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lunes, 6 de octubre de 2014

"LA GOTA CONTRA LA PRIMAVERA", OPTIMISTA NOVELA DE PERDEDORES



La gota contra la primavera
Mario de los Santos
Edhasa, Barcelona, 2014, 149 páginas

   La gota contra la primavera es apenas ciento cincuenta páginas. Mas en ella sus autor, Mario de los Santos, es capaz de agasajarnos con un formidable y deleitoso presente que invade toda la subjetividad del lector: su mente, su afectividad, pero también todos sus sentidos. Con un lenguaje directo, sencillo, una voz narrativa en primera persona que, en una tonalidad confesional, requiere y apela a una segunda, la esposa del narrador, penetra con la fuerza del rayo  en nuestras órbitas lectoras y sobre todo emocionales. El escritor zaragozano se “entrega” al lector con una inexorable necesidad que surge desde un futuro relativamente lejano del  momento en que acontecieron los hechos narrados para mostrarle todas las facetas vitales del protagonista: hijo, hermano, amante, marido, padre, abuelo.
   Con una cita inicial en la que Borges nos recuerda que solo aquello que ha sido es lo que nos pertenece y esa presencia de Alfonsina Storni homenajeada en un título extraído de de su poema “Fiero amor”, que nos recuerda que es la gota la que inaugura la primavera, porque con ella renace y se despliega de nuevo la vida en todas sus dimensiones, especialmente en la amorosa. 
   Mario de los Santos desarrolla una trama argumental cuya sinopsis nadie mejor que el propio escritor nos puede trasladar: “El argumento inicial es  simple: un partido de fútbol  entre dos pueblos vecinos y enfrentados termina en una pelea multitudinaria. A partir de ese momento, sobre el campo estallan las tensiones entre ambas comunidades, pero también aparece la capacidad del ser humano para comprender, empatizar, de verse en el otro y con el otro. Este acontecimiento, por otro lado, marca la vida del protagonista de la novela. En él se enamora, en él se encuentra con su padre, en él disfruta por última vez de su hermano. La gota contra la primavera es un libro que nos habla de la importancia de saborear cada momento porque nadie es capaz de darse cuenta de cuando está construyendo los hechos que marcarán su futuro. También es un canto a la capacidad del ser humano de romper los prejuicios y construir en libertad sus relaciones privadas y comunitarias”.
   Pero la novela del escritor aragonés es mucho más de lo que refleja esta sinopsis argumental. Es una novela de  la memoria, de la recuperación de la memoria histórica de la Guerra Civil. Es el relato de una intensa y dramática tensión que el lector percibe desde el arranque del libro y que, no obstante, el buen hacer del escritor al preservar oculto el suspense, tarda lo justo en zanjarse. Es sí un partido de fútbol entre Serín y Togur, dos  pueblos vecinos separados por un río; y sobre todo por remotas beligerancias debidas  a la muerte de veintidós hombre en 1936 que desencadena una batalla campal repleta  de episodios tan jocosos como absurdos pero que le permiten al narrador, el anciano Manuel, revelar muchas de sus claves existenciales, sus ausencias, sus recuerdos amorosos -amor y muerte enfrentados en un aciaga partida-, la traiciones, sus rémoras, sus amarguras, los odios, los muertos “que no se pueden borrar de los ojos aunque éstos miren al suelo” (página 25); el pasado convertido en una fe de erratas. Y especialmente las pérdidas -esta pieza ha sido calificada como una novela de perdedores-, y la solidariedad y el coraje  porque los perdedores, los vecinos de los dos pueblos separados por el río son capaces de unirse y enfrentarse a la guardia civil, puesto que, si había muertos que separaban, también había peleas que unían (página 100). Y la gran pérdida: el definitivo adiós de la pareja del narrador. Pero también el desamor.
   Mario de los Santos construye esta pieza en una narración no lineal, jugando con los tiempos, sin provocar por ello confusiones en el lector. Y lo hace a partir de una voz narrativa en primera persona, como ya quedó señalado, que apela a una segunda, la mujer del protagonista ya fallecida, a quien recuerda desde la nostalgia, como en una confesión de alivio y desahogo. El autor relata los acontecimientos ficionales con la verosimilitud del testigo. Retrata con maestría a los personajes en los que se focaliza la trama (el hermano del protagonista en quien recae todo el mérito futbolístico del equipo que alcanza la liguilla de ascenso, el padre, una chica de Tagur, el pueblo rival, que acapara la atención de Manuel…) Pero en el fondo la novela se convierte en una historia coral, narrada, fundamentalmente en la segunda parte, con una especial y fina sensibilidad, humanidad y ternura. Y no exenta de toques líricos (“…quedó un rastro de saliva que sabía a noche infinita”, página 33). Esta tonalidad y sobre todo muchos de los hilos argumentales convierten a la narración de Mario de los Santos en una novela ajena a la amargura y al pesimismo. Por el contrario, sus páginas están impregnadas por un soplo de optimismo, esperanza y orgulloso coraje que hacen que estas vidas que forman parte de un colectivo arquetípico  de perdedores, sean capaces de resistir. Es la grandeza de los microbios.
   Un libro, en definitiva, que a pesar de una portada en mi opinión más bien anodina, aunque en consonancia con la época a la que la narración se refiere, esconda un manjar de delicioso sabor.

Francisco Martínez Bouzas


Mario de los Santos

Fragmentos

“Tu enfermedad fue larga y dolorosa. Por eso, cuando te enterramos, no me quedó ni tristeza ni alivio, sino una mezcla pegajosa que se apelmaza en las cloacas de los pulmones cuando quiero hablar de ti y hace que me escuezan los ojos. Nos conocimos el día de la Campal, hace mucho tiempo ya, en 1982, cuando España organizó el mundial de fútbol. Me acuerdo perfectamente: se empató con Honduras, se ganó a Yugoslavia y se perdió con Irlanda del Norte. Con ese bagaje pasamos llorando a la siguiente ronda. Allí los alemanes nos dieron un repaso y, junto al empate con Inglaterra, se acabó lo que se regalaba. Finalmente, lo terminaron ganando (casi sin querer, como ganan siempre) los italiano.”

…..

“Llegué a tu portal a mitad de la mañana, te esperé, apareciste a mitad de la tarde. Llevabas un abrigo de ésos con botones que son trozos de madera y guantes con un dedo de cada color. Me miraste, nos besamos como se besan dos primos lejanos, comenzamos a caminar sin hablarnos. Llegamos al embarcadero. Olía a algas secas, a madera roída. Te había preguntado qué tal, me habías dicho que bien. Subimos a una barca, remamos un poco, mirabas ambas orillas, te pregunté si todavía me querías. Asentiste. A veces, explicaste, es como la leche, se calienta tanto que hierve y al final descubres que no es sino espuma. Te volviste hacía mí, tus ojos se habían contagiado del río, eso éramos nosotros, concluiste, espuma. Remé a la orilla, pagaste al barquero. Antes de irme me agarraste de las manos. Son los días, las horas, el tiempo. Ahora es mío. En el pueblo era de otros, era de mis padres, era tuyo, ahora es mío. El tiempo mío.”

…..

Mis preferidos siempre fueron aquella colección de la obra completa de Alfonsina. Recuerdo que abrí un libro, era la primera vez que veía una poesía fuera de los libros de texto, de las tardes aburridas de lluvia memorizando la Canción del Pirata para el festival de fin de curso. Me dijiste: lee.
Te miré.
Lee.
Nunca pude olvidar ese primer fragmento
Lloré, lloré sin tregua; grité. Corazón mío,
 detente  en encamino que lleva al desvarío:
 pero el corazón mío fue una gota de cera…
          Dios, ¿que pudo esa gota contra la primavera?...

La gota contra la primavera.
Cuando terminé me abrazaste.
Los historiadores dicen que se tiró desde unos cerros al mar, me susurraste al oído misteriosamente. Pero no es verdad, se disolvió en el agua. Nunca confíes en un cura ni en un historiador, son las basureros de la verdad.”

(Mario de los Santos, La gota contra la primavera, páginas 9, 101-102, 110-111)

1 comentario:

  1. Ciertamente parece un tema banal desarrollado en forma magistral...y en 150 páginas!

    Saludos

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