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martes, 1 de mayo de 2012

"APUNTES DE MEDICINA INTERNA": LA MEMORIA PERDIDA Y LAS FALSAS APARIENCIAS

Apuntes de medicina interna
José Manuel de la Huerga
Menoscuarto Ediciones, Palencia, 2011, 198 páginas.



En cada familia suele esconderse un puzzle oculto o semioculto cuyas piezas no resulta fácil encajar, sobre todo cuando lo que salta a la vista es la historia oficial. La otra acostumbra ser invisible como la parte oculta del iceberg. Tal es el núcleo de la historia que el narrador José Manuel de la Huerga (1967) traslada a los lectores en este Apuntes de medicina interna, que en realidad nada o muy poco tienen que ver con la medicina sino con una historia familiar. Dos fechas (abril-octubre de 1993) jalonan temporalmente esta historia que el escritor nos ofrece en un relato sin fisuras.
En la primera de ellas un recién titulado en medicina se establece en una vieja casona familiar, en El Castril, un pueblo costero de Cantabria. Acude allí con la excusa de preparar el examen del MIR. En realidad, sin embargo, solo desea estar al lado de una amiga de juventud, un amor adolescente, la chica del bar. Ella será una de las mujeres decisivas a través de las que se canaliza el relato, a la vez que, incluso sin pretenderlo, arrastra al recién titulado por paisajes inquietantes y estancias adúlteras. Y junto con su suegra enciende en él la chispa que le fuerza a investigar la vida del abuelo, eminente médico rural de la comarca.
El protagonista busca desde ese momento la hebra del pasado y, a través de la conversación con estas dos mujeres, irá descubriendo la versión oficial de la vida del abuelo, un médico de la montaña, de mineros y de pescadores y, que a pesar de ser afecto al Régimen, atendía en sus invernales a los enfermos o heridos del maquis que apenas aparecen en la novela, pero que cuando lo hacen actúan como elemento simbólico, como la balanza en la que contrastan su moral los miembros de la familia, y actúan de preanuncio de las falsas apariencias, de las realidades familiares escondidas en las sombras y que nadie quiere ni se atreve a destapar.
El encuentro con un hermano de su madre, la bestia negra de la familia, contagiado  con el Sida, comienza a poner en entredicho la sacrosanta biografía oficial del abuelo. Aparece entonces otra mujer, Sarah, que ayuda al protagonista a encauzar sus sentimientos y deseos y sobre todo esos apuntes familiares en los que se ha convertido su estudio del MIR. Será así como el protagonista comience a descubrir  la otra parte de la vida del abuelo, aquella que no aparece enmarcada en la orla de honor familiar. Su parte más íntima. La relacionada con las pasiones, la parte de cintura para abajo, que nadie quier ver porque puede enturbiar un expediente profesional y personal impoluto. Es la parte sumergida en la que entran las ausencias del hogar, la dejación de las funciones paternas y la callada afección al Régimen, que le permite auparse a las estructuras de poder.
Medio siglo pues de historia familiar en una operación de rastreo de la que surgen “héroes” de carne y hueso. “Héroes” familiares con luces y sombras y, sobre todo, con el cruce de ambas de las que sale a flote la historia extraoficial de la familia. La doble vida del abuelo, una infidelidad de dos décadas, los  tejemanejes y componendas con los poderes políticos para conseguir la dirección del Hospital Marqués de Pedreña.
La narración de José Manuel de la Huerta  avanza entrecruzando acontecimientos del presente del relato con recuerdos de la niñez. Un presente que mediante analépsis remite constantemente al propio pasado del protagonista, convirtiéndose así la novela no solo en un relato de la complejidad de las relaciones familiares y sobre las falsas apariencias, sino también en una novela de formación.
Relato que fluye pausado, sin fisuras, en un ritmo sereno, sin forzar nada y sirviéndose de un lenguaje cuidado y a la vez compresible con una plausible reproducción del habla coloquial dialectal de Cantabria, cuando intervienen personas del pueblo, que aclimata con autenticidad el relato al corazón de las montañas y marinas cántabras.

Francisco Martínez Bouzas



José Manuel de la Huerga


Fragmento

“Volví a la carga, le argumenté a Marieli que esa noticia era un bulo de El Castril, en todo pueblo tiene que haber una mentira que a fuerza de decirse se convierte en verdad. Me dio más datos, los mellizos no eran tales, mi abuela aprovechó la coincidencia de ambos embarazos, el suyo y el de Virucos, para hacer creer luego que los dos niños eran mellizos, nacidos dentro del matrimonio. Doña Tina supo de la infidelidad de su marido,  y en un calculado ejercicio de cinismo y rabia, se había quedado embarazada como último intento de mantener al esposo dentro del matrimonio. Creería que su marido se había apartado porque no le había dado ningún varón. Para que los trapos sucios se lavaran en casa, encerró a Virucos, cuando la preñez era evidente. Dormía en el cuarto de abajo, el que luego fuera de Edu. Y las dos mujeres embarazadas no salieron de casa hasta que hubo niños. Uno salió dañado, Edu, el legítimo, y otro, el bastardo, nació sin daño. Fue Berto. La noticia corrió como la pólvora, pero la abuela fue lista, no tuvo más que estar callada. La gente empezó a murmurar que el legítimo era Berto y Edu, el ilegítimo, un castigo de Dios. Para que todo quedara bien representado, Edu  fue enterrado en nicho aparte, y sólo con el apellido Rojo. Dice Marieli que incluso la abuela se lo terminó creyendo. Nunca miró para Edu. Había sido engendrado con miedo, como antídoto contra el alejamiento del esposo. También estaba marcado como ilegítimo, algo así como bastardo de pensamiento”

(José Manuel de la Huerga, Apuntes de medicina interna, páginas 168-169)

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