El agujero de Helmand
Carlos Fidalgo
Menoscuarto Ediciones, Palencia, 2011, 98 páginas.
El periodista Carlos Fidalgo (Bembibre, León, 1973) debuta en la narrativa de formato largo con esta novela breve, El agujero de Helmand, con la que se hizo acreedor del V Premio Tristana de Novela Fantástica que, con periodicidad bienal, convoca el Ayuntamiento de Santander. Para conocimiento de los lectores/escritores que en este mundo virtual sin fronteras puedan leer este comentario, una breve información sobre el Premio Tristana. Fue creado en el año 2002, especializándose en el 2004 en literatura fantástica y alcanzando entonces un ámbito internacional. A nivel de dotación económica (9.000 euros) es el segundo más importante en España dentro de su especialización. Menoscuarto Ediciones, una editora independiente y con gran prestigio dentro del género breve, publica la obra galardonada.
El agujero de Helmand es en efecto una obra de literatura fantástica, no una novela de fantasía, ambientada en la Guerra de Afganistán, que los americanos desencadenaron tras los atentados del 11 de septiembre. El ejército americano instala un regimiento de Marines junto al río Helmand, que desde el aire parece una serpiente entre el polvo y el viento, sin jamás encontrar el mar. Los soldados combaten a los talibanes y arrasan las plantaciones de opio, entre el temor, la desconfianza o la indiferencia de los lugareños. Uno de los soldados del regimiento es Michael Averill. En primera persona y como protagonista narra una historia de aventuras, pero sobre todo de pesadillas, desasosiego y angustia.
En la base de Hassan Abad permanecen apostados los soldados sin que pase nada. Los talibanes se han convertido en sombra, en leyenda negra. Pero sombras que acechan en la colina, en el promontorio rocoso donde existe un puesto de observación, por donde pasó hace miles de años el ejército de Alejandro Magno, en busca del Gran Mar Exterior, pero sin llegar a ninguna parte. Allí descubren un antiguo osario, son presas del pánico, del horror y de un tiempo que retorna.
Carlos Fidalgo, en efecto, supo sacarle partido al protagonismo del tiempo. Donde el ejército macedonio de Alejandro Magno solo encontró confines, los americanos son víctimas de obsesiones, del pánico, de la sensación de irrealidad, de la soledad y, al final, del desvarío, mientras arrecian tormentas de arena y se respira muy cerca la muerte.
Carlos Fidalgo |
La novela quizás adolezca de carga diegética. Su trama es escasa. Pero Carlos Fidalgo sabe crear atmósferas. El autor, con una arquitectura extremadamente sencilla, en una narración lineal que brinda en capítulos muy breves, nos sumerge con gran sensibilidad en las regiones más profundas y obscuras de la condición humana, haciendo que nos dejemos atrapar por la aventura interior, mucho más que por la exterior. Por el proceso que emerge de puertas adentro de los personajes, por sus reacciones y experiencias humanas, por los males del alma.
A pesar de estar basada en un suceso real, recogido en las páginas del periódico The Times en 2008, el autor, y este es su mayor mérito, envuelve su narración en el marco de una atmósfera atormentada, cuyos efectos multiplica esa constante presencia de la desolación, del polvo, del viento, del calor adormecedor y de la muerte. Y esos seres invisibles que luchan como si fueran los espectros de los soldados macedonios de Alejandro Magno, retornados, en ese tiempo circular, desde más allá de dos mil trescientos años.
Fragmentos
“Me encuentro con las sombras. En las piedras. En la pendiente abrupta que cae al otro lado de la muralla y los sacos de tierra. Si alguien quisiera sorprendernos, no lo tendría fácil. Observo todo con tanta concentración que llega un momento en que la visión se vuelve borrosa. Y es porque he cerrado los ojos. El sueño me ha hecho dar una cabezada.
«No me extraña que las luces se muevan, o que uno vea búfalos o indios en las praderas», me digo buscando mi propia explicación para lo que ha sucedido en las últimas noches. Y es entonces cuando escucho un murmullo. Una voz muy cerca de mi oído.
El miedo me paraliza”
…
“Lejos de todas partes. Lejos de casa. Me pregunto si los soldados macedonios que hacían guardia en esta roca hace tres mil años se sentirían así. Al menos, ellos acabaron amotinándose. Se negaron a seguir luchando cuando llegaron a las puertas de la India, desmoralizados por el elevado número de bajas que les había costado su última victoria en el río Hidaspes, donde el enemigo les recibió con hileras de elefantes, la máquina de guerra más perfecta de la antigüedad.
Hombres contra elefantes. La Historia es un círculo”
(Carlos Fidalgo, El agujero de Helmand, páginas 52 y 55-56)