Campo de exterminio de Auschwitz |
Un
correo remitido a primera hora de la mañana por Acantilado, el sello barcelonés
que edita sus obras en español, me informa del fallecimiento de Imre Kertész
(Budapest, 1929-2016). El escritor de 86 años fue, en el año 2002, el primer
Premio Nobel húngaro, y era hasta hoy la última memoria viva del Holocausto. Un
escritor prácticamente desconocido en Occidente hasta que la Academia sueca le
otorgó el Nobel porque fue capaz de confrontar la frágil experiencia del
individuo contra la bárbara arbitrariedad de la historia. Al igual que Primo
Levi, otro superviviente del exterminio, entendió los campos de concentración
como una siniestra señal de peligro. En los dos brotó en los días del Lager la
necesidad interior de dar testimonio, de hablar a los “demás” para que
supiésemos lo que aconteció y jamás olvidemos lo que el hombre fue capaz de
hacer con el hombre. Como Primo Levi, Imre Kertész reconoce que ninguna lengua
cuenta con las suficientes palabras para expresar la ofensa recibida por la
humanidad en los campos de exterminio: el aniquilamiento del ser humano. Pero
al igual que el escritor italiano, cuyo cuerpo se precipitó en un día de abril
de 1987 por una escalera, Imre Kertész no permitió que la desesperanza anidara
en su alma y minara completamente sus deseos de sobrevivir en esos infiernos
llamados Auschwitz-Birkeneau y Buchemwald, donde coincidió con Primo Levi. Los
dos fueron liberados en 1945. Primo Levi fue uno de los veinte supervivientes
italianos de Auschwitz. Imre Kertész, un simple número entre el medio millón de
húngaros que convirtieron al magiar en la lengua más hablada en el campo de
exterminio.
El próximo día 6 de abril, Acantilado
publicará La última posada, los
diarios de Imre Kertész, el testamento literario del escritor y la culminación
de su obra. En espera de poder leer el último esfuerzo artístico, el testamento
visceral de un escritor gravemente enfermo, selecciono, como homenaje memorial
del Premio Nobel húngaro hoy fallecido, algunas secuencias de las reseñas que
en su día publiqué, en este Cuarderno de crítica literaria, sobre dos de sus
libros: Kaddish por el hijo no nacido
(1990, Acantilado, 2001) y Un relato
policíaco (1977, Acantilado, 2007)
Kaddish por el hijo no nacido
Imre Kertész
Tradución de Adan Kovacsics
Acantilado, Barcelona, 2001,
152 páginas
La Academia sueca
reconoce en la trilogía de Kertész (Sin
destino, Fracaso, Kaddish por el hijo no nacido) la experiencia frágil del hombre contra la
arbitrariedad desalmada de la historia. Arbitrariedad que dejó en el Nobel
húngaro terribles cicatrices que hacen que el protagonista de Kaddish por el hijo no nacido rece para
que no se produzca el nacimiento de un ser humano en un mundo que permite la
existencia de horrores como los de
Auschwitz.
La Academia sueca tenía una deuda con la literatura memorial de los campos en los que se consumó el genocidio. En Kertész, al menos de forma simbólica, se premia a otros testigos de la barbarie, entre ellos a Primo Levi, a Jorge Semprún (El largo viaje), a Roberto Antelme (La especie humana) y también a Jean Améry, Violeta Friedman o Paul Celan.
Imre Kertész es un escritor distante de su tierra e incluso de Europa. Se considera un ciudadano del mundo y no olvida que en su día fueron asesinados seiscientos mil húngaros y Occidente calló. Su primera novela después del Nobel, titulada Liquidación, fue su último libro sobre el Holocausto y, a la vez, una fabulación contemporánea que se desarrolla en la Hungría de la caída del régimen comunista.
La obra de Kertész es enormemente compleja. Sus libros son muestras lúcidas de un autoanálisis doloroso, brutal y sin concesiones sobre el acontecimiento más traumático de la civilización occidental y del que él mismo fue víctima y ahora es testigo. Textos duros, filosóficos, existenciales, alejados del sentimentalismo, pero inmensamente perspicaces. Rezuman memoria y son una constante advertencia de cómo la gente, con frecuencia de forma inconsciente, se integra en la maquinaria del poder que exige sumisión y silencio. En la mente del escritor magiar, Auschwitz acabó únicamente porque cambió la suerte de la guerra, pero nunca ha existido en Occidente nada que pueda considerarse una negación fundamental de lo que fue y supuso el Lager siniestro.
La Academia sueca tenía una deuda con la literatura memorial de los campos en los que se consumó el genocidio. En Kertész, al menos de forma simbólica, se premia a otros testigos de la barbarie, entre ellos a Primo Levi, a Jorge Semprún (El largo viaje), a Roberto Antelme (La especie humana) y también a Jean Améry, Violeta Friedman o Paul Celan.
Imre Kertész es un escritor distante de su tierra e incluso de Europa. Se considera un ciudadano del mundo y no olvida que en su día fueron asesinados seiscientos mil húngaros y Occidente calló. Su primera novela después del Nobel, titulada Liquidación, fue su último libro sobre el Holocausto y, a la vez, una fabulación contemporánea que se desarrolla en la Hungría de la caída del régimen comunista.
La obra de Kertész es enormemente compleja. Sus libros son muestras lúcidas de un autoanálisis doloroso, brutal y sin concesiones sobre el acontecimiento más traumático de la civilización occidental y del que él mismo fue víctima y ahora es testigo. Textos duros, filosóficos, existenciales, alejados del sentimentalismo, pero inmensamente perspicaces. Rezuman memoria y son una constante advertencia de cómo la gente, con frecuencia de forma inconsciente, se integra en la maquinaria del poder que exige sumisión y silencio. En la mente del escritor magiar, Auschwitz acabó únicamente porque cambió la suerte de la guerra, pero nunca ha existido en Occidente nada que pueda considerarse una negación fundamental de lo que fue y supuso el Lager siniestro.
Imre Kertész
Traducción de Adan Kovacsics
Acantilado, Barcelona, 2007,
104 páginas
En 1935 publicó Borges una de
sus primeras obras, Historia universal de
la infamia, en la que presenta las biografías de siete personajes de
infausto recuerdo. Una colección de cuentos basados en crímenes reales. Los
siete personajes que Borges describe ficcionalmente, brindan un ingenioso
panorama de la iniquidad y del horror, extraídos de diversas realidades
culturales y geográficas. Porque desde tiempos inmemoriales, seguramente desde
que “homo sapiens” bajó de los árboles, la humanidad no ha cesado de
experimentar en sus propias carnes las garras del horror. Desde Eibl –
Eibesfeld (1970), sabemos que la sonrisa y las lágrimas son innatas en el
hombre. También lo es la desmesura que impregnó el terreno de las pasiones más
ancestrales y violentas: la destrucción, el asesinato, las carnicerías. Mas
esta afectividad intensa e inestable de un ser, á la vez amoroso, furioso y
violento, no siempre halló reflejo en sus propias creaciones simbólicas. Con
frecuencia el “hombre sabio” enmascara su “ubris”, sus desmesuras en las
relaciones con sus semejantes. En especial, cuando domina las armas del poder.
Nuestro tiempo es testigo del silencio cobarde y vergonzoso de muchos que, en
razón de la especial resonancia de su voz, deberían haber denunciado las
locuras destructoras y gratuitas de sus semejantes. No es el caso, sin embargo,
de dos narradores europeos, deponentes y referendarios inequívocos de la
pavorosa destrucción del hombre por el hombre en el siglo XX. Son ellos: el
premio Nóbel Imre Kertész y el escritor serbio Danilo Kis.
Dos de sus obras acaban de entrar o regresar
al mercado literario en lengua española de la mano de la editorial Acantilado de Barcelona. Una breve ficción del
Nóbel húngaro, Imre Kertész, Un relato
policíaco y quizás la novela más conocida del escritor serbio, Una tumba para Boris Davidovich. Dos
piezas narrativas que se centran sin concesiones en los grandes episodios de
crueldad opresiva y genocida de los sistemas totalitarios del pasado siglo. Un
pasado que no solamente explica el presente sino que lo mancilla.
En sólo dos semanas salió de la pluma de I.
Kertész, Un relato policíaco. Una obra breve escrita paradójicamente con la
finalidad de eludir la
censura. El escritor húngaro, sobreviviente de Auschwitz,
escribe en efecto esta pequeña pieza en 1976 como una especie de relleno que
posibilitara la publicación de otra novela, El
rastreador. El comunismo gulash de la Hungría de entonces, cuyos censores
eran los mismos editores, exigía un mínimo de diez octavillas en cada volumen
que se publicase. Fue entonces cuando Kertész hubo de escribir a toda prisa la
historia de Un relato policíaco, en
la que, sin embargo, ya llevaba tiempo cavilando. El relato supero la censura
porque todo en él era ficción, ficción que, por otra parte se desarrollaba en
un pseudo estado suramericano y, por
consiguiente, podía ser leído de forma inofensiva en su país. El relato es muy
anterior a la conocida frase que Kertész pronunció en 2002 al recoger el Premio
Nóbel: “De Auschwitz solamente es posible escribir una novela negra”.
Seguramente porque Auschwitz es la metáfora sangrante de la implicación del ser
humano en la maquinaria totalitaria del terror, tal como le ocurre al
protagonista de Un relato policíaco.
Un tal Martens, un policía que se confiesa novato y que forma parte de los
mecanismos torturadores de un país
imaginario. Poco antes de ser ejecutado, narra sus experiencias en el cuerpo de
policía encargado de interrogar y torturar a los supuestos y, frecuentemente,
imaginarios opositores del régimen. Pretende absolverse a si mismo de sus
crímenes mediante la catarsis de la escritura de su propio diario. ¡El verdugo
convertido definitivamente en víctima!
Kertész narra pues desde el punto de vista
de los torturadores, que confiesan trabajar a lo grande, sin rendir cuentas a
nadie. Únicamente con la lógica de los sistemas totalitarios: al servicio no de
la ley, sino del poder, confiando solamente en ellos mismos y en la fatalidad. Los interrogatorios,
el trabajo sucio (“Como los que se ven en la películas, pero un poco más
simples”) son la antesala del infierno. Pero Martens omite la descripción de
ese infierno de la tortura, quizás como una forma de eliminarlo de su
existencia.
Estamos ante un relato breve. Sin embargo,
como algún crítico ha recordado, nada de cuanto ha escrito Kertész desde que
escapó del holocausto hasta recoger el Nobel, tolera el calificativo de breve.
En Un relato policíaco se manifiesta
el fabulador de pluma ligerea que escribe en el lenguaje atonal que caracteriza
la escritura que Kertész emplea para describir el desgarro y el falso orden del
mundo. Y es una lúcida introspección en las interioridades de los verdugos,
capaces de convivir trivialmente con la tortura, a la vez que una agria
parábola sobre los totalitarismos y su lógica salvaje.
Francisco Martínez Bouzas
Francisco Martínez Bouzas
Fragmentos
"Y dejad de decir por
fin, dije con toda probabilidad, que Auschwitz no tiene explicación, que
Auschwitz es el producto de fuerzas irracionales, inconcebibles para la razón,
porque el mal siempre tiene una explicación racional, es posible que el propio
Satanás sea irracional, como lo es Yago, pero sus criaturas sí son racionales,
todos sus actos se derivan de algo, igual que una fórmula matemática; se
derivan de algún interés, del afán de lucro, de la pereza, del deseo de poder y
de placer, de la cobardía, de la satisfacción de este o de aquel instinto, y si
no, pues de alguna locura al fin y al cabo, de la paranoia, de la manía depresiva,
de la piromanía, del sadismo, del asesinato sexual, del masoquismo, de la
megalomanía demiúrgica o de otro tipo, de la necrofilia, qué sé yo de qué
perversión de las muchas que hay o de todas juntas quizá, porque, dije con toda
probabilidad, porque prestad atención, porque lo verdaderamente irracional y lo
que no tiene explicación no es el mal, sino lo contrario: el bien."
(Imre Kertész, Kaddish
por el hijo no nacido)
…..
“Dos horas más tarde
estábamos acodados con Díaz en el alfeizar. Era una ventana neoclásica, del
estilo de la Sede. Desde lo alto se veía un patio estrecho. Una hilera de
postes se alzaba a uno de sus lados. Los Salinas, padre e hijo, estaban atados
a sendos postes. Frente a ellos esperaban dos destacamentos de la compañía de
guardia: el pelotón de fusilamiento.
-Desagradable- dijo Díaz
con una mueca. Estaba de ese humor sombrío que a veces se adueñaba de él en las
horas de inactividad-. Nuestra profesión es arriesgada -continuó reflexivo-.
Hoy estás aquí arriba en la ventana y mañana, quién sabe, tal vez abajo, atado
a uno de esos postes.
En ese momento se produjo
una descarga cerrada. ¿Me estremecí? No lo recuerdo. Sólo sé que de pronto
sentí los ojos de Díaz clavados en mí.
-¿Tienes miedo?- preguntó.
Su rostro liso estaba radiante, lleno de desvergonzada curiosidad. Me dieron
ganas de propinarle un bofetón. Yo sabía ya entonces que llegaría el momento de
su huida, que lo buscarían en vano, que no lo atraparían nunca. Que sólo me
pillarían a mí, es decir, a la gente
como yo.
-¿Miedo de qué? - pregunté
a Díaz.
-Pues –respondió,
señalando con un gesto de la cabeza el patio, donde los Salinas colgaban de sus
andaduras como sacos vacíos- ¡de eso!
-No tengo miedo de eso-
dije encogiéndome de hombros-. Solo del largo camino que conduce hasta allí.
Pues sí, por aquellas
fechas era todavía un novato, como he dicho.”
(Imre Kertész, Un relato policíaco, páginas 103-104)