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viernes, 8 de julio de 2011

UN PYNCHON LEGIBLE PARA EL VERANO*


Vicio propio
Thomas Pynchon
Tradución de Vicente Campos
Tusquets Editores, Barcelona, 2011, 422 páginas.

Si usted, lector, disfruta con la novela criminal, pero tiene un verdadero hartazgo con los héroes de Camilleri, Mankel, Roukin o ha llegado un momento en el que le producen cansancio nuestros autóctonos investigadores de crímenes, esos más antihéroes que héroes Frank Soutelo, Nivardo Castro, Horacio Dopico o los menos clásicos y más recientes, Amador Ribeiro o Sindo Romero, apueste entonces en este verano por el “fumeta” Doc Sportello de Thomas Pynchon. De sobra se que Pynchon, ese “célebre desconocido”, considerado un icono de la postmodernidad maximalista y eterno candidato al Nobel de literatura, intimida bastante. Sus temas más recurrentes (la entropía, la paranoia, el giro apocalíptico de la historia reciente, la ausencia de significados) y un estilo que desintegra el lenguaje, convierten la lectura de este hombre, que continúa sin poseer rostro público, descontada una vieja fotografía de hace cincuenta años, es una ardua tarea.
Pero Vicio propio es otra cosa. Pura novela pynchoniana, pero una excepción que confirma la regla. Una novela que se entiende, que no es más obscura ni enredada que cualquier otra pieza del género negro en la que abunden los personajes y los escenarios. Y como regalo, por tratarse de Pynchon, también leves disonantes descomedimientos, como el hecho de que el detective sea un viejo surfero, fanático de la marihuana.
Estas cacofonías narrativas, amalgamadas con un estilo propio y personalísimo, convierten el viaje por la lectura de esta novela en una experiencia agradable y también hilarante.
Los amantes del clásico, del negro-negro tampoco saldrán decepcionados. Multitud de personajes secundarios: malos sin desperdicio, buenos buenísimos, fiambres que no acaban de morir, montones de conspiraciones  y corruptelas, la pesadilla de Charlie Manson y sus sumisas discípulas y, en paralelo, Richard Nixon, como paradigmas del mal, un protointernet con protohackers. Y por supuesto mucho, mucho sexo, droga y rock & roll. Pynchon  mostrándonos la cara más esperpéntica de la cultura americana, con diálogos delirantes, un singular humor negro, iconografías paródicas y grotescas, un leguaje dominador, rico y torrencial.
Flotando sobre la superficie de este fangoso mar, un personaje memorable, Doc Sportello, detective “fumeta” y medio grillado, que recibe el encargo de hallar a un empresario desaparecido al que , a pesar de sus orígenes judíos, lo protege una banda nazi. La trama de Vicio propio es lineal, sin saltos en el tiempo ni sub-tramas. Muchos actores secundarios, pero un solo protagonista, el quijotesco Sportello respirando el aire corrupto y despreocupado de los años finales de la década de los sesenta en el sur de California, onde todos engañan, conspiran, traicionan, mientras en las playas los surfistas  se enfrentan contra el romper de las olas y bandas de hippies le rinden culto a las flores y a la marihuana, en una sociedad en la que se disiparon todos los límites.

* Texto publicado en el periódico El Correo Gallego de Santiago de Compostela el día 8 de julio de 2011. Para ver el original en gallego, pinchar aquí

                                                 Fragmento

Doc, que también se había levantado temprano, estaba sentado tomando el café de Wavos, del que se rumoreaba que contenía anfetas double-cross whites molidas, y escuchaba las conversaciones cada vez más frenéticas, pero básicamente observaba al Santo, que como todas las mañanas esperaba que lo acercaran hasta el punto donde rompían las olas. A lo largo de los años, Doc había conocido un par de surfistas que habían encontrado y cabalgado otras olas ubicadas lejos de la costa, olas que ningún otro tenía lo necesario, ni bajo los pies ni en sus corazones, para surfear, y que salían solitarios cada amanecer, a menudo durante años, sombras proyectadas sobre el agua, dejándose arrastrar sin que los fotografiaran ni grabaran, en cabalgadas de cinco minutos y aún más, prolongadas a través de los túneles bullentes de verdeazul solar, el verdadero e insoportable color de la luz del día. Doc se había fijado en que al cabo de cierto tiempo, esos tipos ya no solían presentarse donde los buscaban sus amigos. Largas esperas en cervecerías de tejados frondosos tuvieron que ser perdonadas, novietas de la costa quedaban olvidadas mirando melancólicamente los horizontes y con el tiempo se liaban con civiles del arcén, tasadores de pérdidas, vicedirectores, guardias de seguridad y demás, y aunque el alquiler de las casas abandonadas de esos surfistas se seguían pagando de algún modo y de vez en cuando aparecían luces misteriosas en las ventanas mucho después de que los garitos hubieran cerrado por la noche, y la gente que creía haber visto a esos ausentes tenía que acabar admitiendo que tal vez no eran más que alucinaciones”.
(Thomas Pynchon, Vicio propio, página 119) 

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