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lunes, 20 de diciembre de 2010

EXÓTICOS DICTADORES*


Tres ataúdes blancos
Antonio Ungar
Editorial Anagrama, Barcelona 2010, 284 páginas.


   Lunes, 8 de noviembre de 2010, los canales de TV, los periódicos y blogs de medio mundo difundían la noticia: por primera vez un escritor colombiano, Antonio Ungar con su novela, Tres ataúdes blancos, gana uno de los más prestigiosos premios literarios independientes del mundo hispanoamericano, el Premio Herralde de Novela, instituido hace más de un cuarto de siglo por la Editorial Anagrama de Barcelona. Antonio Ungar, que estudió arquitectura en la Universidad Nacional, ejerció mil oficios – como si siguiese los pasos de Roberto Bolaño – pero, por fortuna para la narrativa, sólo le interesa escribir, “ser un especialista en decir mentiras”. Y tiene razón porque si algo es fabular, es sin duda crear una gran farsa, una catarata de invenciones. Sin embargo, y  a pesar de que el mismo autor define su novela como una farsa con un gran componente de humor negro y su acción se sitúa en un país imaginario, la República de Miranda – nombre sacado de la película El discreto encanto de la burguesía  de Luis Buñuel – y que así mismo confiesa que se inventa un país que no existe, pero muy similar a algunos del continente Latinoamericano, y un líder que podrá ser leído en clave chavista en Venezuela o en clave uribista en Colombia, el tenaz imperio de la realidad y todas las pistas que aparecen el texto, inclinan sin duda al lector a leer este thriller político pensando en Colombia. Y en un tiempo no muy alejado del presente, no obstante la prolepsis o salto de diez años hacia el futuro en el tiempo de la historia que los lectores hallarán en las páginas finales.
   Un thriller político entroncado con la novela de dictadores, un subgénero en el que es tan fecunda la tradición literaria latinoamericana. Pero novela de dictador con rasgos tan específicos que la hacen única y totalmente diferente: sátira, humor negro, ironía, asociados al horror extremo, no apto para todas las sensibilidades. La trama de Tres ataúdes blancos presenta, en breve síntesis, las vicisitudes de un ciudadano de a pié, absolutamente inocente respecto a lo que realmente se mueve en las esferas del poder, que se ve forzado a suplantar al asesinado líder de la oposición en la descabellada aventura de intentar acabar con el régimen totalitario de Miranda, gobernada desde hace varios lustros por el presidente Tomás del Pito, elevado al poder en sucesivas elecciones formalmente democráticas, fundador del pitismo, un régimen corrupto que sobrevive en base a la asociación con los principales narcotraficantes titulares, con sus testaferros y con sus Escuadrones de la Muerte. Y en lucha con guerrillas estalinistas desalmadas que reciben igualmente la feroz crítica del protagonista narrador. Una inevitable historia de amor, tamizada así mismo por la ironía, actúa de hilo conductor de la historia.
Antonio Ungar
   A medida que la novela cobra cuerpo, el thriller se convierte en un absurdo total porque tanto el poder dictatorial como sus compañeros de oposición, comprados por el pitismo, emprenden la caza del protagonista, que será finalmente eliminado. Pero antes, como imitador del líder muerto, dinamita a la dictadura simplemente con la reproducción caricaturesca de los lemas y discursos de este “capo di tutti i capi”, que por ejemplo defiende la tortura porque la considera esencial para la pervivencia del estado de derecho o que, en un ataque de misericordia, se ofrece a comprar a buen precio las tierras de las viudas y huérfanos con los que sus sicarios iban regando el país. Un dictador hasta tal punto carnavalizado y llevado al esperpento, que la caricatura lo convierte en un exótico ser angelical. Serán  otros, los paramilitares Escuadrones de la Muerte los que de forma vicaria actúen en su nombre sembrando el terror y la muerte entre los opositores y movimientos indígenas.
   Sátira, humor negro y una arquitectura narrativa aparentemente desordenada y convulsa para abordar la realidad ( en Colombia, confiesa el escritor, tras una matanza, esa misma tarde ya hay un chiste ) y que explota, en el desenlace del relato, con el horror y el espanto. En un espectáculo terrorífico aderezado con toda la brutalidad de una dictadura exótica, corrupta y sanguinaria. Vea el lector, si su sensibilidad lo resiste, el retrato de los “corrales” o “carnicerías” descritos por los líderes desmovilizados de los Escuadrones de la Muerte. Y una afirmación estremecedora que el autor pone en boca de la enamorada sobreviviente: “son y serán siempre  imposibles los relatos policíacos en la República de xxxxxxxxx También los vividos, porque en xxxxxxxxx nunca hay pruebas, nunca hay culpables, nunca se sabe quién hizo qué, por qué se mata o por qué se muere”
                                       
 *Enviado para su publicación en el periódico El País de Cali ( Colombia )

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