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martes, 17 de junio de 2014

AMABLES HISTORIAS ALREDEDOR DEL MUNDO DEL CIRCO



Send In The Clowns

Annia van Allen
Ilustraciones de Blanca Caballero

Amazon Create Space, UK, 2014, 187 páginas.



   “Send in the Clowns” es una antigua expresión que está enraizada en el mundo del circo: “¡Que salgan los payasos ya!”, gritaba el maestro de ceremonias cuando el show se malograba o cuando en el circo ocurría un desafortunado incidente y se hacía preciso desviar la atención del público sobre lo que realmente estaba ocurriendo con la actuación de los payasos. Esta expresión le ha servido a Annia van Allen (nacida  Holguín, Cuba en 1972, como Annia Carballido Rubio)  para rotular este libro curioso, divertido y, sobre todo, rebosante de las esencias y sabores del mundo circense y de su cara más amable y repleta de humor.

   La autora teje su historia tomando como centro aglutinador a Blödelheim, un pequeño pueblo enclavado en la Europa central. Sus primeros habitantes llamaban Cicirro a la más elevada de las colinas que lo circundan por su forma similar a una cabeza humana con cresta de gallo. Así se disfrazaban los “cicirros”, los antiguos payasos romanos. Pero Blödelheim  cuenta con el privilegio de poseer la escuela de payasos clásicos Joseph Grimaldi, la única de Europa en su género. Y los actuales moradores del villorrio viven de confeccionar ropa y zapatos para los clowns. También lo hace la narradora y uno de los múltiples personajes de este relato coral: en un pequeño taller produce narices de goma roja para los payasos.

   Todo en Blödelheim transcurre en plácida felicidad hasta que un día la mala fortuna, vestida de zancos, obliga a cerrar la escuela de payasos en espera de la llegada de algún exorcista del Vaticano.

   En su narración Annia van Allen va presentando al lector una serie de seres humanos que comienzan a afluir, como pequeños ríos maltrechos, a Blödelheim. Buena parte de la novela se detiene en la presentación de estos personajes, en sus retratos, en sus historias presentes o pretéritas. Un material que le permite a la autora confeccionar pequeños cuentos que se aglutinan, al menos en su final, en torno a Blödelheim. Conocemos así a Franz Pascal, un parisiense lleno de fobias -padece incluso la galofobia que le impide vivir en sus madre patria-; a Anne Cornelia, una rumana huída de la dictadura de Ceaucescu, que llega a Blödelheim tras perder la licencia de peluquera por cortarle la oreja a un cliente a petición de éste; a August Bufon III, alcalde de la villa, payaso sin vocación, descendiente de una estirpe que compartía el delirio bufonesco, y él mismo actor con gran maestría en el show político; a Tutimak, una mujer inuit de engañosa y ríspida apariencia que, tras ganar una beca para estudiar en el Instituto Grimaldi, se queda para siempre en Blödelheim; al profesor Nikolás, judio de origen polaco que imparte conferencias de lenguaje corporal para payasos; a Lupicino el Divino, director del Instituto, anciano de sonrisa perpetua, empedernido seguidor y él mismo partícipe de y en los encierros de San Fermín; a Theadosia Thalassinoss, descendiente de una antigua familia de alfareros griegos que transformaban la arcilla en poesía, pero Thea hace algo más: convierte la arcilla en hojaldre. Y a otros muchos personajes, cada uno con su pasado a cuestas y que hacen realidad sus sueños en esta villa de la vieja Europa donde reina la libre expresión, las parodias y abunda el buen humor.

   Después de la presentación de los personajes y de empaparnos en sus historias, Annia van Allen narra las distintas vicisitudes que se producen entre ellos, presididas por variados sentimientos: la intimidad que buscan los amantes; la nostalgia que envuelve  a la protagonista narradora al recuperar la historia de su vida; el amor sobre todo que hace acto de presencia, permitiendo que algunos de estos náufragos en tierra intercambien deseos y alientos, mientras la araña seguía hilvanando el tiempo sin prisa (página 129). Hasta que vuelve a abrir el Instituto Grimaldi y un renovado amanecer (“colores, disfraces, globos, estallidos, trompetas, magia, risas”) se instala de nuevo en Blödelheim.

   Un retablo de personajes en búsqueda de la felicidad, pero heridos todo ellos por dolencias y magulladuras más psíquicas que físicas, gran metáfora quizás de ese otro gran mosaico que formamos los seres humanos.

   Y especialmente novela de homenaje al circo, a la fantasía circense, al humor de los clowns, al amor de esos artistas de la ilusión por su profesión. Annia van Allen no solo les da vida aproximándonos a ellos, a sus alegrías, tristezas, obsesiones y esperanzas, a la vez con gran realismo y con una escritura repleta de magia fabuladora, sino que orquesta con gran habilidad este amplio abanico de personajes en una estructura superior sólida y cuidada. Un dominio singular de la expresión verbal, reseñable en una primera novela, que convierte a la lengua en un artefacto claro y potente, sirve de ornamento a este ramillete de historias amalgamadas alrededor del circo.



Francisco Martínez Bouzas






 
Annia van Allen


Fragmentos



“La tristeza caía como un polizonte en aquel azul mar de sus ojos. ¡Algo terrible tiene que haber ocurrido en el pasado de Pascal! Yo no me atrevía a preguntar, nada de preguntas incómodas; por nada del mundo quería ser su próxima causa de fobia. Para eliminar esta tristeza le proponía echar una partida de ajedrez, que tanto le gustaba. Pascal tenía un tablero muy peculiar, con un rey, una dama, dos alfiles, dos torres, ocho peones y dos elefantes africanos. Pascal padecía de equinofobia y no soportaba a los caballos.

Así pasábamos las tardes, moviendo y retirando fichas de un lado a otro. Nuestros días no terminaban en un ocaso sino con un jaque mate.”



…..



“Era curioso y a la vez increíble, ver lo bien que esta pareja se entendía. Pascal desconocía el idioma de los mimos y Minnie nunca había oído el ruido de la lluvia, ni el susurrar del viento. Nada de esto sumaba incompatibilidad a esta pareja. Mientras Minnie ponía la mesa, Pascal exploraba con curiosidad la salita. Esta tenía las paredes llenas de afiches del genial Charles Chaplin, de Marcel Marceu y del gran Charlie Rivel, un payaso catalán de los más famosos en el mundo del circo. Según una leyenda popular, ganó un concurso de imitadores del gran Charlot. Lo paradójico del caso es que en dicho concurso también participaba de incógnito Charles Chaplin. Cuentan que, cuando finalizó el concurso, Charlie se acercó a Rivel y le dijo: -¿Es usted quien me imita a mi o soy yo quien le imita a usted?”.



(Ania van Allen, Send In The Clowns,páginas 33-34, 74)

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