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jueves, 30 de enero de 2014

"MUERTE SÚBITA"....Y LOS MALOS SIEMPRE GANAN


Muerte súbita

Álvaro Enrigue

Editorial Anagrama, Barcelona, 2013, 258 páginas.


   Muerte súbita, Premio Herralde de Novela 2013, del mexicano Álvaro Enrigue (1969), es uno de esos libros necesarios que convierten la lectura en un acto placentero y que nos sirve al mismo tiempo para entender algunas de las grandes encrucijadas del mundo que en los siglos XVI y XVII actuaron como raíces del actual. Un libro que amalgama muchas cosas: historia, reflexión sobre el arte y, sobre todo, una meditación sobre la vida, la muerte y la maldad.

   Todo eso se proyecta a través de un ficticio partido de tenis, del tenis del siglo XVI -anoto que el autor es un gran conocedor del tenis y de su historia; él rastreó hasta hallar en 1451 la primera vez en la que se usó la palabra “tenys”- entre el pintor y asesino Michelangelo Merisi da Caravaggio y el poeta español y posible duelista también asesino, Francisco de Quevedo, en la romana Piazza Navona. No nos consta que las bolas de ese partido estuviesen confeccionadas con el pelo de las trenzas rotundas que el verdugo de Ana Bolena había empacado en las alforjas de su caballo porque  le parecían paga más que suficiente, puesto que el pelo de los ajusticiados era muy valorado por los fabricantes de pelotas y, si el pelo era de una reina, convertían a los aparejos deportivos en los más lujosos del Renacimiento.

   La historia se desarrolla durante ese hipotético partido de tenis que el autor sitúa el 4 de octubre de 1599, y que enfrenta dos visiones de la edad moderna: la de Caravaggio, un artista homosexual con una idea muy moderna de la pintura y de la notoriedad, y la de Quevedo, un ejemplo paradigmático de la Contrarreforma, defensor del imperio y del catolicismo. No obstante, y aunque el juego de raquetazos se desarrolla ese día, los hechos relatados por Álvaro Enrigue transcienden esa jornada y se expanden desde los albores del siglo XVI hasta la actualidad.

   ¿Novela histórica? Álvaro Enrigue rechaza encasillamientos y considera que en su obra la ficción se aproxima a las fronteras del ensayo, puesto que la autenticidad de este libro nos permite penetrar, como algún crítico ha escrito “en lo más vital de la historia del arte y de los torbellinos que nos han arrastrado hasta la modernidad” (J.A. Masoliver Ródenas). También en “el charco de sangre y mierda que deja la historia cuando se aloca” (página 118).

   En pocas ocasiones el lector se encontrará dentro de la propia novela con una reflexión metaliteraria que revela, por el atajo de lo que no es, las principales claves interpretativas de la misma: no es un libro sobre un partido de tenis, tampoco sobre la integración de América en el mundo occidental. No es un libro sobre Caravaggio y Quevedo, Cortés, Cuauhtémoc, Galileo, Pío IV, individualidades gigantescas que se enfrentan. Todos cogiendo, emborrachándose, apostando en el vacío (página 200). No es un libro sobre la Contrarreforma, pero sucede en ese tiempo y por eso aparecen curas torcidos, sedientos de sangre, sexópatas, rateros que robaban y mataban en el nombre de Dios.

   El hilo conductor de este libro poliforme es sin duda la partida te tenis con sus distintos juegos, parciales y cambios de cancha. Mas en torno a esa cancha, Álvaro Enrigue recrea otros puntos de atención del convulso siglo XVI: el descabezamiento de Ana Bolena, partido con un tajo de la espada toledana de Jean Rombaud; los avatares de la conquista de México con Hernán Cortés, “el ojo de una tormenta que se cernió durante veintiséis años sobre el Atlántico” (página 69), cañoneando dioses, degollando caciques y recibiendo el regalo de divorcio más tétrico: un escapulario tejido por la Malinche con el pelo que le cortaron al emperador Cuauhtémoc, una vez asesinado. El relajamiento hasta la corrupción de la Iglesia de Roma, con papas y cardenales rodeados de amantes, hijos y perversiones, que emplean todas sus energías, su “santo furor” en la guerra contra los herejes, con campeones como Carlo Borromeo que convirtió la tortura en la única forma de ejercer el cristianismo y, no obstante, fue canonizado inmediatamente después de su muerte, mientras que un cura bueno, Vasco de Quiroga que, aplicando las ideas de Tomás Moro, desarrollaba utópicas comunidades de indios perfectamente sostenibles en América, sigue desterrado en el olvido.

   Una novela escrita con verbo vigoroso, con palabras enojadas porque los malos siempre juegan con ventaja, y por consiguiente siempre ganan. Sus victorias están el origen de lo más negro y tenebroso de la historia de España y de Europa de los siglos XVI y XVII y tienen cabida en los descansos de los parciales de la singular partida de tenis que Álvaro Enrigue retransmite desde la libertad de la ficción.

Francisco Martínez Bouzas



Álvaro Enrigue



Fragmentos
  “Apenas desembarcado en Franciscópolis -así de ridículamente se llamó el puerto de Le Havre hasta la muerte del rey Francisco I de Francia-, Jean Rombaud dejó correr el rumor de que era propietario de las trenzas crepusculares de Ana Bolena y que haría con ellas las pelotas de tenis que le permitirían, finalmente, acceder a las canchas cerradas en que los nobles sudaban una camisa por juego, cinco por parcial y quince por partida. Siempre había sentido que su greña de león recién bañado le daba derecho a la duela y el azulejo: a jugar por diversión y no por dinero.”


…..


“El cardenal Francisco María del Monte tenía todos los defectos imaginables para la curia contrarreformista, tan proclive a la higiene moral. Era veneciano, representaba los intereses siniestros de los Medici y la corona francesa en el Vaticano, y contaba con unas arcas inagotables que utilizaba fundamentalmente para corromperlo todo -empezando por su propia carne. Su lista de amigos incluía a los banqueros mejor munidos de la ciudad y una pléyade de cardenales que podía, si así lo deseaba, hacerle la vida difícil al papa. Además era propietario de una notoria gama de músicos, pintores, poetas y cantantes castrados capaces de hacer circular los chismes más devastadores por toda Roma. Ese circuito de poder no hacía infalible  a Del Monte -nadie más que el papa lo era en esos años de obispos porfiados e inquisidores sin correa- pero gozaba de una tolerancia casi única. Sus caprichos y placeres volaban muy por arriba de la línea de por sí lechosa de lo aceptable e incluso legal.”


…..


“Pasó en Orizaba la primera noche de su camino de vuelta a la ciudad de México. Ahí, la Malinche le hizo al conquistador una visita de cortesía en la casa del mayor del pueblo, en la que se iba a quedar a descansar (…)

Ella le dijo, como dicen todas las ex esposas, que estaba agradecida de haberse liberado de su tutela de macho en declive, que al que extrañaba era al hijo de ambos -llamado Martín, por supuesto-, que no había sido para irla a visitar a pesar de que le había mandado toda clases de mensajes y regalos. Al final le tendió el gorrión tejido con la cabellera del último emperador de los aztecas. Qué es, le preguntó Cortés. Con las terciarias que le había dado en las selvas del Petén perdía a veces la memoria. El escapulario que me pediste, le dijo Marina.”


…..


“Si Carlo Borromeo fue la encarnación misma de la ideología de la Contrarreforma, fray Juan de Zumárraga fue, del otro lado del mundo, su instrumento más filoso. Ambos fueron consagrados obispos, tal vez irresponsablemente, por el papa Pío IV, que siendo el último sibarita renacentista, asesinó un mundo y fundó otro.

(Álvaro Enrigue, Muerte súbita, páginas 33, 72, 195, 211)

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