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miércoles, 20 de abril de 2011

DOCTOROW INTERPRETA LA MITIFICACIÓN DE LOS COLLYER

Homer y Langley
E.L. Doctorow
Miscelánea Editores, Barcelona 2010, 203 páginas.

   Es sin duda uno de los grandes escritores anglosajones del siglo XX. Desde hace tiempo en EE.UU le consideran un patrimonio nacional, uno de esos pocos genios que, con su escritura, nos permiten resistir ante la triunfante ruina de la cultura, porque, como diría Susan Sontag, cumple con el requisito de la necesidad: transmite una historia o una serie de historias que hay que contar, y lo hace además de esa manera, con esa precisión de lenguaje, esa cadencia, esa intensidad y madurez. Es E. L. Doctorow  (Nueva York, 1931), ganador de todos los premios y distinciones de la literatura norteamericana y eterno candidato al Nobel. Él ha sabido reflejar como nadie la cara oculta de Norteamérica y, bajo esa óptica, sus novelas son una especie de sustituto de la memoria colectiva de toda una nación, un país ahistórico, pero no exento de mitos. La narrativa de Doctorow aborda esos mitos, los interpreta incrustándolos en el espacio de la historia. Dos de sus libros (The book of Daniel y World’s Fair) figuran en el canon occidental de Harold Bloom y su autor es calificado por críticos de la talla de Edward Said y Frederic Jameson como uno de los pocos escritores de izquierdas que existen en la actualidad. Sin embargo, las implicaciones políticas de sus obras nunca son obvias porque, en opinión del mismo escritor, es consubstancial a la ficción vivir en un mundo de ambigüedades. Doctorow se limita a pensar en términos de los que es justo o injusto, a hacer de sus textos una denuncia de los procesos de envilecimiento en el que está inmerso el ser humano en las sociedades deshumanizadas.
   En esta obra, como ha hecho en otras ocasiones, Doctorow novela hechos reales. La vida de los hermanos Collyer, cuya historia real nos precipita inexorablemente en el territorio de la ficción. Hijos de una familia acomodada, la vida y, sobre todo las secuelas de la primera guerra mundial (la metralla y el gas mostazas habían cavado  cicatrices no solo en el cuerpo, sino también en la mente de uno de los hermanos) los hizo víctimas de un diogenismo desmesurado. En su mansión de la Quinta Avenida acumularon toneladas de periódicos y de los más variopintos cachivaches, incluido un Ford Modelo T instalado en el inmenso comedor, hasta que deciden autoexiliarse  del mundo y de los usos sociales, viviendo como ermitaños  en su propia casa, sin luz ni agua corriente. A principios de 1947, el desplome de una parte de la montaña de periódicos acabó con la vida de uno de los hermanos. El otro, ciego y paralítico, moriría de inanición a los pocos días.
   Doctorow escribe una biografía novelada a partir de los dos hermanos. Y lo hace precisamente porque sus vidas se han convertido en mitos. Los mitos no precisan investigación, solo interpretación. Y Doctorow lo hace ofreciéndonos su punto de vista. En esta interpretación altera la historia real para enfatizar ciertos significados. Los hermanos Collyer en la ficción de Doctorow viven hasta la década de los 80. El autor decide prolongar sus vidas para  contrastarlos con el hippismo, con el flower power, porque, al fin y al cabo, los mitos son inmortales. Cambia así mismo deliberadamente la ubicación del caserón para dejar constancia de que no pretende reflejar con exactitud la vida de los hermanos, sino introducirnos en el corazón de la leyenda que comenzó a tejerse tras su muerte. La acumulación de todas las ediciones de los periódicos de Nueva York durante treinta años que, en la mente perturbada de Langley, surge con la intención de que en el momento en que Homer, el hermano ciego, recupere la visión, se pudiera poner al día, la presenta el escritor como un intento de crear el periódico único para todos los tiempos, en el que quedaría fijada definitivamente la vida americana en una sola edición y por categorías, como Google. Un absurdo y gigantesco Internet elaborado con papel y alojado en la casa que, sin embargo, prolonga la existencia del mito hasta nuestros días.
E L. Doctorow
   En la narración de Doctorow no hay rastros de mordacidad hacia los hermanos. No los caricaturiza, sino que se limita a narrar el largo camino que ambos emprenden hacia la autonomía autoexcluyentes. Deciden vivir vidas originales y autodirigidas, sin dejarse intimidar por las convenciones. Esta es la idea que sirve de hilo conductor de la novela. No obstante, y aunque Doctorow huye de cualquier propósito moralizante, en las páginas finales, la mente del hermano ciego, pero lúcidamente cuerda,  se ve a si mismo y a su hermano no como reclusos excéntricos, sino como fantasmas (página 193), convertidos en un chiste mítico (página 195). “Todos y cada uno de nuestros actos de oposición y reafirmación de autonomía, toda nuestra creatividad y toda firme expresión de principios por nuestra parte, estaban al servicio de nuestra ruina” (páginas 195 – 196).
   La arquitectura de la novela es extremadamente simple: unos hechos como punto de partida y la imaginación que los interpreta. Sin ningún tipo de experimentalismo. Una sola voz que le da vida a la historia y dibuja numerosos personajes secundarios en una narración lineal. Finalmente esa manera de narrar, un estilo envolvente, una cadencia rítmica, personal, inimitable, capaz de enlazar múltiples oraciones subordinadas sin congelar el ritmo de la acción, pero si evocando un florido semillero de sensaciones, que surgen al hilo de las historias. El virtuosismo técnico de un gran maestro. Eso es E.L. Doctorow.


La policía entra en la mansión de los Collyer (21 de marzo de 1947)

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