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jueves, 2 de febrero de 2012

LA CARA OCULTA DEL HORROR EN AMÉRICA LATINA

La hora azul
Alonso Cueto
Editorial Anagrama, Barcelona, 303 páginas
(LIBROS DE FONDO)

 Desde los orígenes inmemoriales de la ficción y a nivel planetario, las contiendas humanas en general y de forma especial aquellas que generan violencia, han sido un perfecto caldo de cultivo en el que han nacido y crecido grandes relatos novelescos. Cuando la violencia se traduce en guerras civiles o en conflicto en el interior de los estados -llámese lucha contra el terrorismo, contra la guerrilla-, el fenómeno sin duda se acrecienta debido, entre otras razones a los elementos trágicos, al resoplar de los odios y a la gran virulencia que suele acompañarlo. En la novelística moderna y contemporánea se cuelan las sombras de los muertos, el doloroso silencio de las violaciones, las venganzas inhumanas, el nulo respeto de la vida y de la dignidad humana; y se convierten en temas cruciales de múltiples relatos ficcionales. Y América Latina no es una excepción. No son pocos los narradores latinoamericanos que, sin renunciar a los propósitos artísticos, han decidido desvelar la cara oculta del horror, el lado oscuro de los seres humanos, el reino de la maldad en América Latina.
Hoy nos referiremos a uno de ellos.  Nos trasladaremos al Perú y a la guerra civil de Sendero Luminoso (1980-1992), porque el escritor limeño Alonso Cueto obtuvo en el pasado mes de noviembre el prestigioso Premio Herralde de Novela con su obra, La hora azul que acaba de ser puesta a la venta por la Editorial Anagrama de Barcelona. Con esta novela, basada en hechos reales -las consecuencias perversas del enfrentamiento del ejército peruano contra la guerrilla de Sendero Luminoso- Alonso Cueto suma su nombre a la nómina selecta de escritores de culto de la “factoría” Anagrama, premiados con el galardón emblemático de la editorial de Jorge Herralde. Desde  Álvaro Pombo a Juan Villoro, pasando por Javier Marías, Enrique Vila-Matas, Sergio Pitol o Roberto Bolaño.
 No es la primera vez que de forma  directa o idirecta se convierte en tema ficcional la lucha del ejército del Perú y aquella interpretación dogmática, sectaria y violenta del marxismo-leninismo creada en el Comité Regional “José Carlos Mariátegui” del Partido Comunista en Ayacucho por Abimael Guzmán. El mismo Alonso Cueto en Grandes miradas se acerca al pasado pero aún reciente conflicto de la sociedad peruana, desvelándonos el terror sobre el que fundamentó su poder el fujimorismo en su combate contra Sendero Luminoso, al margen de cualquier exigencia del estado de derecho. Abimael Guzmán está así mismo presente en la pantalla grande, en la película Pasos de baile, dirigida por John Malcovich e interpretada por el español Javier Bardén. Una versión demasiado libre de la captura de Abimael Guzmán, hecha al gusto de Hollywood y de la estrategia antiterrorista de Bush.
Alonso Cueto utiliza una historia de amor en La hora azul para narrar el drama vivido en Perú. Una historia de amor que cristaliza al final de la novela y que va precedida por una revelación de hechos inesperados, tanto a nivel privado y familiar, como social y político. La historia que narra Alonso Cueto en La hora azul gira alrededor de la obsesión de un hombre que busca desesperadamente liberarse de la culpa familiar, o al menos esclarecer cómo los actores del presente pueden hallar sendas para limpiarse de las culpas de las guerras pasadas. Como telón de fondo, como ya se ha señalado, la guerra civil de Sendero Luminoso. En ese telón de fondo se incrusta la trama que el escritor define como un cuento de hadas al revés, una exploración en la maldad, en lo prohibido.
Ambientada en Lima a finales de los 90, La hora azul es la historia de un exitoso abogado, Adrián Ormache, que descubre el terror al morir su padre, que había sido el comandante de un cuartel en la zona de Ayacucho en los años de la lucha entre el ejército y los “terrucos” de Sendero Luminoso. Las informaciones de los ex – lugartenientes de su progenitor le permiten conocer que él mismo dirigía las sesiones de tortura, violaba y ordenaba violar a las prisioneras, muchas veces inocentes indígenas, a las que después ejecutaban. Pero en una ocasión le perdona la vida a una de estas prisioneras y mantiene con ella relaciones hasta que aquella mujer consigue huir (“Pero una se le escapó. Al mejor cazador se le va la paloma”). Esta revelación obsesiona al protagonista de tal modo que decide encontrarla. La búsqueda, el encuentro y el posterior romance entre el abogado limeño y la misteriosa mujer son el  eje de una historia llena de intriga, secretos y giros inesperados. En efecto, siguiendo las pistas de la india ayacuchana, hecha prisionera sin ningún motivo y violada, la novela efectúa un viaje hacia el pasado, descubriendo episodios y personajes que por vergüenza o comodidad habían sido ocultados hasta entonces. Mas el protagonista que destapa el mal oculto en su familia, realiza así mismo un viaje interior por los parajes más profundos de su propia personalidad. Como en Salman Rushdie, el horror es en La hora azul una vía esencial del conocimiento del otro lado de los seres humanos. “Creo -confiesa Alonso Cueto- que una persona nunca sabe la capacidad que tiene para la crueldad, para la violencia,  para el sadismo, para soportarlos o ejercerlos hasta que se encuentra en la situación donde esto ocurre”.
Así pues, más que novela política, La hora azul es un relato sobre personas que sufrieron los efectos de la política, puesto que los protagonistas no son políticos, sino sus víctimas, gente sencilla y muchas veces, inocente.
En esta historia sobre ciertos individuos que asumen sus personales rumbos y direcciones, laten sin embargo varias ideas-eje. En primer lugar, una de las grandes cuestiones de la actual literatura latinoamericana: cómo escribir sobre la violencia de forma que sea soportable para el lector. En el contexto de la violencia en la que viven los oficiales del ejército peruano, oficiales que no parecen especialmente crueles, salen a la luz identidades hasta entonces desconocidas, monstruos del horror en estado puro. La literatura con su manto estético nos aleja del escalofrío que el horror produce, pero no lo escamotea. Y esta función -testimoniar la barbarie desde la estética- es fundamental en La hora azul.
 Novela dotada de un ritmo vertiginoso y de la que no está ausente la esencia del género, la intriga y el suspense que el lector percibe a medida que pasan las páginas. No obstante, la preocupación principal del protagonista no es la investigación detectivesca, sino otra de naturaleza moral: cómo liberarse de la culpa, porque los hijos -idea judeocristiana- heredan la culpa de sus padres.
Los temas centrales de La hora azul son de gran actualidad. Ante todo la naturaleza de los así llamados crímenes de guerra, expresión en si misma redundante, puesto que en la guerra no hay muertes que no sean crímenes por mucho que sus ejecutores sean aquellos que, en expresión webberiana , detentan el monopolio legítimo de la violencia. Tampoco, por supuesto, cuando el ejecutor es un “santo maligno” como Abimael Guzmán. Así mismo, la legitimidad del instrumento hoy en día reclamado por muchos poderes públicos y ejercido siempre a lo largo de los siglos y no exclusivamente en América Latina, de la así llamada guerra sucia: ¿Es legítima la tortura, la violación o el asesinato para luchar contra el terrorismo? Con estos mimbres y la particular historia de unos individuos atormentados, construye Alonso Cueto una pieza narrativa rica, compleja, aunque de fácil lectura, y de gran actualidad.
                                       
Francisco Martínez Bouzas


Alonso Cueto

Fragmentos


Y bueno, lo que pasó fue que una vez le llevamos a su papá una indiecita de un pueblo que encontramos y nos la dio a la tropa y nos la tiramos y después la eliminamos. Y después hicimos lo mismo con otras, pues. A ellas les decíamos que si aceptaban acostarse entonces las íbamos a soltar. Así les decíamos. O sea que consentían nomás en hacerlo con los oficiales. Dos o tres veces hicimos. Por lo menos a esas las matábamos con un tiro en la cabeza. Los terroristas eran más mierdas, ejecutaban con una piedra grande en la cara
…..
“Los oficiales botaban los cuerpos de los muertos en un barranco de basuarales para que los chanchos se los comieran y los familiares no pudieran reconocerlos. Una vez tres soldados mataron a un bebe delante de su madre y luego la violaron junto al cuerpo de su hijito. No me sigas contando, pidió. Bueno, pero en realidad todo esto era una respuesta a lo que hacían los de Sendero Luminoso, que quemaban vivos a sus prisioneros y les colgaban carteles a los cadáveres carbonizados. Una costumbre senderista muy extendida: ejecutar a los alcaldes de los pueblos delante de sus esposas y de sus hijos. Los mataban delante de ellos y los obligaban a celebrar. Colgaban los cadáveres de los bebes en los árboles. Todo eso me contaron”

…..
                                                               

Chacho y Guayo me habían contado que una sesión de torturas podía durar fácilmente toda una noche si estaban de mal humor. Recordaba haber leído algo sobre eso. Muchos torturadores se vuelven adictos a los gritos, a  las contorsiones, a las súplicas, las pruebas del dolor. ¿Provocar el sufrimiento de alguien puede crear adicciones de grandeza?, ¿ es un bálsamo, una defensa? Si torturaban y mataban a alguien, eso los hacía pensar que no ocurriría lo mismo con ellos. La única gran frustración de los torturadores era ver a los prisioneros morirse. Lo peor seguramente sería verlos morir sonriendo o dando vivas al terrorismo. Un cadáver sonriente enardecía a los solados y los apuraba a  traer el siguiente prisionero. Era tentador imaginarlos. El grupo de prisioneros que debía ir pasando al lugar de las torturas, los ojos de los que cruzaban miradas antes de entrar, los que se daban ánimos, los que arengaban y los que miraban al vacío...Y luego oír los golpes en la cara, el ruido  de los cables en los testículos o en los senos ( como un pequeño chasquido me había dicho Guayo ) y el aullido detrás de la pared, las colas para las violaciones, la pestilencia de la propia carne, la sangre que te salpica la cara tiene un sabor amargo, da un poco de náuseas”

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SOBRE ABIMAEL GUZMÁN:

 “La cara familiar de Abimael era en ese momento una revelación. Una cabeza de grasa, un santo maligno, una explosión silenciosa en una piel inmunda. No era una cara feliz y deforme como la de esos jefes de bandas criminales que se ven en el noticiero, esas caras de una alegría congelada y embrutecida por una vida de diversiones y riesgos. La cara de Abimael era un paquete de facciones disciplinadas por la gravedad, ojos negros y secos como guijarros, el cuerpo grueso agilizado por la rabia, la furia recogida, una sábana fría sobre un horno de sangre. La obscena, oscura violencia de esa cara..., a veces trato de relacionarla con lo que ocurrió. A diferencia de los otros, la rabia le permitía mirar al mundo de frente. Y esa mirada de frente al mundo había sido el don que había ofrecido a sus seguidores, la gente que siempre había mantenido la cabeza gacha y que se había quedado callada y que sólo con él la había alzado...Darle una forma a la rabia, la esperanza de la rabia

(Alfonso Cueto, La hora azul, páginas, 76, 89, 172, 229)

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