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viernes, 27 de marzo de 2015

"DONDE NO ESTÁS", LOS INCONFESABLES SECRETOS QUE SOLO LOS MUERTOS CONOCEN



Donde no estás
Gustavo Martín Garzo
Ediciones Destino, Colección Áncora y Delfín, Barcelona, 2015, 365 páginas.

   Confiesa Gustavo Martín Garzo que la misión del novelista es dar voz a los que nadie escucha, al que no la tiene, sean seres humanos ausentes, animales, árboles o naturaleza inanimada. Y también contar, ser testigo con las armas de la ficción, de lo que no cuentan los historiadores, especialmente de las huellas invisibles que los hechos producen en el alma de aquellos que los vivieron, de las fabulaciones, mentiras y disparates que generaron. Y de todo ello va su última novela, Donde no estás. Porque, sigue pensando el escritor vallisoletano, en las casas de antes, las grietas que lo invadían todo, se mezclaban con los más íntimos secretos: “Las habitaciones de los muertos se mezclaban con las de las parturientas y las de los recién nacidos. Las de los niños con las del horror y la sexualidad”. En Donde no estás también existe una casa así, llena de cuartos secretos donde pervive la memoria de hechos inconfesables, o una habitación clausurada donde se archivan las desgracias.
   En esas coordenadas de secretos inconfesables o de clausuras queridas o irremediablemente impuestas, explora la novela, y a su principal protagonista le tocará bucear en ese oculto mar de fondo agitado por secretos perturbadores. Ella es Ana, una adolescente que, tras la muerte de su madre, regresa a un pueblo, Villalba de los Alcores, en tierras valisoletanas, enclavada entre los Montes Torozos y Tierra de Campos. Vuelve a la casa familiar para hacer compañía a la abuela, vieja, paralítica, la rica de la comarca, dotada de una fuerte personalidad que la impulsa a actuar como una reina madre. La mansión familiar es un laberinto de secretos que nadie quiere o se atreve a desvelar. Las medias historias que recibe como respuesta, se contradicen con los rumores que circulan por el pueblo y con el relato, muchas veces inconexo de la abuela. Por una mujer del lugar Ana se entera de que su madre era la amiga de la loca. Y entonces Ana quiere saber más, quiere empaparse de la vida que hay en los recuerdos. Pronto se entera de que, a los pocos meses de nacer, la abuela se la quiso comprar a su madre. Seguirá ahondando en el pasado familiar con la Guerra Civil española como espoleta de un conflicto que tiñó de sangre un pueblo, donde las tropas franquistas no hallaron resistencia y sin embargo se cebaron con inocentes a los que los falangistas fusilaban solamente porque no pensaban como ellos.
   Poco a poco, entre mentiras, secretos, sospechas y certezas va conociendo la historia de su madre, recupera el mundo materno desde la niñez de su progenitora hasta su noviazgo, su matrimonio, la ruptura del mismo, con su padre alistado en la División Azul y al poco tiempo con su nombre escrito en una lista de muertos. Un mundo en el que convive la perversidad y el candor. Y donde están muy presentes y vivos los crímenes, los asesinatos de seres inocentes en un tiempo laberíntico. También lo que había sucedido con sus padres hunde sus raíces en la Guerra Civil española: en el pueblo acontecieron cosas horribles de las que nadie quiere hablar. Son cosas que hay que olvidar, tal como le dice una de las sirvientas de la mansión de la abuela.
   Pero el fantasma de una mujer -la Señora empapada de agua- que se le aparece en las noches plácidas y un cuaderno que su madre le había legado, le ayudarán a conocer esos secretos, esas oscuras historias que atestan los rincones más recónditos de la casa. El más importante: los misterios que rodean a su propia familia. El del tío Orestes, con su cuarto secreto, casado con una actriz portuguesa a la que provee de hombres para que no lo abandone y que un día aparecerá ahorcado en la torre. La abuela que no había amado a su marido ni tampoco a sus hijos (No le parecían distintos de los terneros y ovejas que tenía en los establos). La relación de su padre y su madre, con sus glorias, sus miserias y espacios ciegos. La tragedia de Sara, la chica muda amiga de su madre, destruida por su padre y su amigo Lorenzo…todo ello en un país presidido por el miedo, la hipocresía y la doble moral.
   Son secretos que solo conocen los muertos, que tanta importancia tienen en esta historia; presentes en los relatos de los fusilamientos clandestinos en el monte, en las oraciones de la abuela, en las fotografías de la madre, en el cuarto secreto del tío Orestes, en la presencia del fantasma, una forma, revela el autor, de que el mundo de los muertos continúe a nuestro lado, una encarnación de los incumplido. Huellas de los muertos que al desaparecer se convierten en huecos, en zonas oscuras que permanecen misteriosamente activas. Y a eso precisamente alude el título de la novela: a esos agujeros que se abren en la realidad que nos circunda, cuando un ser humano se nos va para siempre. En la sociedad actual no queremos ver esos espacios que dejan los muertos, espacios vivos que necesitamos. Es misión de la literatura dar voz a los que no la tienen, dar voz a los muertos porque los vivos los lloran pero pronto los alejan de su lado para seguir con sus asuntos.
   Donde no estás es una riquísima y poderosa  novela. Una historia que se va ramificando en muchas historias, historias brutales en su mayoría. Una saga familiar, con secuencias de contenido folletinesco; retrato de los años sesenta, pero también memoria histórica. Recuperación acusadora de tantos muertos a los que seguimos sin hacer justicia muchos años después (“hay quien considera, declara el autor, que es un atentado a la normalidad que haya ancianos que quieran recuperar los restos de su familia para enterrarlos dignamente”). Pero una historia de historias donde también están presentes el amor, el deseo, lo prohibido, el sexo. Todo un mundo de odios, pistolas, himnos patrióticos, amores secretos, asesinatos de niños e inocentes, fantasías en un tiempo el que se pecaba con el pensamiento.
   Novela por la que transitan múltiples personajes, la mayoría mujeres. Son ellas, hablando en primera persona, las voces narrativas. En los tiempos que la novela rescata, ellas representaban la intimidad y eran las depositarias de los secretos, porque vivían en lo escondido o en los sueños. Romance pues de naturaleza coral, lo que favorece un enriquecedor perspectivismo, con distintas versiones de un mismo suceso, como ocurre en la vida. Y esa historia de medias verdades, fragmentaria, la reconstruye el autor mediante un idioma empleado con mimo, con latidos de selecta y a la vez simplísima prosa poética. Con ella, usada con mesura y maestría, recrea Martín Garzo rotundos perfiles psicológicos y describe la belleza de un mundo natural y el clima de un tiempo turbio en el que se mueven múltiples personajes basculando entre la inocencia y la más abyecta depravación.

Francisco Martínez Bouzas

                                                      
Gustavo Martín Garzo
Fragmentos

“Al día siguiente estuve hablando de todo eso con Fernanda, que me comentó que lo que había pasado entre papá y mamá tuvo que ver con la guerra de España. En el pueblo sucedieron entonces cosas terribles, aunque nadie quería hablar de ellas. Le pregunté a Fernanda qué cosas y ella me contestó moviendo la cabeza: Cosas, cosas que hay que olvidar. Le tiré de la lengua y me contó que los falangistas iban por los pueblos y se llevaban a los que no pensaban como ellos para matarles en el monte. En Villalba de los Alcores habían desaparecido doce personas. Las casas se llenaron de secretos, de oscuras historias de las que no se podía hablar. Eran como heridas que supuraban en la oscuridad de las noches y que todo lo envenenaban.
No era verdad que fuéramos dueños de nuestras vidas, me dijo Fernanda. Las personas éramos como esas ramas que arrastra la corriente de los ríos sin que pueda saberse adónde las lleva. Mi madre era una de esas ramas y yo la ramita que había nacido de ella. Durante un tiempo habíamos flotado juntas, pero luego esa misma corriente nos había separado llevándonos a cada una por un lado. Siempre era así. Los niños seguían bajando por el río y sus madres se quedaban atrás, en sus orillas, viéndoles alejarse. Y no se volvían a encontrar.”

…..

“Pero llegó la guerra y todo terminó. Tenía razón Barrabás, todos estábamos condenados. Fíjate, aquí no hubo resistencia, pues toda la comarca cayó en la zona de los nacionales. No debió de haber ni un solo muerto, pero los falangistas iban por los pueblos y cogían a los que no pensaban como ellos y los fusilaban en el monte. No tenían que ser culpables de nada. En Villbrágima, se llevaron a una pobre muchacha cuyo único pecado fue haber bordado la bandera que ondeaba en el balcón del ayuntamiento. Ni siquiera sabía lo que era la República. Era muy buena bordando y, cuando ganaron las elecciones los izquierdistas, el alcalde le pidió que bordara la nueva bandera. Eso le costó la vida. Y mientras unos eran asesinados, los demás fingían no enterarse de los que pasaba.”

…..

“No importa que a los viajeros Villalba les parezca un desierto. Allí están las ágiles golondrinas, las pequeñas charcas donde anidan las gallinitas de agua, el croar anhelante de las ranas, las orillas pobladas de fresnos y chopos, la locura del picapinos y los correteos vivaces de la cogujada, con su cresta siempre erecta. Están las noches estrelladas y el oro de las tardes de verano sobre los campos de cereal. En el colegio inglés donde estudiaba, un profesor de literatura nos hizo leer El Paraíso perdido de Milton. Enseguida comprendí que los prados felices de los que se hablaba en aquel poema se confundían en mi alma con aquellos lugares.”

…..

“Un día que había ido de compras a Medina de Rioseco, vi a tu padre entrar en la iglesia y le seguí sin que se diera cuenta. Se arrodilló ante un confesionario y permaneció allí un buen rato musitando sus pecados, pues era extremadamente escrupuloso. Está hablando de mí, pensé llena de orgullo, pues era yo quien le hacía pecar. Esa tarde, cuando fue a buscarme, se lo pregunté. Tu padre enrojeció como un niño al que se pilla en una falta. Me excitaba aquella escena. Tu padre en el confesionario, hablando en susurros al sacerdote de lo que hacíamos en el coche. Entonces me puse a besarle. De vez en cuando me separaba un poco de él y le decía. Anda, dime, ¿qué le has contado? Quería conocer cada una de sus palabras, qué le había dicho, hasta donde había llegado su relato. ¿Le contaste que pusiste tu mano aquí?, le preguntaba llevando su mano bajo mi falda. ¿Y aquí?, volvía a preguntarle poniendo esta vez su mano sobre mi pecho. Y al tiempo que le iba preguntando, le obligaba a contarme de nuevo lo que habíamos hecho, y no te creas que eran cosas fáciles de contar. Te vas a tener que confesar otra vez, le decía gimiendo. Me gustaba saber que me deseaba hasta el punto de perder la cabeza por mí y arriesgarse a ser castigado con las penas del infierno. Me sentía como esos niños que se cuelan en las iglesias cuando nadie los ve y se ponen a jugar con los cálices y los objetos sagrados.”

(Gustavo Martín Garzo, Donde no estás, páginas 23, 191, 270, 344)

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