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viernes, 16 de noviembre de 2012

CÓMO ESCRIBIR EN MEDIO DEL ESPANTO

W o el recuerdo de la infancia
Georges Perec
Traducción de Alberto Clavería
El Aleph Editores, Barcelona, 206 páginas.
(LIBROS DE FONDO)


   Al término de la Segunda Guerra Mundial, muchos escritores europeos formularon un interrogante fundamental: ¿cómo escribir sobre los horrores de la guerra después de los campos de concentración, luego de que las atrocidades fantasmagóricas pero muy reales de Auschwitz se cernieran funestamente sobre Europa? Algunos de esos escritores, víctimas directas de los campos, entre ellos Tadeus Borowski, Primo Levi o Paul Celan, los tres suicidas posteriormente, eligieron la escritura como forma y posibilidad de supervivencia. Algo semejante hizo el premio Nobel Imre Kertesz y sobre todo el escritor francés Georges Perec (1936-1982).
   Una buena parte de la obra literaria de este autor, singular e innovador, debe de ser entendida como una parábola ilustrativa acerca de las posibilidades reales de escribir sobre el horror, sobre las deportaciones y sobre los desaparecidos. La habilidad de Perec ya había ilustrado en 1969 el vacío inexplicable de las desapariciones y de los campos de concentración con la novela La desaparición, una verdadera gesta lingüística en la que  el escritor tortura al lenguaje haciendo desaparecer la letra “e”, indispensable en francés para penetrar en los territorios femeninos.
   Pero será sobre todo en W ou le souvenir d’enfance, editada en español por Ediciones Penísula y años más tarde por El Aleph Editores donde el autor muestra su concepción de la literatura como acto de memoria y como camino para otorgarle sentido a la vida. Porque los recuerdos están poblados por ciudades fantasmagóricas, por recorridos sangrientos, por pesadillas imborrables, ya que la mayoría de su familia había desaparecido en la deportación.
   En 1975 publica Perec esta parábola del universo nazi con la que, por medio de signos, de letras, de textos, intenta verbalizar el espanto de las desapariciones. Perec supera la imposibilidad de nombrar el vacío de forma sesgada, por medio de un relato alejado y tajante que se limita a narrar los acontecimientos poco menos que con el formato de una enumeración burocrática. El relato se desdobla en dos que corren paralelos y en secuencias alternas. Por una parte, la fantasía de un niño  que revienta en algo semejante  a una novela de aventuras, localizada en la América Austral, que en la década de los 70 acogía varios campos de deportados por los fascistas de Pinochet, y por otra, los recuerdos de una infancia vivida durante la guerra. De entre los márgenes de ambas historias y de lo que el escritor nunca llegó a decir, emerge poco a poco el espanto del universo de la guerra que fabrica de forma inexorable víctimas y verdugos. Este libro es su testimonio, un hito en la literatura autobiográfica., escrita en “esa bruma desatinada en que se agitan sombras” (Raymond Queneau).

Francisco Martínez Bouzas




Fragmentos


“Las leyes del Deporte son leyes duras, y la vida W las agrava todavía más. A los privilegios otorgados en todos los campos a los vencedores se oponen, casi excesivamente, las vejaciones, las humillaciones, las novatadas impuestas a los vencidos; en ocasiones llegan hasta la sevicia, como aquella costumbre, prohibida en principio pero ante la cual la administración cierra los ojos, pues el público de los estadios la aprecia mucho, consistente en hacer dar al último de una serie una vuelta a la pista a paso de carrera con el calzado puesto al revés, ejercicio que parece benigno a primera vista pero que de hecho es extremadamente doloroso y cuyas consecuencias (magulladuras de los dedos, ampollas, ulceraciones del empeine, del talón de la planta) impiden prácticamente a la víctima la obtención de una clasificación honrosa en las competiciones de los días siguientes.”

…..

“Un jueves por la tarde, en primavera o verano de 1944, fuimos a pasear al bosque llevándonos la merienda, o mas bien lo que nos habían dicho que era la merienda, en mochilas. Llegamos a un calvero donde nos esperaba un grupo de guerrilleros. Les dimos nuestras mochilas. Recuerdo que me enorgullecí mucho al comprender que aquel encuentro no era en modo alguno producto del azar y que el paseo habitual del jueves no había sido esta vez más que el pretexto escogido para reavituallar a los resistentes. Creo que eran una docena; nosotros los niños, debíamos  de ser por lo menos treinta. Para mi, evidentemente eran adultos, pero ahora pienso que no debían de tener mucho más de veinte años”

(Georges Perec, W o el recuerdo de la infancia, páginas 140, 145)

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