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lunes, 25 de noviembre de 2013

"EL USO DEL HOMBRE", UNA INMERSIÓN EN EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS



El uso el hombre
Aleksadar Tisma
Traducción de Luisa Fernanda Garrido y Tihomir Pistelek
Acantilado, Barcelona, 2013, 336 páginas.

   La literatura serbia tuvo durante el pasado siglo en Ivo Andric a su más reconocido representante. En nuestros días, la pluma de Danilo Kis recorre la narrativa serbia más reciente. En su influencia bebe Aleksandar Tisma (Novi Sad, Voivodina, 1924-2003), autor del ciclo “Ramas entrelazadas”, que el escritor consideró como su Pentateuco sobre el Holocausto, una valiente y conmovedora inmersión en el corazón de las tinieblas. Cinco novelas de las que Acantilado ha publicado tres: El Kapo (2004), El libro de Blam (2006), El uso del hombre (2013) y a las que hay que sumar Escuela de impiedad (versión en serbio, 1978) y Lealtad y traición (1983, así mismo en la versión original).
   Aleksadar Tisma creo en Novi Sad un lugar para la literatura europea comparable al Trieste de Svevo o a Danzica de Gunther Grass. Nacido como Danilo Kis en Voivodina, halla en su propia biografía los motivos de fondo de su obra literaria. Escritor inmenso y comprometido, empeñado en temas nada simples como el poder, el fascismo, el Holocausto, los nacionalismos excluyentes, el universo maligno del lager, el drama del sobreviviente que le hace gritar: “Todos los que sobrevivimos a la Segunda Guerra Mundial somos cómplices y culpables de la muerte de los demás”.
   Mas las novelas de Tisma, además de piezas testimoniales, son obras de gran calidad literaria que se imponen por su fuerza evocativa, sin desertar el escritor del deber de escrutar y describir de forma amplia y profunda aquella zona gris o negra de la sociedad humana en la que la aniquilación de sus miembros no solo es posible, sino que parece un hecho intranscendente.
   El uso del hombre es un ejemplo perfecto de lo que acabo de escribir, un fiel reflejo del totalitarismo, capaz de convertir la realidad humana en un mero accidente irrelevante, como se desprende del título de la novela, “donde se escribe la gramática del poder” como ha definido a la novela Rafael Narbona. El texto de A. Tisma gira alrededor  de la ocupación nazi de la antigua Yugoslavia y refleja el indescriptible dolor desatado por el nazismo y el poder dictatorial estalinista al finalizar la Guerra.
   La novela se desarrolla en Novi Sad. La ciudad danubiana está habitada por un conjunto étnico heterogéneo: serbios, húngaros, suabos de habla alemana, judíos, capaces sin embargo de vivir en armonía. Pero la llegada de los “Nuevos Tiempos” del régimen colaboracionista del almirante Miklós Horthy siembra en la pacífica población el terror y la muerte. Primero fue el terror nazi, posteriormente para los sobrevivientes, algo parecido en los campos de internamiento comunistas. El uso del hombre es un inmenso friso del drama en el que el lector se encuentra con múltiples historias cruzadas, todas ellas atenazadas por el espanto nazi. Entre el mosaico de personajes, cobran especial relieve Anna Drentvensek, profesora particular de alemán que, por sus orígenes, representa el país de los grandes genios en las letras y en la música, pero también el expansionismo alemán. Anna escribe un diario, reproducido en la parte final del libro, que abarca desde mayo de 1935 hasta primeros de noviembre de 1940. Ella actuará como hilo aglutinador del relato. Alumnos suyos son Vera Kroner y Skredoje Lazukic. Hija de un comerciante judío la primera, casado con una prostituta alemana que acepta el matrimonio con un judío para escapar de la miseria. Lazukic lo es de un abogado serbio que profesa un nacionalismo extremado. Deportados a Auschwitz, Vera, muy atractiva y sensual, se ve obligada a prostituirse y eso la salva del exterminio, pero crea en su interior una incurable ruptura psicológica que afecta a su futuro afectivo: la necesidad de debatirse entre dos polos, elegir entre la ética o la supervivencia.
   La novela narra así mismo la Shoah de los judíos, recreada con un realismo escalofriante. La deportación en vagones de ganado, las inhumanos y caprichosas selecciones, las cámaras de gas, los crematorios.
   En definitiva, el uso del hombre, como reza el título, como si fuera un insubstancial y vulgar juguete; con el sexo que empapa buena parte de la novela, como elemento de dominación, como ya había hecho Tisma en la novela A las que amamos. El sexo humillante, medio de supervivencia (el amor pagado) o arma de guerra que se repite invariablemente en todas las contiendas.
   Escritura minuciosa que se deleita en los detalles, retrato realista de aquella inmensa degradación humana, del horror concentrado de forma apocalíptica  en Novi Sad. Estremecedora metáfora del siglo XX.

Francisco Martínez Bouzas



 
Aleksandar Tisma



Fragmentos

“Muertes naturales y violentas. La muerte por asfixia de Sara Kroner, de soltera Davidson, en la cámara de gas de Auschwitz camuflada de baño. Su bamboleo sin el sostén de la mano de Vera, en medio de un griterío cuyo sentido se le escapa, la impotencia de sus dedos para hacer pasar el botón por el ojal del vestido, por lo que se lo arranca una mano ajena, igual que acto seguido le arranca la ropa interior, hasta dejarla en cueros, sólo con la piel arrugada y flácida. Su vergüenza, su lamento que busca protección, que busca a su hijo, que ha quedado en alguna parte, a Vera que ha quedado atrás, su oración que no es más que un murmullo absurdo, porque ya no se agarra a nada, porque no tiene nada salvo un pedazo de jabón que le han puesto en la mano, que es un engaño, se da cuenta cuando los rostros que la rodean se vuelven verdes, los ojos salen de las órbitas, y a ella misma la tos  le sacude el pecho y la boca se le retuerce en vano buscando aire puro, que tampoco queda ya, una bocanada de aire puro.”

…..

“En la sinagoga nos retuvieron tres días, del 25 al 28 de abril. El cuarto día, al alba nos despertaron y nos ordenaron que preparáramos nuestras cosas para el viaje, pero que no hiciéramos ruido, porque la ciudad todavía dormía. Todos nos dedicamos a recoger el equipaje desparramado y luego, custodiados, salimos a la calle. Allí nos hicieron formar y nos llevaron por medio de la calzada hacia la estación. Todavía estaba oscuro. Al que lloraba lo hacían callar, a los que no lograban dominarse los silenciaban a golpes de culata. Un poco más allá de la estación, en una vía secundaria, nos esperaba un tren: una larga fila de vagones de carga con las puertas abiertas y centinelas alrededor. Nos ordenaron subir. Los vagones se llenaron rápidamente y los soldados, siempre desde fuera, empujaban a culatazos a la gente para que trepara y se apretujara. Por fin, estuvimos todos dentro, nos encerraron y echaron el cerrojo a la puerta. Estábamos hacinados, en penumbra; reinó entonces el griterío y la confusión. Unos pedían ayuda, porque tenían contusiones, otros clamaban pidiendo aire, los niños chillaban y las madres intentaban tranquilizarlos.”

…..

“Los soldados alemanes solían entrar en las tabernas de dos en dos, con un aire bastante rígido, como si esto no fuera para ellos un lugar de diversión, sino de obligación, desde el umbral saludaban a un punto indefinido del espacio, se sentaban en una mesa vacía del rincón, se quitaban las gorras y las colocaban ordenadamente en el perchero, pedían cerveza y bebían conversando un buen rato antes de llamar a la chica a su mesa y llegar  aun acuerdo, más con gestos que con palabras, las cuales, por regla general, ella no comprendía. Uno solía salir con la mujer mientras el otro se quedaba guardando la mesa, y luego intercambiaban los papeles. Realizaban esa consumición carnal con una ostensiva rapidez y era evidente que con mucha premeditación: no se entusiasmaban, no se emborrachaban, sino que, una vez satisfechos ambos, continuaban bebiendo lo que habían pedido e intercambiaban sus experiencias con miradas cómplices.”

(Aleksandar Tisma, El uso del hombre, páginas 129, 226, 247)

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