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lunes, 21 de julio de 2014

EN EL CORAZÓN DE LA AVENTURA



La piel fría

Albert Sánchez Piñol

Traducción de Claudia Ortego Sanmartin

Edhasa, Barcelona, 283 páginas

(LIBROS DE FONDO)



   En su edición original en catalán (La Campana, 2002), La pell freda de Albert Sánchez Piñol fue un rotundo éxito de ventas y sus derechos de traducción han sido cedidos a treinta y siete idiomas, entre ellos al gallego, lengua en la  que la novela apareció en el año 2007 editada por Ézaro. Algo similar sucedió con la versión al español (Edhasa, 2003). En la actualidad la novela ha vendido cientos de miles de ejemplares. En su día ganó el premio Ojo Crítico y solamente el Nobel J. M Coetzee privó al debutante Sánchez Piñol del premio “Llibreter”, creado y otorgado por el gremio de libreros catalanes con la finalidad de rescatar del anonimato obras de calidad que frecuentemente pasan inadvertidas entre el alud de novedades editoriales. Sin alardes promocionales y basándose en el boca a boca de los lectores, el libro del escritor y antropólogo catalán se convirtió en el gran best seller de la literatura catalana en los primeros años del presente siglo. Y sin duda alguna en una de las novelas de género de nuestros días más internacional.

   La trama del texto de Sánchez Piñol es compleja, entre otras razones porque el argumento no  explica de todo la novela y permite muchas y variadas lecturas. Pero, sin ninguna duda, el autor se estrenó de forma muy notable con un relato que rescata el placer de la aventura, la épica aventurera, en la senda de las grandes novelas de Jules Verne, pero con indiscutibles lazos con los horrores marinos y las andanzas terrestres de Lovecraft, Hogdson, Stevenson y con connotaciones filosóficas así mismo con Conrad (relación de dependencia entre protagonista y antagonista, presentes sobre todo en la última parte de la novela). Y con Karel Capek y su conocida obra, La guerra de las salamandras (1936).

  El relato de La piel fría se abre con una afirmación categórica que ya anuncia por donde van a ir los tiros: “Nunca estamos infinitamente lejos de aquellos a quienes odiamos” (página 9). Acto seguido, el narrador nos sumerge en los entresijos de la peripecia vital de un fugitivo de la independencia irlandesa que, a principios del siglo XX, quiere romper con su pasado y acepta el puesto de oficial atmosférico en una isla remota, próxima al continente austral. El protagonista, que carece incluso de nombre, busca la paz de la nada, pero, en vez del silencio, se encuentra con la compañía de un farero, un hombre primitivo, y un verdadero infierno lleno de monstruos. Unas extrañas criaturas anfibias, los “carasapos”, de piel húmeda, fría, glacial que semejan escualos con patas y salen por la noche de las profundidades para atacarlos. La existencia en el faro se convierte así en la más absurda de las epopeyas: resistir como sea a las acometidas de estas máquinas de matar, experimentando tanto de día como de noche todos los matices del miedo. Mas con el convencimiento de que cuando estamos rodeados de depredadores, la causa del ser humano solamente puede ser una: sobrevivir. Sin embargo, en un cuerpo a cuerpo de guerra y de genitalismo, el protagonista empieza a sospechar que, por debajo de los cráneos pelados de los monstruos anfibios, puede haber algo más que simples instintos y que se limitan a defender su territorio contra los intrusos que los masacran. Se da cuenta pues de que lo único sensato es pactar.

   La piel fría es claramente una novela de aventuras, pero como ya apunté, su temática va mucho más allá de las tramas aventureras. Del relato de Albert Sánchez Piñol emerge una precisa y conspicua  lección sobre la incomprensión y el rechazo que sentimos con relación a todo aquello que nos resulta extraño y desconocido. La novela encierra por consiguiente un claro valor metafórico: “bestializamos” al adversario para justificar la guerra, despreciamos y rechazamos todo aquello que escapa a nuestra comprensión. Por todo esto, La piel fría es en el fondo un alegato contra la xenofobia, el racismo y la intolerancia que muchas veces parecen inherentes al ser humano.

   Con estilo directo, aséptico y una estructura lineal que no pretende complicarle la vida al lector, Sánchez Piñol retorna a la novela de aventuras del siglo XIX, pero su escritura va mucho más allá de la simple aventura y mantiene de forma inequívoca una tesis y una conclusión: el ser humano no es el rey del universo, sino una fracción más de la naturaleza y el mundo es definitivamente un lugar previsible.



Francisco Martínez Bouzas



 
Albert Sánchez Piñol


Fragmentos



“Nunca estamos infinitamente lejos de aquellos a quienes odiamos. Por la misma razón, pues, podríamos creer que nunca esteremos absolutamente cerca de aquellos a quienes amamos. Cuando me embarqué ya conocía este principio atroz. Pero hay verdades que merecen nuestra atención, y hay otras con las que no conviene mantener diálogos.

Tuvimos la primera visión de la isla al amanecer. Hacía treinta y tres días que los delfines habían renunciado a nuestra popa y diecinueve que la tripulación arrojaba nubes de vaho por la boca. Los marineros escoceses se protegían con manoplas que les llegaban hasta el codo. Vestían pieles tan contundentes que hacían pensar en cuerpos de morsa. Para los senegaleses aquellas latitudes frías eran un suplicio, y el capitán toleraba que empleasen grasa de patata como maquillaje protector, en las mejillas y en la frente. La materia se diluía y se les filtraba por los ojos. Lloraban pero nunca se quejaban.”



…..



“Medito sobre las pretensiones que me trajeron a la isla. Buscaba la paz de la nada. Y en vez de silencio, encuentro un infierno repleto de monstruos. ¿Qué nuevos significados deberían descubrir mis ojos? ¿Cuál sería la interpretación correcta, según mi tutor? Pienso mucho en él. Por más que me lo pregunto, por más que me interrogo, sólo puedo constatar una evidencia espantosa que todo lo invade: monstruos, monstruos y más monstruos. Nada que ver, nada que juzgar, nada que considerar.”



…..



“A veces la compasión se nos aparece como un paisaje detrás de la última colina. Me pregunté si aquel mundo submarino debía ser tan distinto del nuestro: sin duda tenían padres y madres, y la existencia del triángulo demostraba que también tenían huérfanos. No pude soportar sus llantos. Lo cargué al hombro, como un saco. Lo llevé al granito y seguí cosiendo. De nuevo se agarró a mi cuerpo y me lamió la oreja, y así se durmió. Yo simulé indiferencia.”



(Albert Sánchez Piñol, La piel fría, páginas 9, 134, 236)

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