Francisco Bitar
Editorial Candaya, Avinyonet del Penedès
(Barcelona), 2015, 105 páginas
Francisco Bitar (Santa Fe, 1981) es un joven
escritor argentino avalado por varios poemarios, libros de cuentos y esta
novela, Tambor de arranque, publicada
en 2012, que le supuso la obtención del Premio Ciudad de Rosario, donde fue
publicada. Candaya, el sello editor español que suele acertar en la selección
de obras de gran calidad, especialmente de nuevas voces de América Latina, le
da ahora una segunda oportunidad y amplia notablemente el número de los
potenciales lectores de esta novela breve, pero de indiscutible madurez
literaria. La editorial catalana respeta además, en esta edición, los rasgos y diferencias
lingüísticas específicas del español
rioplatense que enriquecen la lengua común.
La trama de Tambor de arranque presenta a una pareja con una hija preadolescente, en evidente crisis
matrimonial, a punto de naufragar. El marido, Leo, decide por su cuenta viajar
a una localidad cercana para comprar un Taunus, su primer auto. La esposa,
Isabel, prefiere adquirir una cama con un buen somier matrimonial, sábanas
nuevas, un florido edredón, “que hacen pensar a quien se acuesta en un mundo feliz
y ordenado” (página 19). Aunque no cree que eso les vaya a cambiar la vida,
puede, no obstante, formar parte de la solución, ya que, confiesa, venían
durmiendo muy mal. El marido insiste en el coche. ¿Sus razones? Quizás fuera lo
último que iban a hacer juntos si las cosas no iban bien.
Se trasladan, en efecto, a un lugar de la
provincia y allí conocen al vendedor y sus peculiares circunstancias vitales.
El coche que tiene en venta, es su domicilio. También el de su perra. La compra
fracasa, pero con ellos vieja la vieja perra del vendedor. Y lentamente se
consuma la desintegración de la pareja, mas con sucesivas rupturas y retornos.
Hasta que inexorablemente, en la tercera separación de la pareja, no hay vuelta
atrás. Y a partir de aquí, con saltos en el tiempo, Francisco Bitar nos brinda
algunas circunstancias y sobre todo las vivencias por separado de cada uno de
ellos: las dificultades de Isabel para salir adelante en la casa del barrio que
quiso conservar. Y la desolación del nuevo hogar de Leo, un auténtico basurero,
en palabras de un joven vecino que penetra en su casa para robarle una cubetera
de hielo.
Son vidas, las de los protagonistas, con
horizontes cercanos, lo único que se puede esperar cuando todo se viene abajo.
Los dos se enfrentan a los mismos fantasmas, la profunda soledad; y, con la
disculpa de dialogar sobre la situación escolar de la hija, se consuelan
mutuamente hablando por teléfono buena parte de la noche. Hasta que ella decide
cortar también ese cauce.
Un final abierto, áspero y aparentemente sin
porqué. Leo quema con los chicos borrachos que se habían aprovechado de su
hielo, los pocos muebles que tenía en su apartamento. Quizás un punto final a
un pasado que, de todos modos, nos deja una sensación agria, los sabores de los
efectos de la hecatombe afectiva y
familiar.
Francisco Bitar aborda desde fuera y con
suma delicadeza el infierno en el que vive una pareja, sin recrearse en sus
guerras conyugales, en los pasos obligados de toda ruptura. Se limita a
decirnos que a Leo, la relación con su mujer le enseñó que los insultos, cuando
eran precisos, los dejaba para el final del día. Y sobre todo presta atención a
otras incógnitas y circunstancias: qué es lo que lleva a una ruptura; qué detalles o decisiones
importantes en el interior de una pareja dan lugar a un momento de no retorno;
cómo vive y soporta cada de los integrantes de la misma la ausencia del otro. Y
lo hace desde distintas perspectivas y
voces, en un relato coral: cada miembro de la pareja arrastra consigo a otras
personas que indirectamente nos permiten
intuir los efectos de esa devastación
sentimental. Además, sin verbalizaciones, hablan también los animales o los
simples objetos: perros, gatos, cucarachas, pájaros, moscas, un colchón sin
sábanas tirado en el suelo, meses helados, sillas que terminan en una hoguera…
Testigos mudos pero, no obstante, muy elocuentes de naufragio de un proyecto de
vida en común, y de la relación que, en esa situación, establece cada sujeto
con su entorno.
El autor perfila a sus personajes de una
forma creíble. Y lo hace especialmente narrando sus diálogos y las acciones que
en el fondo les definen. Seres perfectamente humanos, de carne y hueso: él,
inseguro e idealista; ella, con una visión más pragmática de la vida y desconfiada.
Ambos sufren las heridas de la ruptura, traducida casi siempre en momentos de
intensa soledad.
Tambor de arranque es una
novela breve, pero, sin embargo, se podrían escribir páginas sobre su forma y
su arquitectura compositiva. Ocho secuencias aparentemente desconexionadas,
pero que terminan tocándose en el común denominador de la erosión y el
naufragio de una pareja. Novela fragmentaria, con saltos en el tiempo,
convivencia de dos voces narrativas, la tercera y la primera persona, una
opción aparentemente caprichosa. Un estilo de prosa muy directo, limpio,
frecuentemente áspero y duro; alejado de adornos y florituras líricas. Y a
pesar del escepticismo del autor sobre
las posibilidades del minimalismo en castellano (a diferencia del inglés, demanda
o agradece rodeos), nouvelle con no
pocas elipsis. Un minimalismo, declara Francisco Bitar, como el del último
Carver. Como botón de muestra, esta breve secuencia: “La semana que viene
-supuso él. Después tuvo una sensación de incertidumbre causada por dos motivos
parecidos: primero, nunca nada tan grande había quedado para la semana
siguiente. Segundo, nunca la semana siguiente había estado tan cerca” (página
37). En resumen, una novela breve que muestra una gran ambición y madurez
literarias. Un hermoso relato para hacernos partícipes de una acción
desagraciada, alejada de toda belleza, aunque cada vez más cotidiana: los
efectos devastadores del desamor.
Francisco
Martínez Bouzas
Fragmentos
“No
habíamos ahorrado un año entero para comprar un auto; queríamos una cama. Un
buen somier matrimonial con el juego de sábanas de setecientos hilos y uno de
esos acolchados de colores que hacen pesar a quien se acuesta en un mundo feliz
y ordenado; no digo que iría a cambiarnos la vida pero capaz una nueva cama
fuera parte de la solución. Veníamos durmiendo muy mal.
Pero
un tarde a fines de mayo vimos sobre la mesa de la cocina el recuadro en los
clasificados mientras tomábamos café y corregíamos exámenes.
-¿Estás
seguro? -pregunto Isa
-No
-respondí-. No estoy seguro.
Lo
que sí sabía era esto: yo nunca había tenido mi propio auto.
-No
sé, Leo
Nadie
estaba seguro.”
…..
“Uno
de los amigos del vecino dice:
-Te
casás, pajero.
El
cocho vuelve a pasar pero esta vez en dirección contraria.
-Vos
te casás, pajero –dice su vecino.
-Si
me erraste, gil
La
voz de su vecino habla otra vez:
-Porque
no te cogés a nadie.
Había
comido en el patio, Leo los escuchó con claridad. Pusieron los caballetes y el
tablón a un costado del asador, acercaron las sillas.
Una
tercera voz dice:
-Fuera
de joda, chabón. Te la tenés que traer para acá.
La
voz del primero, el que tiró el corcho la primera vez agrega:
-Uh,
de una. Sabés qué. Si te la traés hasta acá no le queda otra, te la enfiestás
sí o sí. Ja ja ja.”
…..
“Qué
error. Isabel creía en el matrimonio como en un asunto personal. Demasiado
sacrificio, pensó la madre, cuando no tienen remedio. Mónica (la madre) había
estado con un solo hombre en su vida pero no necesitaba más que eso. Los años
de matrimonio con el padre de sus dos hijas le habían enseñado que ningún
marido, ni siquiera el peor, significaba el infierno: un hombre es algo que hay
que soportar muy por debajo del límite de sus fuerzas.”
(Francisco Bitar, Tambor
de arranque, páginas 19, 47-48, 87)