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jueves, 24 de enero de 2013

CRÓNICA DE UN HOMBRE CAJA, UN ANTICIPO DE LA POSMODERNIDAD


El hombre caja
Kobo Abe
Traducción de Ryukichi Terao
Ediciones Siruela, Madrid, 2012, 157 páginas


   Con las palabras con las que rotulo este comentario crítico, da comienzo prácticamente esta novela de Kobo Abe (Tokio 1924-1993), un escritor capaz de abarcar con su escritura un amplio registro, tanto en los terrenos líricos como en los novelísticos y en la dramaturgia. Su nombre, unido por ejemplo a  Kenzaburo Oe o a Kawabata, demuestra que la literatura nipona contemporánea no solo es Mishima o, en nuestros días Murakami. Kobo Abe es probablemente el escritor más homologable a la narrativa occidental, porque, tras un breve período como dramaturgo marxista, generó una escritura que se convirtió en su estilo característico. En efecto, instalado en una estética del absurdo muy kafkiana, Kobo Abe acostumbra  presentar y  formular en su novelística problemas y preguntas sobre la identidad individual, llegando incluso a transformar al protagonista o  a alguno de los actantes de sus novelas en objetos o animales. Su elenco de personajes suele estar copado por seres alienados transitando por situaciones estrambóticas con una profunda carga simbólica y toques surrealistas. Dentro de este extraño y a la vez sugestivo universo abeano, destacan La mujer de arena (1962), El mapa quemado (1967), Idéntico al ser humano (1967), y El hombre caja (1973).
   El paraíso que busca el ser humano en la narrativa de Kobo Abe, se encuentra  en la respuesta en el ya mencionado interrogante identitario: ¿Quién soy yo? ¿Quién es el otro? Preguntas que adquirirán una gran relevancia después de la derrota de la Segunda Guerra Mundial, que generó en Japón amplias transformaciones culturales, sociales y políticas, entre ellas la preocupación por la paz, el valor de la democracia, el deseo de progreso, con profundos contrapuntos: la vacuidad y el consumismo que tanto atormentaron a Mishima en la antesala de su suicidio.
   El hombre caja es una propuesta narrativa estrechamente relacionada con el universo de Kafka y de Samuel Beckett, y en la substancia más recóndita de la novela se esconde igualmente el tema de la alienación humana.
   Pero ¿quién es esa metamorfosis del hombre caja? Ese individuo que se pone una caja en la cabeza que le cubre medio cuerpo, no tiene porque ser el propio sujeto de forma exclusiva. Existen sin duda muchos hombres caja, pero su presencia no es llamativa. Suelen confundirse con basura, escondidos debajo de un puente peatonal (página 13). Mas que nadie confunda al hombre caja con un vagabundo. Ellos le rechazan y maltratan, en especial los “mendigos emblema”. Sin embargo el hombre caja ha perdido su identidad y despide un aliento letal. Pese a ello, cuando alguien se contagia de la presencia del hombre caja, incuba el deseo de convertirse él mismo en hombre caja.
   El hombre caja deambula por la ciudad observando la realidad: el mundo y la gente desde el periscopio de su caja de cartón. ¿Qué pretende Kobo Abe con todas estas referencias? A mi entender, hacernos ver que el hombre de hoy ha perdido su identidad y por eso se refugia en ese artefacto de la caja que oculta su propio yo. Y así avanzan las páginas de esta novela: imágenes deslumbrantes, múltiples referencias metanarrativas  que atrapan al lector en un extraño laberinto, en una alucinación fantasmagórica, “productos de la imaginación pero nada de mentira” (página 121), capaces de atrapar a un lector  que transcienda el exotismo de una buena parte de la literatura japonesa y apueste por los universos simbólicos de este Kafka nipón, por sus fantasías, sus secuencias aparentemente absurdas, pero cargadas de simbolismo. Por todo ello, esta obra, pese a estar escrita en la década de los setenta, es un verdadero anticipo de la posmodernidad. La degustarán con placer aquellos paladares dispuestos a sumergirse en lo simbólico y en el mar de fondo de las obsesiones del autor. Si lo hemos hecho con Kafka, ¿por qué no hacerlo con este su “pariente” oriental?

Francisco Martínez Bouzas



Fragmentos

“Mi caso

Ésta es la crónica de un hombre caja. Acabo de empezar a redactar esta crónica dentro de una caja de cartón que, puesta sobre la cabeza, me cubre medio cuerpo con holgura, justo hasta la cintura.
Es decir, el hombre caja, de momento, soy yo; acomodado dentro de la caja, el hombre caja redacta la crónica sobre el hombre caja.”

…..


“Aunque parezca redundante, reitero que ahora yo mismo soy un hombre caja. En lo sucesivo, me permitiré escribir un poco sobre mí mismo.
En este mismo instante, estoy redactando estos apuntes, resguardado de la lluvia, bajo el puente de la avenida estatal número 3, que atraviesa el canal…Bajo el peso de la lluvia que no ha cesado desde la mañana, el cielo nocturno, todo oscuro, arrastra faldones de nubes densas sobre la tierra. Sólo se distinguen las bodegas de la unión pesquera y depósitos de madera hasta donde alcanza la vista…La única luz de que dispongo es la linterna que cuelga del techo. La tinta supuestamente verde del bolígrafo ahora se ve negra.”

…..


“Ahora estás escribiendo tú.
Estarás quizás en un cuarto oscuro con todas las luces apagadas, menos la lámpara colocada sobre el escritorio. Acabas de respirar hondo, levantando la vista de la «Declaración», a medias todavía. Sin cambiar de postura, giras en diagonal la cabeza hacia la derecha y encuentras un tenue rayo que roza el extremo derecho del escritorio; es la luz del pasillo que se cuela por debajo de la puerta. Si pasa alguien, su sombra se proyecta automáticamente al atravesar la luz. Esperas siete, ocho segundos…No hay nadie.”

(Kobo Abe, El hombre caja, páginas 8, 20, 101)

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