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martes, 24 de noviembre de 2015

"LA ABUELA CIVIL ESPAÑOLA": MIEDOS, HUIDAS Y RENACERES



La abuela civil española

Andrea Stefanoni

Editorial Seix Barral, Barcelona, 2015, 267 páginas

  

   Andrea Stefanoni (Buenos Aires, 1976), editora y directora de la librería más grande de Buenos Aires, debuta en solitario en la narrativa con esta novela que vio su primera luz en el Grupo Editorial Planeta de Argentina, y la ve ahora en la barcelonesa Seix Barral. La autora pretende ante todo transmitir a los lectores una historia muy personal, un homenaje a su propia abuela que pasó por vicisitudes parecidas a las de la protagonista. Pero la suya es una historia que a la vez se convierte en testimonio colectivo de toda una generación que, tras la Guerra Civil española, huyó a Argentina. Una historia pues de miserias, huidas, desarraigos, pero también expresión de esa fuerza que hizo que la mayoría de los emigrantes o exiliados fuera capaz de reconstruir en América (Argentina, México y Chile sobre todo) una nueva vida.

   La novela de Andrea Stefanoni está narrada a través de Sofía, nieta de la protagonista, “el historiador anónimo”, y alter ego de la propia autora. Y se inicia con una prolepsis: Sofía recibe una llamada de su hermano, informándola de que la abuela Consuelo, acababa de sufrir un accidente. La nieta corre “hacia la sangre” de la abuela y, de inmediato, su relato recupera y nos sumerge en el vivir diario de la abuela, huérfana a los siete años porque su madre había muerto de un susto (un infarto). Con doce años trabajando sin descanso en un pueblo minero de las montañas leonesas: en el pastoreo de las ovejas luchando contra los lobos,  en la cría de gallinas, las labores de casa, e incluso en la mina de carbón al cumplir quince años. La asistencia a la escuela era una lujosa excepción: a ella acudía  los días en los que el clima le impedía trabajar. Así se inicia la parte de la acción que la arquitectura de la novela hace que transcurra en España, en la que se amalgaman los recuerdos de la abuela, transmitidos fragmentariamente en pequeños recortes, con la ficción propia del relato.

   También en ese inicio inserta la autora la historia del abuelo Rogelio, otro lugareño que creía en el cambio, amante de los libros y luchador antifranquista durante la Guerra Civil. Condenado a muerte, será sometido al juego macabro de simulacros de fusilamiento, y finalmente liberado tras varios años en la cárcel. Una liberación dictada por el juez, poco verosímil en la España de la dictadura, y que el director de la cárcel hace pasar como premio de una partida ganada de ajedrez. De regreso al pueblo, matrimonio con Consuelo, con anillos de boda prestados y obligados a cantar el Cara al sol, rodeados de falangistas.

   Con la decisión de emigrar a Buenos Aires, debido al temor a las represalias falangistas, la autora traslada la acción a Argentina. Son emigrantes que temen la noche y que terminarán instalándose en una isla del delta de Tigre, donde trabajarán de quinteros (caseros). Es el desarraigo del emigrante que, no obstante, Andrea Stefanoni sabe humanizar por medio da la solidaridad de un país libre, en el que Evita Perón regala muebles a los necesitados, y donde los expatriados encuentran trabajo.

   Mas la novela no es solamente rescate de la dramática historia vivida y sufrida en España, sino también, en la tercera parte, crónica del renacer de la familia definitivamente instalada en Argentina. Por eso mismo, es una novela testimonio, y, a la vez, recuperadora de la historia familiar, de una generación anónima, obligada por motivos políticos o económicos a huir de España y hallar en Argentina su nueva patria. Es ese uno de los más nobles papeles de la literatura: ser guerra contra las guerras, como se afirma en el texto, y ser también guerra contra el olvido.

   Novela con una tonalidad optimista, a pesar de que la autora no ahorra la narración de episodios terribles, a veces de forma directa, otras, más sesgada. Ejemplos paradigmáticos, la descripción de la madrastra de la protagonista por sus acciones crueles que nos recuerda a las madrastras de los cuentos de hadas o quizás mucho más; la obligación imperante en las escuelas franquistas de delatar al compañero; el miedo a la venganza incrustado en el subconsciente del abuelo que le acompañará toda la vida.

   La autora ha dejado claro que no conoce de primera mano los espacios españoles donde se desarrolla buena parte de la historia. Por ser relato, afirma, la novela no tiene el deber de fidelidad a los lugares de la narración. Y en eso cierta. Lo que resulta mucho más discutible es el tono cercano al realismo mágico con el que nos traslada algunos pormenores del vivir diario en la España de la contienda y en la de la dictadura franquista. Andrea Stefanoni juega con dos marcas estilísticas: las secuencias iniciales están construidas  a base de frases breves, sencillas, despejadas de todo lo superfluo, en búsqueda únicamente de la desnuda precisión, un recurso ciertamente impactante, que es capaz de recrear en la mente lectora las duras condiciones de la vida en aquel perdido lugar de las montañas leonesas. Mas, a medida que el relato avanza, las frases se dilatan y ramifican, engordan su estructura sintáctica, como si con ello quisieran reproducir la apertura a una nueva vida, alejada de la miseria y preñada de la afectividad y de la alegría en una nueva tierra que supo acoger a los  protagonistas y ofrecerles la oportunidad de que aflorasen las fuerzas de los emigrantes, de tantos emigrantes que fueron capaces de salir adelante partiendo de la nada. En esas coordenadas, La abuela civil española, es realmente modélica y, a la vez, esperanzadora, porque apuesta firmemente por la capacidad ilimitada del tesón y por  las ganas de salir adelante.



Francisco Matínez Bouzas



                                                       
Andrea Stefanoni

Fragmentos



“Cuando Consuelo era una niña de siete años le dijeron que su madre, Elvira, había muerto de un susto. En aquel pueblo, los infartos eran sustos. Los cánceres, amarguras. Las sífiles, pecados.

Consuelo se levantaba y Emiliano, su padre, le hacía el desayuno con lo que había. Cuando dejaba a las ovejas, llegaba cansada y su padre la recibía con el cariño de quien lo entiende. Y, por la noche, le hacía de comer. Otras veces, cocinaba ella.

Generalmente, en los tiempos de calor, quien llegaba derrotado era Emiliano: entonces, Consuelo le retribuía el cariño con que él la recibía.

El carbón era el agotamiento de los mineros. En la mina, Emiliano se había enterado de que sería padre. En la mina, a los gritos, le habían avisado que su esposa estaba mal. En la mina, también, se enteraba de que su esfuerzo no valía nada. Consuelo, para esos momentos, cocinaba todas las noches.”



…..



“El capador del pueblo. Lorenzo. A sus cincuenta y dos años, con la misma pieza con la que castraba a los cerdos de las granjas de todos los pueblos cercanos, Lorenzo ejercía como dentista. En Boeza, el dentista no tenía nada que ver con los arreglos. El capador iba con su bolso de un pueblo a otro. Desde las casas interrumpían su camino con un chiflido. El capador giraba sus pasos y se acercaba. Pasaba, por ese rato, de castrador de cerdos a dentista. Así ejercía.

Así que Rogelio se paró durante horas en la puerta de su casa. Caminaba por esos metros. No podía calmarse. La muela no se lo permitía, como si supiera que eran sus últimos minutos. Que el capador venía por ella.

Cuando Lorenzo pasó, Rogelio no pudo ni siquiera silbar. Gritó, pero no sonó suficientemente fuerte. Entonces lo llamó con señas, con gestos.

Lorenzo lo vió. Fue hacia él. En el camino limpió la pinza con la manga del saco.

Ahí mismo, parado, en el umbral de la casa, Rogelio abrió la boca; Lorenzo miró, entendió, sin que se dijera cuál era la pieza violenta; introdujo la pinza, tomó la muela y tiró. Rogelio se retorció y gimió. Arrastrándose se metió en su casa. Volvió con la boca sangrando y con un tributo para Lorenzo, quien lo aceptó en silencio. Se colgó el bolso al hombro y se fue. A seguir castrando marranos.”



…..



“La abuela sabe. Se acuerda con exactitud, setenta y tres años después, cuánto cobraba en su empleo en las minas de carbón: seis pesetas por día. El dinero cuando no se tiene funciona como calendario.

Tengo ocho años y estoy en el muelle de la isla. Soy experta en hacer sapitos con piedras. Sé de corrientes. De peces. De moscas y mosquitos. Por la noche, ando sin linterna. Sé, con los ojos cerrados, qué árbol es el que toco. Me mimetizo. Pero no sé, a ciencia cierta, nada sobre la gente. Por eso, cuando frena una lancha taxi cerca de mí y se bajan en la escalera una pareja de ancianos, y preguntan por mis abuelos, les digo que esperen, corro a la casa y, jadeando, le digo a la abuela -que está ayudando al abuelo a quitare el traje de apicultor astronauta-:

-Hay dos personas en el muelle que preguntan por ustedes. Vienen de España.

El abuelo se para de un salto. La abuela parece petrificada.”



(Andrea Stefanoni, La abuela civil española, páginas 19, 100, 221)

5 comentarios:

  1. Me gusta mucho el tema de esta novela, me la apunto, estoy segura que la leeré.

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  2. Creo que la guerra nunca termina, deja entre sus protagonistas y descendientes, recuerdos imposibles de borrar, sin embargo parece que la historia nos invita a entrar en este mundo humilde y admirable de la protagonista que muestra resistencia y ahínco para sobrevivir a los duros parajes que enfrenta. Preciosa crítica, me encantará leer esta obra, ya me ha atrapado con tan sólo leer estos fragmentos. Un abrazo con luz, gracias por compartir

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  3. Voy a leerla, seguro. El tema me apasiona, siendo nieta de abuelos españoles que emigraron a Buenos Aires, ciudad donde yo nací mucho más tarde.
    La autora parece conocer muy bien los problemas internos a los que se enfrentaban los emigrantes de entonces. Siempre me preocuparon las consecuencias en la población de los que venían escapando de guerras y/o hambrunas. y también a menudo me pregunto cómo hicieron para sobrevivir a tan ingratos recuerdos y al miedo constante de venganzas de los que sólo ellos temían y conocían.
    En cuanto al estilo, vi en los fragmentos como tú dices que salta de una prosa concreta y directa para relatar algunas situaciones al Realismo Mágico. Éste último es un estilo que me gusta casi con devoción, pero es evidente que debo leer la novela para opinar, porque lo que leo en los fragmentos, es posible que me dé una idea equivocada.
    Como siempre tu crítica es de gran ayuda al lector.

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  4. Genial,o amigo, y me toca muy de cerca esa historia, porque aunque lo mío fue en pleno campo, mis abuelos eran "inciviles" canarios de parecidas épocas. Imagina, abuelo vino de polizón en un barco escondido debajo de la saya de una monja, hombre heróico como puede imaginarse...buscaré el libro. Un abrazo.

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