente,
en el horizonte, el día en que Jukichi le informó de la identidad de Hatsue; recordó
la extraña sensación que experimentó mientras veía alejarse el barco. Aquello había
representado lo «desconocido». Mientras contempló
lo desconocido desde cierta distancia, su corazón estuvo en paz, pero una vez subió
a bordo de lo desconocido y zarpó, la inquietud y la desesperación, la confusión
y la angustia habían unido sus fuerzas y le afligían.”
(Yukio
Mishima, El rumor del oleaje, páginas
30-31, 39, 166-167)
Interesante...
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