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martes, 16 de julio de 2013

RECORDANDO A ROBERTO BOLAÑO




(El 15 de julio de 2003 fallecía en Blanes (Cataluña), unos de los grandes autores latinoamericanos, sólo comparable a Borges, Cortazar o García Márquez. Un clásico del siglo XX con una influencia decisiva sobre todo en la renovación de la literatura. Semanas más tarde, quien esto escribe publicaba en el periódico El Correo Gallego de Santiago de Compostela un texto glosando la figura de Bolaño, que ahora reproduzco, traducido al español, como modesto homenaje al autor de Los detectives salvajes  o 2666.)





Roberto Bolaño con Paola Tinoco y Sergio González en Barcelona ( Hotel Condes de Barcelona)



ROBERTO BOLAÑO: UN TRAPECISTA SIN RED DE LA LITERATURA



   Su muerte fue noticia en la mitad del pasado mes de julio. Pero no fue un fallecimiento inesperado. Roberto Bolaño, el escritor chileno, expiró en Blanes mientras estaba a la espera de un trasplante de hígado que nunca llegó. En el amanecer del pasado 15 de julio. El doctor que debía avisarlo cinco horas antes de la intervención quirúrgica, no tuvo esa oportunidad. Al día siguiente, sus cenizas fueron lanzadas al mar, en la playa de Blanes, por su hijo Lautaro. En las cercanías y a su alredor, un montón  de turistas franceses y alemanes, ajenos totalmente a la ceremonia y deseosos de tostar la piel bajo un sol que iluminó el último período de una vida que Roberto Bolaño pasó encerrado y escribiendo de una forma obsesiva.

   Había llegado a Blanes por azar, después de incontables años de vagabundeo, de adiestrarse en los más delirantes oficios, de iniciarse en el  trotskismo y probar las mazmorras de la dictadura pinochetista, en su Chile natal a donde había regresado desde México para vivir la aventura de la revolución.

   En Barcelona, la ciudad en la que, según sus propias palabras, se confundía la política con la fiesta, con la liberación sexual y con deseo frenético de inventar cosas constantemente, se había estrenado como escritor. Y desde entonces, Roberto Bolaño entrará en una suerte de ebriedad narrativa que nos abruma en el desconcierto o en la admiración.

   Era un tipo obsesivo, también en su vida personal. Estaba al acecho de todo, pero sobre todo de la literatura, de todo lo que tuviese que ver con la literatura. Un loco compulsivo, afectado por ese mal que su amigo, Enrique Vila-Matas, llamó “el mal de Montano.

   Escribía sin tregua entre pitillo y pitillo, durmiendo pocas horas y leyéndolo todo. Y así, tardíamente, pero a un ritmo frenético, se inició en la escritura. Su primera novela, Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce es de 1984. Seguirán otros textos, entre ellos una obra desconcertante e inclasificable de 1966, La literatura nazi en América. Y dos años más tarde, su gran novela, Los detectives salvajes, Premio Herralde de Novela y Premio Rómulo Gallegos, considerado el Nobel  de las letras hispanas. Desde entonces el arrebato creador de Roberto Boñaño no tuvo descanso: Mousieur Pain, Nocturno de Chile, Putas asesinas, Amberes, Una novelita lumpen.

   La crítica internacional saludó las fabulaciones de Bolaño como los mejores exponentes de la actual literatura que se escribe en lengua española.  Por eso con Bolaño perdimos uno de los grandes escritores de las letras hispanas.

   Roberto Bolaño disponía de la rara habilidad de suturar biografía y fantasía -si bien sus textos nada tienen que ver con la “imaginería” tropical de los autores del boom- para recuperar la memoria de las batallas perdidas y las obsesiones que expulsaron del paraíso a los hombres y mujeres de su generación. Era capaz de dotar a sus novelas y relatos de un sutil sentido del humor, de la exquisitez de Sergio Pitol, el escritor mexicano al que nunca dejó de admirar, así como del sentido rupturista de Juan Villoro, Rodrigo Rey Roa, César Aira. Enrique  Vila-Matas, Pedro Lemebel o Roberto Brodsky.

   Se ha dicho de Roberto Bolaño que fue un provocador iconoclasta. Mas, a pesar de que arremetió sin piedad contra Ángeles Mastretta porque la mexicana no estuvo de acuerdo en que le otorgaran el premio Rómulo Gallego, y de que afirmó que José Donoso era un escritor “con una línea de flotación jodida”, Bolaño nunca mantuvo el pose del enfant terrible que le atribuyen. En el fondo Roberto Bolaño fue un rebelde vagabundo de la escritura, dueño de un territorio literario personal y muy exclusivo. Un territorio que no se cerró definitivamente con su muerte, porque el escritor chileno dejó inéditas dos obras, El gaucho insufrible que en breve publicará su editora de siempre, y la macronovela  2666, un texto sumamente ambicioso de más de mil páginas que quedo sin concluir  y que dará lugar a una pentalogía. En una de sus partes, los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez “brillan con luz negra”.

  
Susan Sontag avaló recientemente la publicación de una novela de Bolaño en los Estados Unidos, al que define como un escritor extraordinario que ningún lector debería perder, un must. Y en la reunión de escritores latinoamericanos a la que Bolaño asistió apenas  dos meses antes de morir, el autor chileno fue consagrado por unanimidad como el autor más grande después del boom, y su novela, Los detectives salvajes, como la mejor novela española de la década pasada ( la de los años 90).
   En el funeral laico que despidió sus restos mortales el día 16 de julio, su editor, Jorge Herralde, lo describe de la única forma posible: por aproximación. Pero acierta plenamente porque Roberto Bolaño es sin ninguna duda el explorador audaz, el  buceador a pulmón libre del mundo literario, el trapecista sin red del arte de la escritura.



Francisco Martínez Bouzas

(Texto publicado en el periódico El Correo Gallego de Santiago de Compostela  el 7 / 9 / 2003 )

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