Una
novela berlinesa
Ernest Haffner
Traducción de Fernando Aramburu
Editorial Seix Barral, Barcelona, 2015, 243
páginas
Esta novela que hace dos meses editó en español
Seix Barral, fue publicada originariamente
en el año 1932 con el título
Jugend auf der Lanstrasse Berlin (Juventud
en la carrera a Berlín) que poco tiene que ver con el que el editor Peter
Graf la redescubrió en el año 2013 (Blutsbrüder)
y que Fernando Aramburu vierte al español con el rótulo de Hermanos de Sangre. Una novela berlinesa. Se sabe que su autor fue
Ernest Haffner, cuya vida y actividad como escritor es una verdadera incógnita.
Fue periodista y trabajador social. Consta así mismo que en 1938 recibió una
citación de las autoridades nazis para discutir y dar explicaciones sobre su
vida y su obra, que sería arrojada al fuego en una de tantas quemas de libros,
acontecidas en esa época. A partir de ahí, la vida de Haffner desaparece de
cualquier registro documental, hasta el punto de que unos meses antes de la
reedición de 2013 un periódico alemán hacía un llamamiento para obtener
noticias del autor o de sus posibles herederos. No hubo ninguna respuesta.
Entre otras razones, la editora alemana que
recuperó la novela en 2013, lo hace, como explica Peter Graf, porque para los
lectores actuales el texto de Haffner contiene observaciones sobre una parte
tan tenebrosa como esencial de la República de Weimar, en especial las
peripecias recogidas de primera mano de innumerables jóvenes y adolescentes
que, en el paréntesis de las dos guerras mundiales, intentaron sobrevivir con
dignidad, pero terminaron siendo víctimas de las arbitrariedades y de la
miseria provocadas por un estado injusto. Este libro narra sus historias
tamizadas por la ficción y con empatía dirige
su atención hacia esas personas. Además la novela encierra la
posibilidad de una lectura actual ya que puede ser interpretada como un reflejo
de los efectos nefastos que la actual crisis económica, social y laboral está
provocando en no pocos jóvenes desesperanzados como los protagonistas de la
novela de Haffner, sobre todo en el sur de Europa.
La novela es un fiel retrato de la vida en
la calle de los jóvenes marginados en el Berlín de la República de Weimar, o
mejor dicho, en el periodo más crucial de su descomposición. Un implacable
documento que bascula entre la ficción y el reportaje periodístico, y que
refleja la miseria y la marginalidad de miles de jóvenes y adolescentes
berlineses que, privados de cualquier amparo y calor familiar, tienen su hogar
en las calles. Rateros de poca monta que sobreviven a base de astucia y
violencia. Se prostituyen, practican la delincuencia de los pequeños hurtos.
Son castigados en los correccionales con inusitada severidad que prefigura o
anticipa la crueldad y barbarie de los campos de concentración. En una sociedad
injusta que solo genera odio, algunos consiguen sobrevivir, gracias a la
amistad solidaria y delictiva de las pandillas como la de los Hermanos de
Sangre que da título a la reedición de la novela.
En este marco escénico sitúa el autor el
complicado mundo en el vive una de las incontables pandillas que sobreviven
entre el frío y el hambre de los más míseros barrios berlineses. Son los Hermanos
de Sangre. Persiguen día y noche con pequeños hurtos primero, posteriormente
como auténticos delincuentes, algo para llevar a la boca, aguardiente para
conjurar el miedo y una covacha o un almacén para dormir entre cajas y paja,
atravesados por los chinches. Muchos de ellos han huido de los correccionales,
en los que cualquier asomo de individualidad es reprimido cruelmente. En un
país de millones de famélicos viven al margen de la ley, escapan en el tren
expreso encima del eje de las ruedas. Se prostituyen por un marco en los
urinarios públicos. O practican sexo, uno tras otro en fila india con una
prostituta fofa y madura mientras ella fuma un cigarro tras otro. Pero la
pandilla es su único hogar. La entrada en ella exigirá superar un duro bautismo
de sangre: consumar en el periodo de una hora cuatro veces el coito con la
manceba de la pandilla hasta llegar al orgasmo en presencia de todos los
miembros de la banda.
A algunos la constatación de su juventud
echada a perder los atormenta de tal modo que la cárcel o el reformatorio se
les antoja un mal menor. Desempeñarán un trabajo miserable y en ese Berlín
enorme, inhóspito, despiadado, al que no es posible vencer a solas, dos de ese
miserable ejército de vagabundos condenados a sucumbir, no sucumbirán. Es la
pequeña espita de esperanza que encierra un texto que oscila entre la
literatura picaresca, el realismo y el expresionismo literario. En no pocas
secuencias el retrato que Haffner hace de Berlín, se deforma en los colores
violentos de la soledad, la sordidez y la alienación del individuo. La realidad
queda desfigurada hasta la caricatura con trazos desgarrados que expresan en sí
mismos y en el lenguaje que los traduce, lo grotesco, un mundo gomoso, opaco,
de barrio miserable. Por eso mismo en Hermanos
de Sangre leemos escenas a la vez terribles y grotescas como la parada en
la zona de prostitución más siniestra de Berlín: colegialas adolescentes se
prostituyen por viajes en la góndola del columpio. Pocos fragmentos como el que
sigue convierten el lenguaje en un instrumento para expresar la deformidad.
“Pandilleros de todas las edades, gente arrabalera, prostitución de ínfima
categoría, vagabundos, mendigos y
mendigas. Todos ellos contribuyen al bruñido de la calva del tabernero, que ya
no puede inhalar la pestilencia de su local y se ha apostado ante la puerta”
(página 144).
Hermanos
de Sangre más que obra maestra es un texto-documento enormemente
interesante porque ilustra con gran realismo y en clave expresionista del
periodo de imparable descomposición de
la República de Weimar y explica algunas de las causas del auge nazi, ya que
muchos de estos jóvenes y adolescentes, escolarizados en la violencia y en la
aniquilación de la individualidad, nutrirán las filas del totalitarismo y de la
barbarie nazi. En efecto, como escribió Der
Spiegel, un año más tarde llegará el agitador del bigotito y hará suyos a
todos estos jóvenes alemanes como si fueran las ratas del cuento de Hamelin.
Francisco
Martínez Bouzas
Fragmentos
“Los
ocho jóvenes han conseguido apoderarse de un banco, no les preocupan las
llamadas, se amodorran. Han pasado la larga noche de invierno en la calle. Como
tantas otras veces: no tienen casa. Todo el tiempo de aquí para allá, todo el
tiempo en movimiento. Debido a las inclemencias, no han podido descansar. Nieve
de varios días, de cuando en cuando unos delgados hilos de lluvia, todo ello
mezclado por el viento que, con su frío penetrante, hacía resonar las bocas de
los chavales al modo del pico de los patos. Ocho chavales de dieciséis a
diecinueve años. Algunos se escaparon del correccional. Dos tienen padres en
algún lugar de Alemania. Éste o el otro, bien padre, bien madre. Su nacimiento
y adolescencia coincidieron con la guerra y la posguerra. Incluso cuando
hicieron sus primeras tentativas por andar con sus piernas arqueadas ya estaban
abandonados a su suerte. El padre había ido a la guerra o ya figuraba en la
lista de los caídos. Y la madre montaba granadas o se vaciaba a cachos los
pulmones sin parar de toser en las fábricas de pólvora o explosivos. Los niños
con el vientre llenos de nabos -ni siquiera con el vientre lleno de patatas-
merodeaban por los patios y las calles en busca de comida. Al hacerse mayores
se lanzaban a cometer robos en manada con el pensamiento de llenar la panza.
Malvados animalitos depredadores.”
…..
“Con
pasmosa rapidez, los chavales se convierten en animales reptantes que balbucean
por el suelo. En esto alguien vocifera una palabra en medio del caos: «¡Hembras!».
Como un grito se enardece el deseo voraz de todos los chavales: ¡Sí, hembras!
La prostitución exhibe a todas horas su aviejada mercancía en la esquina de la
Kolonie con la Badstrasse. Para allí van dos chavales. Vuelven con una mujer
bastante metida en los cuarenta. Dieciséis jóvenes se comportan como chalados,
y una mujer. Ulli despacha enseguida la cuestión del pago lanzándole a la
prostituta un billete de diez marcos: «¡Por todos!». Jonny, huésped distinguido
y jefe de la pandilla amiga inicia la rueda siniestra. A continuación, el que
cumple años, y luego todos, todos…La prostituta está tendida en un diván
construido con sacos de patatas apilados, fuma un cigarrillo tras otro y, por
los demás, permanece indiferente. Al cabo de una hora se ha ganado sus diez
marcos. Ha de pasar por encima del ovillo de chavales tumbados como muertos
para alcanzar la salida. Reina silencio en la cabaña. La vela del altar ilumina
un cuadro triste.”
…..
“Abatidos,
sin saber qué hacer, vagan por las calles los cinco miembros restantes de la
pandilla. Ya no tienen arrojos para cometer hurtos. Todo volverá a ser como
antes de los tiempos de Jonny y Fred: prostituirse, ganar de vez en cuando una
moneda y, por lo demás, pasar hambre y más hambre hasta que les cruja el
pellejo. Sin casa, tanto tiempo ya sin casa que un colchón en el albergue
equivale al paraíso. O agregarse a otra pandilla. Trabajar con otro líder,
robos de carteras, robos en las casas, robos de automóviles…lo que precisamente
es ahora su especialidad.”
(Ernest Haffner, Hermanos de sangre. Una novela berlinesa,
páginas 17-18, 81- 82, 212)
Muy intenso...
ResponderEliminarSaludos
Muy intenso...
ResponderEliminarYa veo acá un antecedente de las pandillas actuales que tanto proliferan en centroamérica y otros lugares, me parece estar viendo lo mismo en otro marco histórico. Me gusta ese lenguaje directo, sin pelos...Gracias, amigo. Un abrazo.
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