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martes, 19 de junio de 2012

"ENTRA EN MI VIDA": EL DESPERTAR DE LOS DEMONIOS DEL PASADO

Entra en mi vida
Clara Sánchez
Ediciones Destino, Colección Áncora  y Delfín, Barcelona, 2012, 475 páginas.


Clara Sánchez (Guadalajara, 1955), es una de las narradoras españolas más populares, más leídas, hasta el punto de que sus novelas, no exentas de calidad, se han convertido en verdadero bestsellers. Premio Alfaguara de novela en el año 2000 con Últimas noticias del paraíso; así mismo hace dos años obtuvo el Premio Nadal por Lo que esconde tu nombre, un gran éxito de ventas tanto en España como en otros países, especialmente en Italia, con medio millón de ejemplares vendidos. Llega ahora a sus lectores incondicionales con Entra en mi vida, con la personal sensación de la narradora de “haberla escrito lo mejor posible, ser sincera, darlo todo y dar rienda suelta a todos los sentimientos que me ha generado”.
Se ha afirmado, y Entra en mi vida, lo confirma sin ningún género de dudas, que el tiempo narrativo de Clara Sánchez es el presente. En efecto la escritora se siente cómoda acercándoles  a los lectores la realidad que observa, ya sea la “esclavitud” de los trabajadores de los edificios de oficinas acristaladas, el dorado retiro de algunos criminales exterminadores nazis en las costas españolas o el caso de los niños españoles robados en la democracia, tematizado en este amplio texto narrativo, cercano a las 500 páginas. Mas, todo ello acompañado por una aguda reflexión sobre el amor o sobre las monstruosidades que muchas veces, sin saberlo, colonizan nuestro propio interior. Por eso mismo Entra en mi vida, siendo como es una novela sobre el presente, surgida al impulso de las noticias periodísticas, no es, sin embargo, una novela periodística ni un reportaje sobre los niños robados, “sino sobre los sentimientos que esos sucesos han removido en mi”.
La novela narra en efecto la historia de una niña robada en los años ochenta. La naturaleza ficcional del relato hace que la narración de Clara Sánchez no se base en un caso real concreto, sino en uno inventado, aunque con fundamentos en absoluto alejados de la realidad. Saber quién es la niña de una foto supone el arranque narrativo de Entra en mi vida. Verónica, una preadolescente de diez años descubre un día la foto de una niña escondida en una vieja cartera en el armario de sus padres. Es el gran secreto que le hace inquirirse a diario ¿quién es esa niña? ¿por qué su madre vive en una constante angustia que la aleja de la felicidad?  Pero, una vez fallecida la madre, Verónica se verá obligada a afrontar esos secretos y las múltiples mentiras o disimulos en los que ha vivido. En la otra “acera” narrativa está Laura, la otra voz con la que la autora alterna la narración. En ella se concentra todo el dolor de la familia que cree haber perdido a su hija y el perpetuo recelo de la familia que acogió en su momento a la niña robada. Ellas son los personajes en los que, como goznes, gira la acción narrativa. Ellas se ven obligadas a afrontar una vida llena de interrogantes y de secretos familiares.
Clara Sánchez huye, como ya quedó señalado, tanto de la crónica periodística como de la novela detectivesca,  a pesar del alto contenido de intriga de búsqueda, no entre malhechores, sino entre “personajes con uniformes de bondad”. Y proyecta su relato sobre los aspectos psicológicos que constituyen los entramados familiares en los que llega un día en los que se despiertan los viejos demonios dormidos o acallados en el pasado.
En capítulos muy cortos y con una arquitectura binaria (alternancia de los capítulos dedicados a Verónica y a Laura y a sus entornos familiares), la novela avanza narrada con una prosa natural, fluida e incluso a veces dura, que nada tiene que ver con esa escritura ñoña y empalagosa, en la que cierta crítica suele encasillar a la escritora, incluso “sin haberme leído”, como confiesa de forma inconformista la autora.

Francisco Martínez Bouzas




Clara Sánchez


Fragmentos

“En el último estante del armario de mis padres había una cartera de piel de cocodrilo envuelta en una manta que nunca se usaba. Para cogerla tenía que traer la escalera de aluminio desde el tendedero y subirme  a lo más alto. Pero antes debía buscar la llavecita con la que se abría la cartera entre los pendientes, pulseras y anillos del joyero de mi madre.
Nunca le había dado importancia. Hasta mi hermano Ángel, de ocho años, sabía lo de la cartera, y si no nos sentíamos tentados de hurgar allí era porque dentro no había nada de interés (…)
Así que estábamos solo mis padre y yo cuando, con la cartera abierta sobre la mesa le llamaron por teléfono y salió a hablar al jardín con el inalámbrico. Empezó diciendo que por ese dinero ni siquiera metía la llave de contacto. Yo me quedé dentro aburrida (…) A mi me dio por desplegar la cartera del todo, y descubrí que tenía cuatro partes y no tres como había creído hasta ese momento. Quería comprobar lo larga que era y fue entonces cuando vi asomando por una ranura el pico de lo que parecía una fotografía. La saqué con cuidado con la punta de los dedos, como si quemara, y la miré y remiré sin saber qué pensar.
Estaba viendo una niña como yo, mayor que yo. Yo tenía casi diez años y la otra tendría doce. Era tirando a rubia, con melena a la altura de las orejas y flequillo, y la cara redonda pinchada con un cuello largo y delgado, que le daba un aire de superioridad. ¿Quién era esa niña? Por qué estaba en el lugar donde se guardaba lo importante? Llevaba un peto vaquero con una camiseta por dentro y chanclas, y tenía un balón en las manos”

…..

“Laura se negó a conocer a sor Rebeca, la monja comadrona que la vendió a Greta y Lilí y que tenía una relación con la directora de su colegio, sor Esperanza, como si todas las personas de su vida estuvieran unidas por una tela de araña, en que unos vendieran y otros compararan. Dijo que no quería almacenar más imágenes horribles, que no quería saber cómo era esa mujer, que estaba harta de ser el centro de una historia tan cruel. Yo podía hacer lo que quisiera porque también éramos víctimas de esa gente, pero ella de momento arrojaba la toalla”

(Clara Sánchez, Entra en mi vida, páginas 11-13, 470-471)

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