Martin Amis
Traducción de
Jesús Zulaika
Editorial
Anagrama, Barcelona, 2015, 304 páginas
Ya hace tiempo que Martin Amis (Swansea, 1949) dejó de escribir buenos
libros satíricos para convertirse en perseguidor de atrocidades. Ofertas
inabarcables como los asesinos en serie, el Gulag o el 11 de Septiembre. Como
si el hecho de escribir sobre acontecimientos reales perversos o catastróficos
fuese capaz de hacer de un autor un buen escritor. En La Zona de Interés Amis recupera sus obsesiones, esta vez sobre el Holocausto,
mas de nuevo vemos surgir el mejor Martin Amis con su sutil maestría en el uso
de la sátira y de la comicidad al narrar una de las mayores barbaries de la
historia. El mejor Amis en su segunda novela sobre el Holocausto después de Time’s Arrow (La flecha del tiempo), una historia construida en el espacio de un
Auschwitz imaginario, pero con elementos reales. Una novela por cierto
rechazada por sus editores franceses y alemanes habituales por considerar que
Amis se mofa del Holocausto.
En efecto, la nueva novela de Amis da cuenta del genocidio visto desde
la perspectiva de los alemanes que dirigían los campos de exterminio,
intercalando entre los incontables horrores cotidianos una historia de amor con
ribetes de farsa. La crueldad -Amis prefiere no hablar del mal, para él un
concepto teológico- asomándose en medio de innumerables escenas grotescas,
propias de la comedia negra..
Con un absoluto dominio del oficio, Martin Amis cuenta una historia
situada en los años 1942-1943, construida en torno a tres personajes
masculinos, tres verdugos, envueltos dos de ellos en un triángulo amoroso.
Forman parte del mismo Galo Thomsen, sobrino de Martin Bormann, secretario
personal de Hitler; el comandante del campo Paul Doll y Smzulek Zacharias (Szmul), un miembro de los Sonderkommando, la
unidad de trabajo judía, encargada de llenar y vaciar las cámaras de gas e
incinerar los cadáveres. En medio de la rutina diaria del campo -un Auschwitz que Amis bautiza como Kat Ze-,
surge una relación ed amor entre Galo Thomsen y Hannah, esposa del comandante
Paul Doll, atormentada por el “trabajo” de su marido. La otra pieza del
triángulo es el judío Szmul que se considera a sí mismo un ser repulsivo, y al
que algún crítico ha definido como “uno de los más trágicos personajes de la
ficción contemporánea”. Él será un espectador paradójicamente privilegiado.
Cada uno de estos tres personajes relata una parte de la trama. Galo
Thomsen es el responsable de supervisar la construcción de un sub campo,
Auschwitz III, conocido como Monowitz-Buna, un lager donde los prisioneros
fabricaban caucho sintético. Siente interiormente remordimientos sobre la forma
como se trataba a los judíos, pero su cobardía le hace callarse. Su zona de
interés es la señora Hannah Doll de la que está obsesionado sexualmente y a la
que trata de seducir. La segunda parte del guión la narra Paul Doll, el marido
de Hannah, un tirano perfectamente convincente por sus acciones e incluso por
su forma grotesca de hablar. Szmul, el jefe del Sonderkommando, también narra
su historia. Él es uno de los “cuervos del crematorio”, mas Amis, como ya había
hecho Primo Levi con relación a los miembros de los Sonderkomamando, omite
hablar de la depravación de su comportamiento -en el fondo es un victimario que
se convertirá muy pronto en víctima-, y lo describe, o hace que se describa a
sí mismo, como uno de los hombres más tristes que hayan existido, infinitamente
repulsivo, infinitamente triste, carente incluso del consuelo de la inocencia.
La simiente del libro no es otra que el interés de Amis por dar una
respuesta, a través de la ficción, al interrogante sobre la posibilidad de que
el amor pueda surgir y prosperar en un contexto de demencia totalitaria. En un
final en el que la sátira deja paso a una cierta tonalidad sentimental, el
escritor responde que no, ya que el amor no puede arraigar, y menor crecer
entre el odio y la muerte.
Solamente en el Epílogo teclea Martin Amis la palabra Adolf Hitler, un
nombre ausente en toda la novela. La gran razón: es imposible entender,
explicar a Hitler, comprender el porqué. Como tampoco puede explicarse el odio
fanático de los nazis a los judíos. Y aquí acude a Primo Levi con cuya cita
cierra de forma redonda esta visión del Holocausto, percibida desde dentro de
los verdugos:
“Quizás
no se pueda, más aún no se deba, entender lo que sucedió, porque entenderlo, casi es
justificarlo. Déjenme que lo explique: «entender» una propuesta o una conducta humana significa
«abarcarla», abarcar a su autor, ponerse en su lugar, identificarse con él.
Ahora bien, ningún ser humano normal podrá jamás identificarse con Hitler,
Himmler. Goebbels, Eichmann e incontables nazis más. Ello nos causa consternación,
pero al mismo tiempo nos procura una sensación de alivio, porque quizá sea
deseable que sus palabras (y también, por desdicha sus actos) no sean
susceptibles de comprensión por nuestra parte. Son palabras y actos humanos,
palabras y actos «contrahumanos»…No hay racionalidad en el odio nazi; es un
odio que no está en nosotros; es un odio ajeno al hombre…”
Amis recrea con la mano maestra del gran narrador que es, el ambiente a
la vez grotesco y putrefacto de los campos de exterminio. Escenas impactantes y
de crudeza monstruosa narradas con un lenguaje imaginativo, alimentado en la
sátira, son un buen antídoto contra cualquier tentación de desmemoria y contra
el olvido del mal, de la banalidad del mal, o de la crueldad como prefiere
Martin Amis. También de sus ridiculez.
Francisco Martínez Bouzas
Fragmentos
“Somos del Sonderkommando, el SK, la
Brigada Especial, y somos los hombres más tristes del campo. De hecho somos los
hombres más tristes de la historia del mundo. Y de todos estos hombres
tristísimos yo soy el más triste. Y se trata de una verdad demostrable, e
incluso mensurable. Soy, con cierta diferencia, el primer número, el número más
bajo…el número más antiguo.
Además de ser los hombres más tristes
que hayan existido, somos también los más repulsivos. Y sin embargo, nuestra
situación es paradójica.
Cuesta entender por qué somos tan
repulsivos siendo como somos seres que no hacemos ningún daño.
La cuestión es que podría argüirse que,
en contrapartida, tampoco hacemos ningún bien. Pero somos infinitamente
repulsivos, y también infinitamente tristes.”
…..
“¿Y qué decir de Szmul? ¿Y de los
Sonders? Dios, sólo a duras penas me decido a ponerlo por escrito. ¿Saben?
Nunca dejo de maravillarme ante el abismo de miseria moral en el que algunos
seres humanos están deseosos de hundirse…
Los Sonders…Cumplen con sus tareas
pavorosas con la indiferencia más muda. Usan cinturones de cuero grueso para
sacar a rastras de las duchas a las
piezas y llevarlas hasta el Leinchenkeller. Allí les arrancan los dientes de oro con
alicates y cinceles, y les cortan el pelo a las mujeres con grandes tijeras;
les quitan los pendientes y las alianzas; y ponen la carga en la polea (6 o 7
cada vez), y la izan hasta la boca de los hornos. Por último muelen las
cenizas, y el polvo se lleva en camión y se echa al río Vístula. Todo esto,
como ya he dicho, lo llevan a cabo con una insensibilidad muda. No parece
importarles en absoluto que la gente que manipulan sea de su misma raza,
hermanos de sangre.(…)
Me pasma que decidan subsistir, durar,
de esta forma. Y lo hacen: algunos (no muchos) se niegan categóricamente, pese
a las consecuencias obvias, porque ellos, ahora, se han convertido también en Geheimnisträger,
portadores de secretos. No es que ninguno de ellos confíe en prolongar su
cobarde existencia más de 2 o 3 meses. Somos absolutamente claros al respecto:
la tarea inicial de los Sonders, a fin de cuentas, es la incineración de sus
predecesores; algo que saben que no va a cambiar en adelante. Szmul posee la
dudosa distinción de ser el sepulturero que más tiempo lleva en el KL; de
hecho, es muy probable que sea el Sonder que más tiempo lleva en todo el
sistema de campos de concentración. Es prácticamente un Notable (hasta los
guardias le tienen cierto grado de respeto. Szmul sigue. Pero sabe muy bien lo
que les sucede a todos, a todos los potadores de secretos.”
…..
“El 21 de enero de 1942, el número se
hizo tan grande que las SS y la Orpo seleccionaron a otro centenar de judíos
para que ayudaran a los Sonders a arrastrar los cuerpos hasta las fosas
masivas. Este Kommando suplementario estaba formado por quinceañeros. No se les
suministraba ni comida ni agua, y trabajaban doce horas seguidas bajo el
látigo, desnudos en la nieve y el barro petrificado.
Cuando la luz se hacía más tenue, el
sargento mayor Lange llevaba a los chicos hasta las fosas y los mataba de un
disparo uno por uno…, y podías oírlo. Al final se quedaba sin balas y utilizaba
la culata de la pistola para machacarles el cráneo. Y podías oírlo. Pero los
chicos, que avanzaban a empellones en la fila para tratar de ser los
siguientes, no emitían sonido alguno.”
(Martin Amis, La Zona de Interés, páginas 40-41,
72-74, 200)