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jueves, 4 de agosto de 2011

EN HOLANDA LA CONDICIÓN HUMANA SE ADUEÑA DE SU DESTINO

Una habitación en Holanda
Pierre Bergounioux
Traducción de David Stacey
Editorial Minúscula, Barcelona, 2011, 91 páginas.

En este pequeño volumen totalmente inclasificable (relato ficcional, prosa filosófica, biografía, ensayo histórico…), Pierre Bergounioux nos recuerda que en la primera mitad del siglo XVII, época que presenció la muerte de Bacon y el nacimiento de Spinoza, un exiliado abre las inauditas posibilidades de pensar de otra manera todas las cosas, las divinas y las humanas (“res infinita”, “res extensa”), porque considera que él mismo no es nada, solo una cosa que piensa. Pero ¿por qué ese vuelco en la historia de la cultura tuvo lugar en los Países Bajos? Es el gran interrogante al que pretende contestar un hombre polifacético, de saber enciclopédico como Bergounioux.
Ese exiliado no es otro que Renato Descartes, en cuya trayectoria vital se alternan períodos de extremado retiro y concentración, con otros de vida aventurera e inestable. Ese sujeto pensante, Descartes, que tomó parte como soldado en la guerra de los Treinta Años con la intención de conocer a fondo a los hombres y al mundo, arribó finalmente a los Países Bajos, lugar que prefirió antes que a su Francia natal. Y allí, en Holanda, publicará en 1637 El discurso del método, en el que expone la necesidad de un camino seguro para garantizar el recto proceder de la razón; y Las meditaciones metafísicas (1641) con las que establece el fundamento de toda la filosofía moderna.
Pierre Bergounioux, antes de ensayar la respuesta al gran interrogante, repasa la historia de Europa de forma breve, pero amena e inteligible. Se fija en esos galos, hombres de gran cuerpo blanco, blancos como la leche, pero terribles habladores, que cultivan los claros del bosque, de cuyos árboles cuelgan cuerpos humanos desmembrados para complacer a sus dioses. En la Roma de la gens Iulia, cuyo máximo representante, César, decide conquistar la Galia para reponer esclavos. La esclavitud, conviene no olvidarlo, es el fundamento económico de la Antigüedad. Comienza entonces, en el año 58 antes de Cristo, el agitado período que concluye dos mil años más tarde con la liberación de París. Mientras tanto, el cristianismo había expulsado a los viejos dioses sanguinarios y, en un largo intermedio, llega la fase de ruralización que es la Edad Media.
Pero los vientos de la historia jamás dejan de cesar, aunque con direcciones variadas. Llegaremos al Renacimiento y a la Edad Moderna, período en el que Europa  se adueña de su destino y del mundo entero.

Pierre Bergounioux

Mas, ¿por qué un francés cuya única ocupación es pensar, confía durante esos años un manuscrito comprometido precisamente a un editor holandés? Descartes que aceptará, como primer principio de la filosofía que él es una substancia cuya esencia solo es pensar y que para ser no necesita lugar alguno, se retirará para consolidar y darle forma escrita a sus pensamientos al lugar más indiferente, quizás el menos agradable de Europa, los grises pantanos de Holanda. El filósofo no ofrece ninguna explicación. Borgounioux, sin embargo, las adivina: Holanda reúne  ciertas ventajas -paz relativa, tolerancia entre papistas y reformados, cómoda vida material, frialdad climática- que la hacían preferible a cualquier otro. Las Provincias Unidas  separan a Descartes de sus amistades, del bullicio de sus amigos, le permiten vivir acostado, absorto en sus pensamientos. Es la extrema soledad, la expatriación en Holanda la que hace posible que Descartes construya metódicamente esa primera verdad indudable, clara y distinta -“cogito, ergo sum”-, sobre la que construir el edificio de toda su filosofía. Con ello el hombre moderno ya posee las armas para adueñarse del mundo.
Esta es la mirada de Pierre Borgounioux sobre Descartes. Una mirada quizás fugaz, pero pulcra, elaborada con prosa erudita, elegante, cristalina y en absoluto pretenciosa, proyectada sobre Decartes, sobre el hombre y el pensador, diana hoy, por separar la “res cogitans” de la “res extensa”, de los dardos del pensamiento complejo, multidimensional y de ciertos feminismos que creen que el edificio del cartesianismo conceptualizó el mundo de forma jerárquica y redujo a la mujer a naturaleza y separándola de la cultura. No olvidemos, sin embargo, que e esa fría habitación de Holanda, en la expatriación de la extrema soledad se redibujó el mundo y se liberó a la humanidad del obscurantismo de la tradición y de los poderes ajenos a sus propia subjetividad.


Fragmento

“El realismo indirecto que Descartes elabora, solo, desconocido, extranjero en los Países Bajos, posee un poder de seducción comparable al de las obras de ficción más temerarias de aquel tiempo, al errar del escuálido hidalgo que Cervantes pasea por los áridos caminos de la Mancha,  a las extravagancias de los príncipes dementes, al menos en apariencia, que Shakespeare pone al frente del escenario. El inglés, el español, el francés son hermanos. Anuncian a la vez, sin conocerse, que un niño ha nacido. Si algo difiere de sus antecedentes históricos  es en su ser consciente de sí mismo, capaz incluso en los peores ataques de furia o de desesperación, en el exceso de su alegría o al sufrir afrentas, de mantener, como en el ojo del huracán, la imperceptible distancia respecto a todo y respecto a si mismo (…) Cervantes, que cuenta el final de las épocas encantadas, es todo lo razonable que se puede ser. Como no posee fortuna personal, tiene que ejercer un empleo. Trabaja en las oficinas de la marina preparando la expedición de la Armada Invencible, que la flota inglesa y la tormenta, en el mar del Norte, echarán a pique. Del otro lado de la Mancha -no la provincia española, el paso de Calais-, Shakespeare, a menos que se trate, a la sombra de ese hombre de paja, el Chancellor Bacon, da a luz a Hamlet, a Macbeth y, por boca suya, a las sentencias que formulan la duda inherente a nuestra condición, el irreparable dilema que, ahora, nos atraviesa: «Ser o no ser.» «El mundo entero es un teatro» «La vida es un cuento narrado por un idiota, lleno de ruido y de furia y desprovisto de significado»”
(Pierre Bergounioux, Una habitación en Holanda, páginas 75-76)

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