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lunes, 3 de noviembre de 2014

"LIBROS PELIGROSOS": LAS LECTURAS DESENFADADAS DE JUAN TALLÓN



Libros peligrosos
Juan Tallón
Larousse Editorial, Barcelona, 2014, 271 páginas

   Este libro mantiene vivas las huellas de las lecturas de un lector empecinado y al mismo tiempo heterodoxo. Porque soy de la opinión de que, así como hay lectores dogmáticos, sumisos, que leen sin desviarse un ápice de la liturgia del contenido, secciones, capítulos o frases, puede y debe haber lectores disconformes, libres en un palabra. Lectores que, sin dejar de ser fieles al pacto narrativo, sobre todo cuando de ficción se trata, interpretan libremente la magia de una novela o las complejas búsquedas de Kant y sus juicios sintéticos, esos que se nos dice que amplían el conocimiento. Y que conste que Juan Tallón que también es filósofo -graduado en filosofía -, no malinterpreta la Crítica de la razón pura. No lo hace, al menos en su letra, pero se atreve a hurgar en su espíritu. Y es aquí, en estas calas interpretativas donde el lector halla el sabroso jugo de un libro dificultoso -me refiero a esa búsqueda metafísica kantiana-, pero que da aplomo y que, como los tragos a deshora devuelven la lucidez e incluso la esperanza.
   Todo consiste en leer lo que leemos con ojo atento y al mismo tiempo cínico y me atrevería a decir que un poco golfante. Y esa es la tónica que preside esta selección de lecturas que Juan Tallón nos ofrece hoy en este volumen de Larousse, que nos llega por cierto en una excelente edición, incluso con un minucioso índice de esos que hoy no se estilan. Una centena de títulos. Sí, una lista de libros, pero que no debe de ser interpretada como la lista redonda ya que -y tiene toda la razón el “joven autor” tal como lo describe su sello editor- no existe ni el mejor escritor ni los cien mejores libros. Lo reafirma Juan Tallón en una suerte de prólogo camuflado en la lectura de Bandoleros de Joâo Gilberto Noll, que inaugura el volumen.
   La lista de los cien de Juan Tallón principia, como acabo de decir, con Bandoleros  de Joâo Gilberto Noll. Y, ya desde esta lectura inaugural, Juan Tallón permite que percibamos la marca y el aliento de sus “reseñas”.En algo así como media página, también lo digo por redondear, Tallón revela las claves más profundas de una novela, un poemario, un diario, una autobiografía, un ensayo o una densa obra filosófica. A veces, dicho igualmente para redondear; le basta una línea para describir y valorar una obra: “La  escritura de Carver transita por pasadizos inciertos y habitualmente accidentados”, “Cada comienzo de sus relatos es una invitación a temblar”, escribe Tallón en su comentario sobre Catedral de Raymond Carver (páginas 93 y 94). “Pero en El astillero, mi novela preferida -aunque no existan novelas así- sobre el fracaso total y su belleza crónica, se hace evidente que el mundo propio de Onetti es ineluctable “.(página 113). “A semejanza de Bolaño, sus personajes viven en una huida perpetua, poética” (página 143). “Es (El mal de Portnoy) un libro canónico en lo que se refiere a las pajas” (página 183), “Cunqueiro es un Señor Prosista que te cura de cualquier sinsabor. No importa  qué elijas para leer. Todos sus textos son pócimas mitológicas” (página 232).
   Cien títulos misteriosamente conectados entre sí o al menos por parejas. Un reto que parece imposible de alcanzar, pero Juan Tallón logra atarlos por esos lazos escriturales. Así por ejemplo, nos sorprende, por lo insólito de la relación, las conexiones de Dino Buzzati y Parménides; Juan Rulfo y William  Faulkner, Philip Roth y Kant y el profesor de Königsberg con Iñaki Uriarti; Onetti con Kafka; Mario Levrero y 2666 de Bolaño, o  el no de Álvaro Cunqueiro y el no de Wittgenstein.
   Juan Tallón es un narrador que ya dejó de ser una promesa, y hoy en día es una realidad consolidada de las letras hispanas. Pero en este libro, como en su día hiciera Henry James, trabaja desde el otro lado del espejo y elabora desde ese envés textos sobre el arte escritural; lúcidos comentarios que, como he dicho, se sitúan más allá o más acá -o quizás en los márgenes- de lo que es la crítica literaria o el trabajo de los reseñadores. Y, a la vez que nos ofrece a los lectores abundante y a veces curiosas informaciones, nos hace partícipes de las sensaciones que le han producido obras de escritores imprescindibles, al margen de géneros y de épocas. Son los “libros peligrosos”, porque algún día le subyugaron o simplemente se vio en la tesitura de tener que leerlos sin entenderlos ni en la primera ni en la segunda lectura. Eso es lo que esperaba su autor (Wittgenstein en este caso) y cuya impronta nos transmite ahora a sus lectores como impenitente letraherido. Lecturas desenfadadas pues, pero no carentes de rigor y sobre todo de chispa.

Francisco Martínez Bouzas


Juan Tallón ( Foto de Jesús Regal)

Fragmentos

“En la Facultad de Filosofía, donde perfeccionas tu conocimiento de los presocráticos y de los chupitos de licor café, hay siempre al menos un profesor que, en la línea de Zenón y de Buzzati, practica un desprecio mayúsculo por el paso del tiempo. En mi caso, recuerdo que pasamos todo un cuatrimestre en el mismo día, dando vueltas a la magna y desbocada, pero brevísima, obra de Parménides. Poco sabemos de la vida de Parménides, salvo que nació en Elea. Ni siquiera es segura la fecha de sus nacimiento, a finales del siglo VI a. C. Se le atribuye una sola obra, titulada como casi todas las de ese período histórico Acerca de la naturaleza. Es un poema en hexámetros, a semejanza de Homero, y hoy apenas conocemos 150 versos. No son muchos, pero bastan para estar toda la vida dando vueltas a su alrededor, como si los vigilases. En realidad, no son nada en términos cuantitativos, pero al resultar tan densos, y ambiguos, incluso imposibles de traducir, a aquel profesor le permitió dar rodeos en torno a Parménides durante cuarenta años de docencia.”

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“Roth confiesa que nunca habría escrito la novela si no se hubiese psicoanalizado. Hay una relación directa entre el libro y la terapia. En realidad, el escritor admite que existe un vínculo entre arte y vida, en el sentido de que tiende un puente «entre las ochocientas horas que tardé en psicoanalizarme y las ocho horas que se tardaría en leer El mal de Portnoy en voz alta. La vida es larga y el arte es corto». A la postre, Alexander Portnoy no representaba un personaje para Roth, sino «una explosión». Era 1969 e hizo saltar por los aires antiguas lealtades e inhibiciones, tanto literarias como personales. «Este fue el motivo por el que muchos judíos se indignaron» con el libro. «No es que no hubieran oído hablar antes de niños que se masturban o sobre peleas de una familia judía», observa en la entrevista que concedió a The Paris Review en 1984. Mas bien se trataba de que «si no podían seguir controlando a alguien como yo, con todas mis filiaciones y referencias respetables, algo había salido mal»
Pero el rechazo que generó la novela en el ámbito judío se vio superado por el reconocimiento general de la novela. Concedió un éxito definitivo a Roth. Tanto, que el éxito «fue demasiado grande, y se produjo una escala mucho mayor y mucho más enloquecida de lo que yo había podido empezar a asumir, así que me marché  de Nueva York». La huída del escritor hacia el silencio, como cuando Cortázar contaba que se fue a vivir a París porque los tambores peronistas que atronaban en las calles de Buenos Aires le impedían escuchar los cuartetos de Bela Bartók en su tocadiscos. Roth buscó un lugar pequeño y recóndito, al que se trasladó a vivir durante años, esa clase de sitio que nunca te proporcionará un tema del que escribir, pero en el que puedes escribir sin tambores ni ruido de periódicos y revistas, y escuchar como  los pájaros recitan secretamente, en su idioma, sonetos de Shakespeare, e incluso dan  las horas y te hablan del tiempo.”

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“La lectura de  Crítica de la razón pura, a pesar de las dificultades que te salen al paso, incluso desde el prólogo a la primera edición, te da aplomo. Hay días que solo necesitas apaciguar el desasosiego. Me refiero a esa clase de desasosiego de hierro, que no se te pasa cambiando los muebles de sitio. Es ahí cuando la obra, leída en pasajes, te hace bien, en la línea de esos tragos inesperados de los personajes del cine clásico, tragos a deshora, que te devuelven la lucidez, incluso la esperanza. Da igual que el día, hasta ese minuto haya sido un desastre, y que hayas perdido el tiempo con palurdeces tuyas. Lees la última parte de la Dialéctica Transcendental y de pronto todo adquiere un vigor interno inusitado. Sin explicarte cómo, el día lentamente se reviste de una severidad y énfasis que te cura de toda futilidad. No quiero decir con esto que renuncies a tu dosis de futilidad. Todos la necesitamos. Incluso Kant se permitía momentos así.”

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“El periodismo de Cunqueiro no podía sino parecerse a su obra literaria, impregnada de una imaginación poderosísima, total. ¿La realidad? Carecía de tiempo para fijarse en ella. Bastante trabajo se tomaba inventando mundos continuamente y personajes para esos mundos. Su realismo mágico operaba las veinticuatro horas. En ese esquema de trabajo, se entiende bien que incluyese  en su biografía literaria el premio Mark Twain, absolutamente inventado. Cunqueiro dotaba estas figuraciones de tanta verosimilitud que se permitió desaparecer algunos días de la circulación con el pretexto de viajar a Chicago para recoger el galardón. Carlos Casares participaba en alguna ocasión de la farsa. En 1981, cuando lo invistieron doctor honoris causa, detalló los laureles que coronaban la carrera de Cunqueiro. Fue ahí que señaló que «el maestro recibió también el premio Mark Twain de novela».
La tendencia inclemente e insuperable del escritor mindoniense a la fantasía habla del esfuerzo que debió de realizar para responder sí a los dueños del Faro de Vigo cuando le pidieron que dirigiese el diario y que, al menos durante unas pocas horas cada jornada, pusiese los pies sobre la realidad. Su placer sumo era sentarse e inventar un país, con larga paciencia. (…) Pese a agarrar el timón del periódico, nunca soltó la otra mano de la ficción, y así ganó el premio Nadal. Es decir, lo ganó de verdad. Pudo ganar también el Planeta, y también de verdad, pero cuando José Manuel Lara se lo ofreció, él lo rechazó. Y no contento con decir «no», informó  a la redacción del diario de la decisión. Ese día salió del despacho, y se dirigió a sus compañeros, contándoles la propuesta que acababa de hacerle el señor Lara. «Acabo de decirle que no», anunció.”

(Juan Tallón, Libros peligrosos, páginas 18, 184-185, 187, 233-234)

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