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domingo, 27 de mayo de 2012

LITERATURA ESPONSORIZADA: ¿PROSTITUCIÓN DE LA ESCRITURA?

Conexión Bulgari
Fay Weldon
Editorial Diagonal/ Grup 62, Barcelona, 269 páginas.



(Quizás no esté muy lejano el día en el que los grandes poderes publicitarios posean el control de la literatura)  

Hace ahora exactamente diez años se editaba Conexión Bulgari  y pocos días más tarde se presentaba en sociedad. En efecto, el  26 de junio de 2002 en el transcurso de un coctel desarrollado con las galas y el refinamiento que demandaba la ocasión, la escritora británica Fay Weldon presentaba en Madrid su reciente novela, Conexión Bulgari. La novela acababa de ser traducida al español. Fay Weldon no es ninguna inexperta debutante en el mundo de la literatura y del espectáculo. Narradora y dramaturga, desde que en 1967 publicara su primera novela The fat woman's joke, la autora británica colocó en la arena literaria más de 30 novelas, varias colecciones de relatos cortos, además de numerosos guiones para la radio y la televisión en los que destaca la adaptación de la novela Pride and prejuice de Jane Austen.
Actualmente a Fay Weldon la podemos encuadrar dentro del grupo de escritores que ofrecen al mercado productos de consumo originales y perspicaces. Su novela Conexión Bulgari, es un acercamiento divertido y lleno de frescor y crudeza al mundo de la codicia, del amor, del deseo y del sexo. El reflejo satírico de un ambiente tórrido y caótico en el que incrustan sus vidas ciertos personajes y a los que una determinada circunstancia les hace dar un giro de 180°. Varios de ellos coinciden en una fiesta benéfica en la que se subasta un retrato de la anfitriona que luce un magnifico collar fruto del trabajo de los joyeros de la Casa Bulgari. Y así se inicia una historia de ambiciones torrenciales y tortuosas, de amor y de sexo.

Sin embargo, lo que ha provocado que Fay Weldon salte a la fama no es esta trama argumental, propia de un producto narrativo de esa literatura de consumo masivo que brota con vigor en nuestros días, sino las especiales circunstancias que rodearon la gestación de este libro. En septiembre de 2001, la veterana escritora llegó a un acuerdo con la firma Bulgari que pagó una sustanciosa cantidad de dinero para que la autora citara decenas de veces la joyería que la firma posee en Sloane Street, en Londres. En efecto una de las primeras escenas de la novela transcurre en ese lugar, entre “la decoración melocotón y crema” de la joyería que la casa italiana tiene en la capital británica. Atendido primorosamente por “atractivas jovencitas y caballeros”, un multimillonario consume una fortuna para regalarle a su segunda esposa un espectacular collar de oro blanco.
Pero Fay Weldon no solamente hizo esto. Agradecida por la tajada pecuniaria tituló incluso su novela The Bulgari connection. Estamos ante la primera  esponsorización descarada en la industria del libro, hasta ahora uno de los pocos territorios inmunes a la publicidad, al menos a primera vista. Y todos afirman estar entusiasmados por esta forma de rentabilizar la literatura. La escritura por el dinero recibido, editores, publicistas, vendedores y ejecutivos de mercadeo porque por fin lograron que los libros entren a formar parte de la nueva ola de product placement. A los lectores nos convierten sin más en consumidores con la única peculiaridad de que a los libros se les presta mucha más atención que a cualquier otro producto, porque la relación con ellos es mucho más personal. Consumidores además sometidos a la servidumbre de una escritura rebosante de mensajes subliminales.
Francesco Trapani, director de la Casa Bulgari, hasta ser adquirida en marzo de 2011 por Louis Wuitton y Moët Hennessy, y en cuya mente surgió la idea de esta nueva manera de colocar un producto (“product placement”) y Fay Weldon terminaban de dar el pistoletazo de salida para la literatura esponsorizada. Sin embargo, al menos de forma encubierta y subliminal, la publicidad ya hace años que clavó su divisa en los libros. Tenemos ejemplos a patadas: Truman Capote (Desayuno en Tiffany's), Tom Wolfe (La hoguera de las vanidades) y el mismo John Irving (La cuarta mano). En las páginas de sus obras los protagonistas no se cansan de beber coca-colas, de engullir bolsas de C&A o de vestirse con prendas de Nike.
En ninguna cabeza cabe que los autores que esto escribieron, lo hicieran gratis. Pero por el hecho de que Fay Weldon tuvo el atrevimiento de hacer público que cobró por escribir un libro, ciertos cenáculos literarios encabezados por el presidente de la Asociación de Escritores Americanos, Letty Cotin, rompieron sus vestiduras y calificaron su declaración como  prostitución de la literatura: “Siento como si se erosionase la confianza de los lectores en la autenticidad de la narrativa. Es darle publicidad al cinismo”, declaraba Cottin.
No obstante, cuando ciertas casas comerciales, compañías aéreas o ferroviarias o incluso organismos institucionales sacan del bolsillo premios literarios con sus respectivos nombres, ¿qué otra cosa están haciendo más que publicitarse, servirse de un producto como el libro para que se hable de ellos? Y todo esto sin que entremos a discutir el estatuto de la narrativa, alejado por su propia naturaleza de cualquier forma de autenticidad.
Lo único que de este nuevo fenómeno debe preocupar, es la posibilidad de que se cumpla la profecía de Orwell: llegará una fecha en que los magos de la publicidad conseguirán la llave de nuestros sueños. Efectivamente, quizás no esté muy lejano el día en el que los grandes poderes publicitarios posean el control de la literatura como ya lo tienen del fútbol y de otros deportes. Ante esto solo queda un consuelo: que la literatura, como escribe Empar Moliner, tenga tan mala fama como la televisión, es decir que nadie pueda vivir sin ella


Francisco Martínez Bouzas





Fay Weldon

Fragmentos

“O quizás Barley y Doris, cogidos de la mano, irán paseando hasta Bulgari, en Sloane Street, para contemplar algún brazalete revestido con incrustaciones de rubí para su delgado brazo, y se preguntarán si lo compran o no, pero lo más probable es que lo hagan. Porque ella se lo merece. Porque ella es ella. Continuarán su paseo hasta South Kensington, hasta el Museo Victoria y Albert, donde contemplarán, por ejemplo, el servicio de mesa Sèvres (1848) que perteneció en un pasado a la reina Victoria. Doris le explicará elegantes detalles, y el director del museo incluso le permitirá que toquen las piezas. Son una pareja célebre, y ella tiene amigos en las altas esferas culturales”
…..

“- ¿Qué vamos a hacer con mi collar?
-Esperaremos –respondió Barley Salt con firmeza- a que se arreglen algunos de mis negocios. Después te comparé dos si quieres.
-Más vale un collar Bulgari en mano que ciento volando -replicó Doris-. Lo que de verdad me gustaría es que me compraras uno ahora y otro después. ¿Quién puede predecir lo que sucederá dentro de seis meses? Quizás te hayas desenamorado de mi.”
…..

“Ni rastro de Walter. Me bebí una botella de vino. Abrí otra. Medianoche. Las doce y media. La cara distorsionada de lady Juliet me contemplaba desde el caballete. Walter había trazado una tosca línea alrededor de todos los bordes para adelgazarla y hacer que se pareciera más a Doris Dubois. El collar Bulgari, imponente e inalterable, descansaba con serenidad alrededor del fino cuello, entre un caso pictórico”

(Fay Weldon, Conexión Bulgari, páginas 22, 88, 166)

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