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viernes, 24 de octubre de 2014

"EL PARQUE": DESESPERANZA PARA CONSTRUIR LA ESPERANZA



El parque
Marguerite Duras
Traducción de Carlos Barral
Menoscuarto Ediciones, Palencia, 2014, 124 páginas

   Marguerite Duras, heterónimo de Marguerite Donnandieu (Saigón, 1914), tuvo una época neorrealista con la escritura de textos como Un barrage contre le Pacifique (Un dique contra el Pacífico). Sin embargo, a partir precisamente de Le Square (El parque), su literatura forma parte de la reacción frente a la novela tradicional. Es el “Nouveau roman”, que no se limita a contraponer la literatura didáctica e intelectual de los filósofos como Sartre, sino que la niega de raíz, porque reniegan de la coherencia de la acción, de la psicología, del diseño tradicional de los personajes; es decir, de cualquier elemento literario ligado al realismo. Es exactamente a partir de Le Square, que Menoscuarto recupera en el centenario de la autora y guionista, en la traducción ya clásica de Carlos Barral, cuando la narrativa de Marguerite Duras se vuelve enigmática y nebulosa y comienza a emplear los elementos compositivos del “Nouveau roman”.
   Aunque el éxito no le llegaría a Marguerite Duras hasta 1984 con El amante (Premio Goncourt), El parque es un texto narrativo que marca fronteras en la escritura de Marguerite Duras porque marca la evolución de la escritora hacia la nueva tendencia.
   El parque es una novela breve -apenas supera el centenar de páginas-, dominada por el diálogo y, por lo mismo, la obra más teatral que escribió la autora. De hecho también se convirtió en texto escénico. El fondo temático de la novela es el encuentro y contraposición de dos posturas muy diferentas ante la vida, representadas por los dos personajes actantes en el texto: una joven muchacha, empleada de hogar, y un viajero, vendedor ambulante. Apenas sabemos nada de ninguno de los dos. Solamente que la joven es una veinteañera, con bellos ojos a juicio de su interlocutor. Nada acerca de éste, excepto que tiene la muerte en común con los de su gremio. Por azar ambos coinciden en un banco de uno de los parques parisinos. Nada más. Solo que se acerca el verano y el cielo está a ratos nublado y a ratos luce el sol, que era jueves y en el parque jugaban muchos niños.
   Este absoluto vacío se llena con los diálogos de los dos protagonistas, con dos visiones contrapuestas de la vida en continua competencia, que a la postre nos permiten observar dos desnudos existenciales. Porque las dos personas que, por casualidad se encuentran en el parque, conversan de forma aparentemente banal, pero en realidad hacen que emerjan hasta la superficie termas cruciales para la existencia humana, como el sentido de la vida, su falta de significados o una mínima posibilidad  de transcendencia. Y sobre todo, la esperanza o su carencia, la resignación con lo que hay. El vendedor se contenta con lo que tiene; su único horizonte es verse todos los días limpio y bien alimentado. La esperanza es para él la esperanza de la esperanza. Ella, en cambio, aspira a mudar  su situación; piensa casarse algún día. Tiene esperanzas que cree se consumarán con el matrimonio. Quiere pertenecerse a sí misma, poseer algo, aunque sea cualquier cosa.
   Y como no podía ser menos, en este enfrentamiento a través del diálogo, con dos visiones contrapuestas de la vida, también surge el tema de la felicidad. Ella la persigue, cree que es un deber buscarla. Él, al contrario, piensa que todo el mundo la busca porque, desde la obscuridad en la que habitamos, no sabemos lo que es. Y los que creen haberla conseguido, se adaptan mal a ella, les resulta amarga.
   Un texto desnudo, pero muy lúcido que cobra vida únicamente a través de un largo diálogo entre dos seres solitarios que hablan para pasar el tiempo. Mas a través de sus palabras, Marguerite Duras va deslizando los interrogantes más cruciales de la existencia humana: ¿hay  en ella horizontes, puertas que abrir? ¿Ventanas que nos permitan vislumbrar la esperanza? ¿Ver que la esperanza puede formar parte de la vecindad de nuestra vida?

Francisco Martínez Bouzas

  
Marguerite Duras
Fragmentos

“Lo comprendo, pero mire usted, no teniendo ningún motivo para prescindir de las esperanzas de orden general, y este es un hecho que ara mí cuenta mucho, no me doy a esa idea. Sin embargo poca cosa bastaría, me parece, para inclinarme a creer que me es tan necesario como a los demás. Bastaría con muy poco convencimiento. Acaso no lo tenga por falta de tiempo. ¡Quién lo sabe! No me refiero, claro, al que paso en los trenes, pensando en esto y aquello, o de charla con la gente, sino al que se tiene de veras por delante, de un día para otro, el tiempo que necesitaría para pensar en ello y probar de descubrir si eso es también necesario para mí.”

…..

“-Hay mucha gente feliz, ¿verdad?
-No lo creo. Muchos creen que serlo es muy importante y creen que lo son, pero, en el fondo, no lo son tanto.
-Pues yo me imaginaba, en cambio, que era como un deber de todos los hombres el buscar la felicidad, igual que se busca el sol y no la sombra. Mire usted, en mi caso, por ejemplo con qué afán me lo tomo.
-Sí, es como un deber, yo también lo creo. Pero cuando uno, ¿comprende?, busca el sol, es porque está en la obscuridad. No puede hacer otra cosa. En la obscuridad no se puede vivir.
-Pero esa obscuridad me la hago yo misma, e igual que los otros buscan el sol, yo también lo busco, y la felicidad es lo mismo. La hago para encontrar mi felicidad.”

(Marguerite Duras, El parque, páginas 30, 76-77)

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