Xabier López López
Traducción de Isabel Lacruz y Xabier López López
Editorial
Funambulista, Madrid, 2014, 331 páginas
La madrileña Editorial Funambulista celebró
el pasado año su décimo aniversario con la traducción y publicación de A vida que nos mata (2003), una de las
piezas ficcionales que consagraron definitivamente a su autor Xabier López
López (Bergondo, A Coruña, 1974). En su versión original gallega la novela fue
ganadora de varios premios, entre ellos el de la Crítica Española. Desde su
publicación la carrera literaria de Xabier López López no ha hecho más que
crecer y está considerado en la actualidad como uno de los narradores
referenciales de la literatura gallega.
En una taxonomía canónica, La vida que nos mata es preciso
encuadrarla dentro de la novela policial o subgénero detectivesco, porque la
novela se arropa con todos los ingredientes del género negro. En la misma se
cumple el esquema detectivesco orden-desorden-orden restaurado -aunque la
sorpresa que el autor nos regala en el
desenlace, no deja de ser mayúscula-; gradual crecimiento de la intriga y del
interés a medida que avanza la acción; un relato así mismo en primera persona
siguiendo el ejemplo de los maestros del género, puesto que las cosas dan la
impresión de ser mas verdaderas cuando nos son ofrecidas en las palabras de su
directos protagonistas. Sin embargo, la novela de Xabier López López no se
cimienta en ningún sostén ideológico, ni en la glorificación de la omnisciencia
de los personajes e instituciones encargados de velar por la conservación del
orden en la vida burguesa, sino en el
empeño obstinado, y sin duda sentimental, de un periodista, Sebastián Faraldo,
un adolescente de cincuenta años y cien kilos, convertido por esta pieza
ficcional en uno de los detectives más famosos y peculiares de la narrativa
gallega.
El caso que le corresponde resolver al
plumífero Sebastián Faraldo, es un doble asesinato, cometido en los días de la
República en el Gran Hotel Mondariz-Balneario (Pontevedra). En efecto, el
periodista Faraldo recibe el encargo del periódico en el que trabaja, El Matutino, de cubrir una boda que se
va a celebrar en el Gran Hotel de
Mondariz. Pero las nupcias no llegan a celebrarse porque súbitamente se produce
el doble asesinato de la novia y de su prometido. La guardia civil detiene como
sospechoso al fotógrafo que acompaña a Sebastián Faraldo y, acto seguido, el
juez le imputa el crimen, basándose en indicios circunstanciales y en su
militancia política anarquista. Es entonces cuando Sebastián Faraldo, un
verdadero sentimental pero tan loco y testarudo como el capitán Ahab de Moby Dick, personaje con el que se
identifica, decide intervenir, penetrar los secretos del crimen, coger la pista
del mismo e ir tirando de los hilos que halle. El ovillo eran sin duda los
novios, y los hilos, sus respectivas familias. La meta que persigue: demostrar
la inocencia de su compañero.
El relato entra, a partir de la decisión de
Faraldo, en una verdadera itinerancia que llevará neófito detective primero a
Madrid, introduciéndolo en los bajos fondos y en su bohemia literaria; más
tarde al corazón de la industria siderúrgica de Euskadi, para retornar de nuevo
a Galicia e investigar en las estructuras ocultas de los conserveros de las Rías
Baixas. Será entonces cuando aparezca, como pista de la investigación, una
historia turbia de empresarios que no aceptan el nuevo orden democrático, que
emplean tapaderas, hombres de paja, matones sin escrúpulos que trafican con
objetos que nada tienen que ver con sus pretendidas actividades fabriles, e
intentan financiar un partido político de corte fascista para controlar a los
obreros de sus industrias.
Gran Hotel Mondariz-Balneario |
Pero La
vida que nos mata no solamente destaca por el tirón creciente de la acción
detectivesca, sino también por la maestría con la que el autor describe
ambientes, climas humanos y costumbres -sin que por ello pueda considerarse
esta una novela costumbrista- que actúan como perfecta ambientación de la acción
novelesca. Enfatizo de una forma especial la primorosa recreación de la atmósfera
de los cafés literarios y de ciertos tugurios de Madrid, y el aire nostálgicamente
decadente de Mondariz, una villa fantasma, un cadáver nostálgico en su
enfermedad terminal. Por eso mismo La
vida que nos mata no solamente es una excelente pieza detectivesca que tira
de la atención lectora, sino también un fotograma melancólico de toda una época.
Francisco
Martínez Bouzas
Fragmentos
“Me
despertó, con gran sobresalto para mi ánimo, un jaleo harto alarmante para la
despreocupada vida en la que se arreboza un balneario. No digo que en otro
sitio -y pongamos por caso mi plaza- aquel pandemonio de gritos, voces, motores
y botas claveteadas fuese cosa de todos los días, que no lo era, pero en un
balneario, diablos, en un lugar en el que el alboroto y el silencio están
medidos por una suerte de regla monástica, aquel repentino mandoble matinal se
nos antojaba tan desagradable como un solo violín ejecutado con una sierra.
Me
acerqué aprisa: varios coches negros, gente que formaba corros y una pareja de
la Guardia Civil, con sus funestos fusiles y capotes, que pesquisaba en los
jardines. No tuve que esperar a espabilarme por completo para saber que algo
terrible había sucedido.”
…..
“Llamar
cripta al Pombo, como había hecho alguna vez Ramón Gómez de la Serna, era
gastarle una broma bien humorada, hacerle una gracia literaria al local que
desde siempre había acogido sus tertulias. Con el Bombay no había tropos ni
disfraces de ningún tipo: aquella gruta oscura comida por la humedad, aquel
tugurio codicioso de espacios, era un enterramiento en vida de docena y media
de catalépticos que ya no tienen fuerzas para arañar la tapa del ataúd y se
comportan con la resignación de que cada trago espasmódico de oxígeno puede ser
el postrero.
Humo.
Humo como en el corazón de un gran incendio. Serrín en el suelo y el estrépito continuo
de vasos y botellas que se estrellan. En un salón, los fragmentos de varios
ripios exaltados que, juntos, conforman un ripio más grande, tal vez ya el
RIPIO, en letras mayúsculas. En otro -la neblina del humo con una coloración
distinta-, un pianista de música moderna que echa el cuerpo hacia atrás y más
atrás, alejándose de las teclas, tocando ya a duras penas con las uñas, como si
anhelara que no lo relacionasen con aquel asesinato musical en el que el
alcohol era cómplice necesario. Sin que el Bombay fuese un burdel, que en
puridad no lo era, a mí me olió a burdel. Tetuán, Pontevedra o Madrid, los
burdeles huelen siempre igual: a una mixtura de perfume barato, anís y fiebre,
ceniceros metálicos que conservan rescoldos y nicotinas viejas y aquel otro
punto dulzón y agrio, aturdidor después en las propias uñas, puede que
fragancia de mucosas, puede que olor a culo, a intersticios de nalgas sudadas.”
(Xabier López López, La vida que nos mata, páginas 90, 188-189)
Realmente interesante...
ResponderEliminarGracias por esta interesante entrega, amigo. Un abrazo.
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